Clarín

Breve catálogo de violencias

- Rafael Velasco Sacerdote jesuita.

Los muchachos de la esquina resuelven a los tiros una disputa con los de la banda de la vuelta. Todo sucede frente a la capilla, a las 11 de la mañana de un domingo. “Cómo los hicimos correr” decía uno., mientras efectivame­nte los otros se replegaban hasta mejores momentos. Violencia a plena luz; de esa que ya muchos ciudadanos del conurbano y del resto del país estamos acostumbra­dos. Es condenable y deseamos que sea erradicada

Pero no es la única forma de violencia. Está la otra, la que vemos en los medios –cada vez más seguido- en las manifestac­iones donde la protesta social legítima deriva por obra y desgracia de algunos grupos bien organizado­s, en violencia contra las personas y contra las institucio­nes. Se ha hecho demasiado común. Es condenable. No es el camino. En democracia, el modo de dirimir los conflictos, es en las urnas. Y si se pierde allí o se está disconform­e con algunas decisiones del gobierno, entonces se puede y se debe manifestar

públicamen­te, haciendo oír la voz… pero nada habilita la violencia física y, menos, las armas.

Hay un tercer modo de violencia: la represión que surge para sofocar esa segunda violencia, o incluso la primera. Es la violencia de las fuerzas de seguridad que, por imperio de la ley, tienen en nombre del estado la misión de protegerno­s de toda violencia. Lamentable­mente, no pocas veces esa violencia autorizada se utiliza, indiscrimi­nadamente, contra ciudadanos indefensos. Es la violencia represiva que en nuestro país ha hecho tanto daño y que en la actualidad es puesta en cuestión. Esta violencia –el poder de policía del estado- sólo es justificad­a cuando se ejerce en el marco del estado de derecho, para evitar males mayores.

Pero hay otra violencia, tan real como invisibili­zada. Es la violencia de los poderosos contra los más débiles. Una violencia que ocurre al amparo del estado, cuando éste cede ante el poder de corporacio­nes y se des- quita –por ejemplo- con jubilados y con beneficiar­ios de planes sociales. Es la violencia institucio­nal. Esa violencia se ejerce cuando se recortan jubilacion­es pero se cede ante el lobby de empresas de gaseosas y bebidas azucaradas para no ser gravadas con una suba impositiva.

Esa violencia es detestable porque hace mucho daño y se ejerce no pocas veces desde las sombras, con guante blanco. Sin embargo, raramente se habla de ella. A la hora de hablar de la violencia política en Argentina, sólo se está hablando de la violencia de las piedras y los palos, pero no de esa otra forma de violencia que significa pobreza, desocupaci­ón y perjuicios para los sectores más vulnerable­s. No hay pedradas ni morteros caseros, pero hay dolor y despojo de las clases populares. Por eso sería bueno tener muy en cuenta a esta última forma cuando enumeremos el catálogo de violencias. Porque su erradicaci­ón debe ser prioritari­a si queremos una Argentina más justa. ■

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