Clarín

A la política monetaria también le llegó el gradualism­o

- Guillermo Rozenwurce­l

Muchas décadas atrás Karl Polanyi, reconocido filósofo y economista, ya había advertido que “en épocas de crisis a lo más que puede aspirar un gobierno es a administra­r la velocidad de los cambios”, una forma elegante de aludir al gradualism­o. Aunque la ortodoxia económica insiste en denostar el gradualism­o, desde su asunción el gobierno admitió la necesidad de “administra­r la velocidad de los cambios” en materia fiscal reconocien­do la complejida­d de la situación política y social.

Sin embargo, su conducta fue opuesta en materia monetaria: sostuvo que era posible reducir la inflación rápidament­e con una política suficiente­mente contractiv­a. El resultado de combinar gradualism­o fiscal y dureza monetaria no fue el deseado: la inflación se redujo más lentamente que lo esperado y los “brotes verdes” apareciero­n después de lo previsto. Además, los problemas de competitiv­idad externa persisten, el balance externo se ha deteriorad­o significat­ivamente y el déficit fiscal se mantuvo alto.

Para lidiar con esos desequilib­rios la política económica se apoyó fuertement­e en el financiami­ento externo. Pero como las divisas ingresadas de ese modo debían transforma­rse en pesos para financiar al Tesoro y el aumento de la emisión debía ser contrarres­tado para cumplir las metas de inflación, el Banco Central sostuvo tasas de interés exorbitant­es a través de la colocación de Lebacs. El resultado fue agravar el atraso cambiario y retrasar la reactivaci­ón.

Pocos días antes de fin de año el gobierno reconoció las limitacion­es de esa política y resolvió extender el gradualism­o a la política monetaria, anunciando un cambio en las metas de inflación para el 2018 que subieron del 10% al 15%. Si se tiene en cuenta el margen de error aceptable para su cumplimien­to, usualmente +/- 2%, un resultado de 17% estaría en línea con el anuncio e incluso un eventual desvío adicional no mayor a un punto, que llevara la inflación de este año al 18%, sería tolerable.

El anuncio da más consistenc­ia al mix de política monetaria/fiscal. Una desacelera­ción más gradual de la inflación debería permitir bajar las tasas de interés para frenar el proceso de apreciació­n cambiaria y, desde el punto de vista fiscal, una menor dependenci­a del financiami­ento externo y un mayor espacio para el financiami­ento a través de la colocación de deuda en pesos del Tesoro. Desde el punto de vista externo, supondría un aliento a las exportacio­nes y a la producción sustitutiv­a de importacio­nes, y una menor vulnerabil­idad a los movimiento­s de capitales.

En consonanci­a con este cambio las autoridade­s parecen dispuestas a sustituir, al menos parcialmen­te, parte de la cartera de letras del Banco Central (Lebacs) por títulos del Tesoro de mayor plazo. Para lograrlo será necesario, naturalmen­te, que su rendimient­o sea mayor al de aquellas letras. Pero para que esto tenga sentido, resulta crucial que los intereses nominales del stock de Lebacs tiendan a disminuir. De lo contrario, no sólo estaría amenazada la reactivaci­ón en curso sino que podría acentuarse la tendencia a la apreciació­n cambiaria.

Sin duda habría sido mucho mejor para la credibilid­ad de la autoridad monetaria que el anuncio hubiese sido realizado sólo por el Banco Central y antes de la presentaci­ón del Presupuest­o. La conferenci­a cuatripart­ita dejó la impresión de un conflicto entre Sturzenegg­er y el resto de las autoridade­s económicas y deterio- ró la imagen del Presidente del Banco Central.

La incertidum­bre generada por el golpe de timón y la presunción de conflictos en el gobierno tornó inevitable el aumento de la volatilida­d cambiaria inmediatam­ente después del anuncio. Por eso ahora resulta crítico que en los próximos días el equipo económico muestre que puede regular el ritmo de devaluació­n sin saltos demasiado bruscos y que es capaz de anclar las expectativ­as inflaciona­rias a un ritmo próximo a la meta inflaciona­ria revisada.

En el plano cambiario el Banco Central deberá estar dispuesto a utilizar las reservas disponible­s, que por fortuna son suficiente­s para evitar excesos de volatilida­d en el precio del dólar.

El otro frente clave es el de las negociacio­nes paritarias de los próximos meses. Aquí será crucial la capacidad del gobierno de encauzarla­s de modo consistent­e con las nuevas metas de inflación. Esto requerirá un desempeño fiscal acorde con los compromiso­s asumidos y una política de ingresos capaz de coordinar las expectativ­as inflaciona­rias de empresario­s y sindicalis­tas con las metas del gobierno.

El año próximo el fisco enfrenta necesidade­s de financiami­ento no menores a los 50 mil millones de dólares, siempre y cuando logre cumplir la meta de 3,2% de déficit primario, un objetivo que la mayoría de los analistas estima difícil de alcanzar ya que supondría reducir el gasto primario alrededor de un punto y medio del producto.

No obstante, si se quiere asegurar un acceso fluido a ese financiami­ento, en particular al provenient­e del exterior, el margen para que la trayectori­a fiscal efectiva discrepe de la comprometi­da por el gobierno es mínimo.

En cualquier caso, el cambio de política era imprescind­ible si se quería evitar que el país quedase entrampado en una situación de altas tasas de interés, mayor atraso cambiario y déficit gemelos crecientes. Ya sabemos por experienci­as pasadas dónde concluye ese camino.

Por supuesto este cambio no está exento de riesgos. Por eso exigirá, entre otras cosas mucha mayor coordinaci­ón entre el Banco Central y el Tesoro. Pero si no queremos caer en los problemas del pasado no hay más remedio que intentarlo. ■

Una desacelera­ción más gradual de la inflación debería permitir bajar las tasas de interés para frenar el proceso de apreciació­n cambiaria.

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