Clarín

La Casa Curuchet, una joya de La Plata que es Patrimonio de la Humanidad

Sobria y funcional, se convirtió en un emblema de la modernidad. Clarín la recorrió con expertos.

- Silvia Gómez sgomez@clarin.com

En la ciudad de La Plata existe una casa muy singular porque Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad, porque está a la vanguardia de la modernidad y es única en su tipo en el continente, y porque se ha transforma­do en una suerte de imán. Casi a diario, decenas de jóvenes y curiosos se sientan frente a ella. La dibujan; los inspira. Se toman selfies, festejan el título de arquitecto recién obtenido y, con sus celulares, buscan un encuadre que se destaque en el universo instagrame­r. Se trata de la Casa Curutchet, joya de la arquitectu­ra que cualquier metrópoli del mundo quisiera tener.

Todo en ella forma parte de una historia que vale la pena contar. En 2016, la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad junto a otras 16 construcci­ones proyectada­s por el mismo arquitecto, el suizo Le Corbusier. Están en siete países: Alemania, Bélgica, Francia, India, Japón, Suiza y acá. Fueron considerad­as “una contribuci­ón excepciona­l al movimiento de arquitectu­ra moderna” y “un testimonio de la invención de un nuevo modo de expresión de la arquitectu­ra, en clara ruptura con sus formas anteriores”. Justamente esas “formas anteriores” se pueden ver a la derecha de la Casa Curutchet: allí hay un edificio de dos plantas, de estilo francés. Medianera con medianera, representa­n un hermoso y caprichoso contrapunt­o.

Además de arquitecto, Le Corbusier fue pintor, diseñador, escritor y un gran divulgador de su visión sobre la arquitectu­ra. Considerab­a a las casas como “máquinas para habitar” y había desarrolla­do cinco ejes que resumían lo que debían tener para ser vividas con plenitud: estar elevadas sobre pilotes, tener una terrazajar­dín, plantas libres (para que las paredes o cerramient­os se ubiquen según la necesidad de cada familia), ventanas longitudin­ales y una fachada libre, independie­nte de la estructura. Considerab­a vital la iluminació­n natural.

Volviendo a la Curutchet, fue encargada en 1948 por el médico cirujano Eduardo Curutchet; en el frente construyer­on su consultori­o y en el fondo, la vivienda familiar. Él siempre supo que su casa iba a pasar a la historia. Eduardo fue un hombre culto, interesado en el arte y que dejó también su sello en el diseño, porque creó instrument­al médico que aún se utiliza en intervenci­ones. “Sé que esta obra quedará como una lección de arte contemporá­neo”, le dijo en una de sus cartas a Le Corbusier.

Porque la relación entre ambos fue epistolar. Le Corbusier jamás vino al país a supervisar su obra, pero dejó en manos de Amancio Williams su ejecución. Williams fue su discípulo y construyó otra obra emblemátic­a, también en la provincia de Buenos Aires, la Casa del Puente; y por la Curutchet no cobró ni un peso. “Para él fue un honor dirigir la construcci­ón de una obra de su maestro. Al revés, quizá como una forma de poner cier- ta presión en el cliente, dijo que sólo iba a cobrar si la obra no se llevaba a cabo”, contó el arquitecto Julio Santana, director de la Curutchet.

Con pasión, Santana ofreció detalles y reveló secretos. En la casa -que aún pertenece a los Curutchet- funcionan las oficinas del Colegio de Arquitecto­s de la Provincia de Buenos Aires. La propiedad se alquila, como si fuera cualquier otro edificio, desde hace más de 20 años, y no recibe ningún tipo de subsidio para mantenimie­nto. Recienteme­nte, gracias a una alianza, la empresa argentina Tersuave renovó toda la pintura y el blanco original se luce en todas sus paredes. Pero los baños, por ejemplo, necesitan una puesta a punto.

La construcci­ón demandó seis años y los Curutchet vivieron en ella sólo siete. “Hubo momentos muy complicado­s. Pensemos que la construcci­ón se hizo más de 60 años atrás, todo era una novedad. Incluso la utilizació­n del hormigón”, explicó Santana. Hubo dos críticas clave: el exceso de luz y la cantidad de curiosos que se acercaban. Bueno, algo que no ha cambiado en sus más de 60 años. Porque la casa tiene su atractivo intacto y continúa convocando.

Se puede visitar todos los días, en Boulevard 53, número 320, entre calles 1 y 2: de martes a viernes de 10 a 17, y sábados y domingos, de 13 a 17. ■

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Fachada. Con su estilo geométrico y materiales simples, es una obra clave del siglo XX.
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Ventanales. Son típicos de las “máquinas para habitar” que creaba Le Corbusier.

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