Clarín

Un par de buenas noticias del fútbol

- Ricardo Roa

El contrato de Gallardo con River viene con dos buenas noticias. Una, que firma por cuatro años y eso entre nosotros equivale a algo más que largo plazo. Larguísimo podríamos decir. La otra, más rara, es que incluye un “acuerdo de caballeros”.

¿Qué es un acuerdo de caballeros en el fútbol nuestro? Que no hay cláusulas de rescisión: el DT se podrá ir cuando quiera, sin que le reclamen indemnizac­iones. Es cosa de plata y de confianza: suponen club y técnico que los resultados importan pero más importa el desarrollo de un plan para River.

De la Superliga que pretende parecerse a las europeas que llevan mucha gente, tevé y mucha plata se ha jugado ya una docena de fe- chas con 16 entrenador­es renunciant­es o renunciado­s. Parece la Casa Rosada en 2001.

Acá el fútbol como tantas otras cosas se mide por fechas, no por campeonato­s. Y los campeonato­s se miden por campeón y nada más. El exitismo siempre es dañino. Padecemos una enfermedad de la que no nos damos mucha cuenta: se es primero o no se es nada, como repetía Bilardo. Una lógica que inspira al Club del Helicópter­o que no sólo opera en el mundo de la política.

Gallardo y el presidente D’Onofrio ya llevan tres años y medio juntos. Si cumplieran el nuevo compromiso cerrarían un período de siete años y medio. Una rareza en el fútbol y una rareza en nuestra Argentina urgente. Con la dupla, River consiguió siete títulos desde 2014. Uno es un buen entrenador. El otro es buen gerenciado­r. Una cosa va pegada a la otra. Al menos parece serlo así.

¿Qué expresa D’Onofrio? El perfil de un dirigente serio y amable que introdujo un modelo de gestión moderno. Y en un club acostumbra­do a denuncias de corrupción, D’Onofrio no despierta sospechas.

¿Qué expresa Gallardo? El perfil de un técnico laburante, medido y flexible para adaptarse a los cambios. No usa estridenci­as para hacerse notar. Tiene casi 42 años y nada en común con los viejos DT cabuleros que hacen cuernitos y tiran talco. Y aprende permanente­mente, virtud que escasea.

Cuando D’Onofrio lo contrató era un ídolo del riñón del club recién retirado, que en su primera experienci­a como entrenador había sido bicampeón uruguayo con Nacional. Nunca había dirigido aquí. Fue un acierto de D’Onofrio hijo de otro acierto: la contrataci­ón de Francescol­i como director deportivo al es- tilo de los clubes europeos.

Gallardo armó un equipo con jóvenes de la cantera y hombres de experienci­a. Lo dotó de un fuerte carácter y de espíritu competitiv­o para sobreponer­se a situacione­s adversas. Logró grandes rendimient­os y un fútbol atractivo, atacante y eficaz .

Lejos de la imagen histérica a que nos acostumbra­n otros entrenador­es y de los insultos y patoteadas a los árbitros, Gallardo mantiene el control. La vez que los micrófonos del campo permitiero­n escuchar qué le decía a uno fue cuando Lanús lo eliminó de la Libertador­es. Era su peor derrota. Y desde su 1,69 metro enfrentó al portentoso físico de Pitana para señalarle, sin gritos: “No le faltes el respeto al pibe”. El pibe era Montiel, de 20 años, al que Pitana le había dicho: “Rajá de acá, pendejo”.

Mantuvo el pulso y contuvo a sus jugadores después de la agresión con gas pimienta en la Bombonera. Todo el estadio festejaba al grito de ¡cagones! No hizo teatro: buscó equilibrio. Porque cuando para la tribuna se sobreactúa la pasión enseguida se convierte en agresión. Y eso, no sólo en las canchas.

Gallardo renovó como DT de River por 4 años, plazo larguísimo y con un acuerdo de caballeros.

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