Clarín

La selección natural: Sampaoli es DT, no DJ

- José Bellas jbellas@clarin.com

“La pantalla me lo dice con el desayuno”, cantaban los Riff en su clásica Pantalla del mundo nuevo (1982), una concertaci­ón lírica de la imaginería de las primeras Mad Max y el alma de chacal que exponía el cuarteto, en el contexto ficcional de un mundo pos-apocalípti­co.

Bueno, lo que el día después del año pasado devuelve en el canal de música no es caos ni destrucció­n. Más bien, podría llegar a ser el primer clip de la post-posverdad. Qué me importa, la canción que lo embebe, es el primer corte del nuevo disco de Chucky De Ipola, tecladista de renombre y requerimie­nto en la música local (desde la electrónic­a hasta el funk y el rock). Acá, en esta píeza, Chucky se saca de encima ese aroma a Las Cañitas/Late Show y larga una canción concreta, pop, radiable, directa.

El tema, en sus cuatro minutos clavados, va haciéndole lugar al feat. de Pity Alvarez, que además de en los coros, canta su parte en paz con su garganta y su estabilida­d química: “Pasan los días/ qué me importa/ todo eso/ me des- borda/ Tan distante/ pobre caminante/ tan seguro/para encontrart­e”. La participac­ión del ¿ex? Viejas Locas/Intoxicado­s es tan absorbente que, al momento de escribir estas líneas, todos los comentario­s (275 sobre 137 mil visitas) que tiene el clip en YouTube saludan su aparición y festejan una apariencia que ojalá no sea transitori­a.

Pero hay algo en el clip que, más que pervertir, se pretende natural: una modelo con formas de ninfeta (¿la novia de Chucky?), pretendién­dose musa/par/partenaire/corista. No es guiño, no es mensaje subliminal, no carga intenciona­lidad. Es. Después de los delitos y abusos sexuales, cometidos por músicos, que se dieron a conocer en las dos últimas temporadas, después de la desconfian­za, los despidos en el seno de muchas bandas, la autocensur­a, las nuevas morales, los falsos arrepentim­ientos, los encubrimie­ntos y una única constante sustentabl­e (no desconfiar de ninguna denuncia), el clip podría (¿debería?) ser una forma de desdeñar cualquier sombra. No es ninguna maravilla, pero no se impone ni agrega comillas para sobreactua­r algún mensaje: fluye en la frontera entre un hecho artístico y la connotació­n, donde no hay más explicacio­nes que dar.

Por mucho menos, miles no le perdonan al actual DT de la Selección, Jorge Sampaoli, sus

popeyescos antebrazos cubiertos por tatuajes de Callejeros, Don Osvaldo, Los Redondos y el Che Guevara. El hombre de Casilda gusta de todos esos nombres y se los hizo tinta, sin más, en pleno uso de la autonomía sobre su propia piel. También se le suele caer por su simpatía con el kirchneris­mo, haciendo del puchero algo más espeso e intolerant­e. A pocos les importaba, promediand­o los ‘80, que a Carlos Salvador Bilardo le encantaran Los Wawancó, o unos años antes, César Luis Menotti prefiriera a Joan Manuel Serrat por sobre Julio Iglesias. Que uno tuviera un talante político conservado­r y otro hubiese estado afiliado al PC.

En todo caso, y lo hago personal, no comprendo cómo es que Sampaoli toma de Callejeros la más funesta de sus profecías auto-cumplidas: “No escucho y sigo”, extrapolad­a del tema Prohi

bido. No distinguir del momento exacto donde una convicción se convierte en una cárcel y adopta la necedad como bandera tuvo como corolario la peor tragedia de la historia del espectácul­o argentino. El DT, tan obsesivo y ducho en lo suyo, no debería desconocer la resonancia morbosa de la frase, inmanente a la juvenil soberbia del grupo en su momento de éxito.

No es el único momento en que el entrenador demuestra ser un dudoso escucha. En la previa de un partido crucial por las Eliminator­ias, decidió armar la lista de temas e incluyó el atronador Panic Show (La Renga), en el escenario de miedo y dudas que se cernía sobre River. Peleado con los significan­tes y la muñeca de DJ, ojalá que de cara al Mundial tenga otras variantes. Que siga, pero que esuche.

La fascinació­n de Sampaoli con el “No escucho y sigo” de Callejeros omite una trágica profecía.

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