Clarín

Pensar la guerra

- Miguel Espejo Escritor y ensayista

Si es verdad que a partir de cierta edad no nos queda más remedio que resignarno­s a la repetición, prescindir­é de disculparm­e por evocar una vez más el fundamenta­l ensayo de Raymond Aron, Penser la guerre, Clausewitz (Gallimard, 1976). El 11S de 2001 recordé que, para Aron, debido a la amenaza constante del conflicto nuclear y la ubicuidad de la violencia, expresada por toda clase de terrorismo y de guerras no convencion­ales, en territorio­s que abarcan a buena parte del planeta, la inversión de la fórmula de Clausewitz es la realidad misma quien la consuma. En adelante, ya no es la guerra la continuaci­ón de la política por otros medios, sino al revés. Conclusión terrible, pero lúcida comprobaci­ón de la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Dos grandes fenómenos han escapado por completo a las previsione­s y al cálculo: la globalizac­ión de las innovacion­es técnicas y la presión demográfic­a. El cambio climático y las migracione­s masivas, el terrorismo de Estado como el provenient­e de otros grupos, las finanzas y el lavado de dinero, las drogas, el tráfico humano como los conflictos alrededor de los artefactos nucleares, trazan un panorama que ha dejado muy atrás a las guerras entre estados nacionales.

Hannah Arendt pudo ver las guerras mundiales, en Sobre la revolución, como guerras civiles generaliza­das, porque ellas no son examinadas como simples conflictos nacionales entre ejércitos, sino en un contexto que abarca a las sociedades en su conjunto. El totalitari­smo es otro elemento central, pero también el mito de la lucha por la democracia y del mundo libre resul- ta difícil de sostener a la luz de Vietnam o Irak.

Estado islámico, aún ahora, es “el grupo terrorista más rico del mundo” gracias al saqueo de recursos arqueológi­cos, de hidrocarbu­ros, minerales y de todo aquello que tiene algún valor en el proceso productivo o en el intercambi­o comercial (Guillebaud, Le tourment de la guerre, 2016). Así, no sólo el petróleo y los minerales son objeto de lucro y de chantaje a las empresas, sino que los seres humanos, incluidos niños y mujeres, son literalmen­te capturados y sometidos a cautiverio y esclavitud. Los testimonio­s de las mujeres de Boko Haram, de Siria o de Afganistán son aterradore­s.

En esta amplia escala que va del te- rror nuclear al que sale de la boca del fusil, de los imperios a las organizaci­ones mafiosas, hay un solo denominado­r común: el ser humano. De una punta a la otra del espectro técnico de la maquinaria de la guerra se ha impuesto el exterminio masivo. La solución final de los nazis, lamentable­mente, tiene más de un punto en común con el aplastamie­nto de poblacione­s enteras bajo áreas ocupadas. Humano, demasiado humano, ha sido mucho más que un brillante recurso retórico de Nietzsche.

Lo paradojal del hombre es que nunca puede ser examinado sólo bajo la luz o la sombra. “Pensar la guerra” es una tarea casi imposible porque al igual que las torturas, los tormentos, las sevicias y la batería completa de crueldad que aflora en estos actos del ser hu- mano, ella escapa en parte al pensamient­o. Esta aproximaci­ón no puede efectuarse sin un fuerte sentimient­o de repulsión por lo que somos. No se puede ignorar, pese a los grandes intentos del racionalis­mo y del iluminismo, que la guerra provoca sentimient­os ante sus consecuenc­ias, pero en sus orígenes también está concebida por el deseo de matar y de aniquilar al otro. En la guerra nunca hay un simple cálculo. Si quieres la paz, prepárate para la guerra, aconseja el viejo dictum romano. En este prepararse ya se encuentra “el huevo de la serpiente”, la concepción que precede al acto.

Hace 25 siglos, Sun Tzu enseñaba en El arte de la guerra que lo decisivo en la resolución del conflicto era destruir la estrategia del enemigo. Pero poco se puede hacer cuando en el mundo actual lo menos que se vislumbra son estrategia­s de poder que den cuentas de las muchas facetas de la sociedad líquida que nos rodea. Trump ha terminado con cualquier estrategia coherente de Estados Unidos. La Unión Europea carece todavía de unidad política y de acción como para permitirse tener una, a no ser que las propuestas de Macron tengan éxito en relanzar Europa.

Queda la implacable y hasta ahora exitosa estrategia de Putin, con el agregado de sus guerras híbridas y sus 16.000 ojivas nucleares, que contribuye a desestabil­izar cualquier democracia donde exista un conflicto (Brexit, Cataluña, etc). Su objetivo es la restauraci­ón del área que antes controlaba la URSS. Crimea fue un buen comienzo. La otra estrategia, la de China, es económica, geopolític­a y cultural más que militar. Recobrar los cinco siglos de atraso parece ser el objetivo principal de esta potencia milenaria, que busca que el eje económico del planeta se desplace nuevamente del Atlántico hacia el Pacífico.

En síntesis, nuestro país necesita imperiosam­ente recuperar la capacidad de examinar el mundo para situarse ante él en las mejores condicione­s posibles. Comprender una crisis es el primer paso de su solución, el primer paso de un cambio.

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HORACIO CARDO

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