El recuerdo de Olmedo y la frivolización de una atroz pesadilla
Espanto. El dictador de Corea del Norte parece un líder serio al lado de Trump.
Donald Trump cometió dos errores simultáneos con su último capítulo del palabrerío adolescente que suele exhibir frente a su contrincante de Corea del Norte. O quizás tres. El mundo está espantado, aunque no se lo diga tanto, con la posibilidad de un enfrentamiento nuclear. La frivolización de semejante pesadilla a partir de quien tiene a mano el mayor botón de la tragedia es una medida del carácter y talento sobre de qué va realmente el liderazgo que puede o no evitarla. Ese primer error es un gesto de debilidad como lo es siempre la torpeza. Y deja a Kim Jong-un, el dictador norcoreano, en un lugar más serio y reflexivo.
Trump no debería disputar el lugar del líder imprevisible. Es otro error inaceptable y una costosa cesión de iniciativa que pierde de vista que la madurez suele estar del lado de la legitimidad. Hace pocas horas, el heredero de la implacable dinastía de Pyongyang avisó que su país ya in- tegraba el club de los países con mayor capacidad de destrucción del planeta, que este año multiplicaría su arsenal atómico y que el botón nuclear estaba siempre sobre su escritorio. No es una amenaza aclaró, sino la constatación de una realidad. A eso respondió Trump con su bravata de tamaños. Pero el dato político concluyente es que lo que dice Kim Jongun es cierto y ya no es posible revertirlo. De lo que se trata es de negociar con esa realidad presente.
El tercer error del magnate presidente ha sido intervenir con estos modos en un paso novedoso que se ha producido en la Península del nordeste asiático. En su discurso de fin de año, el dictador norcoreano tuvo por primera vez un gesto de apertura hacia el sur. Y propuso que una delegación deportiva de Pyongyang pueda intervenir en los Juegos Olímpicos de Invierno de febrero próximo que se disputarán en Corea del Sur. El gobierno socialdemócrata de Seúl tomó de inmediato el guante para utilizar la vía deportiva como un pretexto de negociaciones más ambiciosas.
Trump caracterizó ese paso de Kim como producto de su estrategia de ahogo financiero contra Norcorea y lo revoleó en Twitter como un dato claro de que el régimen feudal estaba retrocediendo y Washington triunfando. Además del error en el análisis, el problema es que podría haber desarmado este pequeño avance si el líder norcoreano se hubiera tomado en serio lo de disputar botones y tamaños con su contrincante norteamericano. La estrategia de Corea del Norte va por otro sendero. Se sostiene en lo que ha conquistado y busca ampliar su influencia. Por eso también ha restaurado las lineas de comunicación de un lado al otro del Paralelo 38. Es un problema porque nunca es buena medicina que un país con esas características despóticas y de juego sucio manipule un poderío que además puede ser trasegado a quienquiera que se ponga en su camino. China también es responsable de ese crecimiento del poderío norcoreano, pero Beijing no puede ceder esa alianza crítica ante este Estados Unidos, aunque sí estuvo dispuesta a hacerlo con Barack Obama. La no generación de confianza tiene estos costos.
Hace poco, el ruso Vladimir Putin invitó a su colega surcoreano Moon Jae-in a una cumbre con dirigentes del norte de la Península para discutir un plan sobre ampliación de carreteras, vías férreas y asistencia a la dictadura norcoreana. La idea del Kremlin es que ese trabajo generaría compromisos de parte del régimen y previsibilidad. Moon compró esa idea y es por eso que acepta convertir los Olímpicos de Invierno en herramienta diplomática. Atento a la conducta de Trump, es posible coincidir que el plan de Putin parece una salida más sensata.
La pobreza de los argumentos agrega una última reflexión. Si el inolvidable Alberto Olmedo hubiera sido estadounidense, seguramente su “no toca botón” sería consagratorio entre los tuits del inquietante mandamás norteamericano.
El presidente de EE.UU. no cesa de cometer errores estratégicos en su disputa con Kim.