Arquitectura británica, flexible y eterna en Buenos Aires
Pocos días antes de fin de año, la sede de la Residencia Británica, ubicada en La Isla, la zona más exclusiva del barrio de Recoleta, cumplió 100 años. El edificio nació como vivienda de una de esas familias tradicionales de la Argentina. Según cuenta el arquitecto Jorge Tartarini en su libro Residencia Británica, 1917-2017, Carlos María Madero y Sara Unzué Baudrix se casaron en 1898 y cuatro años después convocaron a los arquitectos británicos Walter B. Bassett Smith y Bertie Hawkins Collcutt para que hicieran su casa, un hôtel particulier de unos 3.500 metros cuadrados, en un terreno de unos 7.000, en lo que fuera la Quinta de Hale.
Por esos años, los ingleses estaban de moda y tenían fuerte presencia en los negocios y en los ferrocarriles. En 1914, aparecía la legendaria tienda Harrods; en 1915, la terminal Retiro del ferrocarril Mitre; en 1916, la Torre Monumental (Torre de los Ingleses) y la exótica vivienda para empleados del ferrocarril conocida como La Colorada, en Cabello y República Árabe Siria, y completaban el combo en 1917, con la Con- fitería Richmond, para el tecito de media tarde.
Como muchos otros profesionales, Walter B. Bassett Smith y Bertie Hawkins Collcutt vinieron a la Argentina atraídos por el tsunami constructivo de principios de siglo. Pero, como dice Tartarini, no solo construyeron los tendidos ferroviarios, estaciones, establecimientos industriales y las infraestructuras de cada pueblo, también templos, bancos, clubes, colegios, hoteles, hospitales y una innumerable variedad de tipos y modelos residenciales.
Bassett Smith fue arquitecto estrella de la elite marplatense, donde diseñó chalets pintoresquistas para familias como las de Martínez de Hoz, Blaquier, de Urquiza. Para esta última, la famosa Villa Silvina donde desde 1942 residieron Bioy Casares y Silvina Ocampo. Con Collcutt construyeron otros hôtels particuliers como el de Axel Aberg Cobo y Sara Pearson Hale en Las Heras 1722 y varios cascos de estancia, entre otros, siempre usando elementos estilísticos del neogótico, neorrománico, tudor, y de otros historicismos, en clave pintoresquista.
La Residencia de la familia Madero-Unzué se levantó entre los años 1913 y 1917. A partir del año 1947 pasó a manos de la Embajada Británica y como dice con orgullo Mark Kent, el actual embajador, “Es el edificio más lujoso que Ingla- terra tiene en el mundo”. Por suerte, como recordó con sus palabras el día del festejo del aniversario, desde 2001 es Monumento Histórico Nacional. Lo que hace que esté a salvo de quienes quieran (como ya sucedió) hacer fabulosos negocios inmobiliarios con esa tierra ubicada en el lugar más caro de Buenos Aires.
El predio original tenía 51 metros de frente por 45 de fondo. Luego, incorporaron los terrenos posteriores donde se encontraba la casona de la ex Quinta de Hale. Su volumetría es compacta, de planta rectangular y solo sobresale el gran pórtico de acceso. En el basamento está el vestíbulo y gran hall, acompañado de áreas de servicio. En el piano nobile, se organizaron los ambientes de uso social: el gran salón, la biblioteca, la sala de estar y el comedor que salen al gran balcón con balaustrada. Los dormitorios, el boudoir y otros ambientes destinados a guardarropa se ubicaron en el segundo piso enhebrados por un corredor de amplias dimensiones. Y en el último nivel, de las mansardas con buhardillas, ubicaron las habitaciones de servicio, las áreas de lavado, planchado, lencería y el depósito de baúles.
La ornamentación de sus frentes es más bien escueta y severa, responde al estilo eduardiano, que surgió en el Reino Unido a principios del siglo XIX en reemplazdo del victoriano, que acá competía con el estilo francés. Según Tartarini, esta residencia combina elementos de influencia borbónica con otros del neopalladiano inglés del siglo XVII.
Hoy, los interiores de la Residencia se encuentran relucientes y mantienen mucho del equipamiento original. A lo largo de estos años sus habitaciones y jardines vieron pasar artistas importantes como los Rolling Stones, Roger Waters y Coldplay. También personajes ilustres el príncipe de Gales y Lady Di. “Diana nos impactó a todos, era muy simpática. Estuvo varios días en la Residencia y le gustaba mucho el jardín y la pileta”, dice Samuel “Sam” Victoria, mayordomo desde hace más de 20 años. “Recuerdo que un día me comentó que nunca había visto un cielo tan celeste como el de aquí”.
Pero claro que los tiempos cambiaron. Tal es así que no es el único edificio familiar que terminó convertido en embajada, museo, hotel o alguna otra cosa. Entre otros tantos figuran el Palacio Pereda, hoy embajada de Brasil; el Ortiz Basualdo, embajada de Francia; el Alvear, de Italia; el Acevedo, de Arabia Saudita; el Bosch, de EE.UU. Pero también el Palacio Anchorena, hoy palacio San Martín (Cancillería); el Palacio Paz, donde funciona el Círculo Militar; el Errázuriz, Museo Nacional de Arte Decorativo; el Palacio Álzaga Unzué y el Duhau que son parte de grandes cadenas de hoteles.
Podría aplicarse algo de lo que dice Tartarini al concluir el mencionado libro: “En el terreno de los bienes culturales, una de las claves para conservar el patrimonio histórico es mantenerlo en uso e integrado a las necesidades del presente. Este principio se hace palpable realidad en la Residencia Británica, pues diariamente acontece en ella ese importante desafío que implica “habitar el patrimonio” y mantener el necesario equilibrio que debe existir entre cambio y conservación, entre respeto a espacios y lugares históricos de altísima singularidad y los requerimientos de hoy”.