La elección del “mejor compañero”
Un pibito de once años, muy bien vestido, es elegido mejor compañero en el colegio. Llega a su casa y se lo cuenta al padre. El papá lo escucha y lo reprende con una frase incunable que dice así: “Que sea la última vez”. Lo reta desde su sillón asillonado con huella de trasero en forma de asteroide. Le explica que nadie de once años está capacitado para saber nada acerca de la camaradería. Ni a los once, ni a los 30, ni a los 48 ni a los 101. Y le aclara que “camaradería”, “compañerismo” o “lealtad” quieren decir lo mismo. Mientras expone se da cuenta de que los sinónimos son palabras que se vuelven peronistas.
La gente que quiere elegir “mejor compañero” puede ser la misma que querría convencerte de que Jesucristo es hijo de Dios. El chico escucha -¡qué otro remedio!- , pero como si una chispa de verdad asomara en el maníaco razonamiento de su padre, de pronto lo interrumpe: en la semana de la elección las cosas estuvieron raras, dice el chico. Algunos regalaban caramelos todos los días. ¿Ca- ramelos? Sí, y una piba llevó una bandeja de cupcakes. El nene lo asocia a una manera de agradar. El adulto traduce con su particular ítaca: demagogia.
En la recta final hacia a la votación escolar - votación que ya sabemos quién ganó-, cada alumno inventa su propio esfuerzo. Los más conservadores llevan hojas para repartir entre los que necesitan hojas. Otros, buscando asegurarse la primera minoría, hacen piyamadas multitudinarias.
¿Y vos?, preguntó el padre, ¿vos que hiciste? Ya te dije, papá, yo repartí la plata que me había dejado el Ratón Pérez.