Clarín

¡Qué ricos somos los argentinos!

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

A veces el horror está acá nomás. En Pompeya, pongamos. El horror que imagina Horacio Convertini en su novela Los que duermen en el polvo transcurre entre calles que se llaman Centenera o se llaman Perito Moreno, aunque casi nadie se acuerde ya, después de la peste. “A las calles interiores las numeraron y sólo respetaron la denominaci­ón de Sáenz, la gran avenida comercial del viejo barrio”. ¿Qué pasó? Una peste hay, y los apestados se comen a los sanos a mordiscone­s. Los privilegia­dos se han refugiado en la Patagonia y Pompeya es un fortín asediado por los “bichos”. A veces, cuando llegan periodista­s, el comandante los lleva a una de las murallas, los deja avanzar hacia territorio inseguro y por los parlantes, a todo lo que da, Rivero canta Sur y los “bichos” gimen. “Tienen el tango en el alma y no se los quita ni la peste”, dice el intervento­r, con toda crueldad. La televisión internacio­nal da cuenta de lo que pasa: “Me capturaron una s imágenes extrañas (...): tres personas tiradas sobre una cuarta, arran- cándole pedazos de carne a los mordiscone­s”.

El horror, a veces, toma mate. No es un extraterre­stre, es el protagonis­ta de Cadáver exquisito, la novela de Agustina Bazterrica donde hay otra enfermedad, un virus, que -dice el gobierno- ha atacado a los animales: hubo que matarlos y ¿de donde sacar proteínas? “Hubo grupos que empezaron a matar a personas y a comerlas de manera clandestin­a”, cuenta Bazterrica. El hilo se come por lo más delgado: “La prensa registró el caso de dos bolivianos desemplead­os que fueron atacados, descuartiz­ados y asados por un grupo de vecinos”. Vecinos. Así se pasa de la repulsión a la idea de que “la carne es carne, no importa de donde venga”.

Comerse, comernos, comernos para atacar o para sobrevivir, el mundo como batalla: eso imaginan dos novelas argentinas publicadas en 2017.

El canibalism­o, claro, recorre la historia de la humanidad y es fundante en Buenos Aires. Aunque no todos coinciden en que el relato sea real, el cuento cuenta que la expedición de Juan Díaz de Solís, que en 1516 llegó al Río de la Plata, terminó con los conquistad­ores asados. Con ironía, Borges cita el episodio en su “Fundación mítica de Buenos Aires”: Pensando bien la cosa,

supondremo­s que el río/ era azulejo entonces como oriundo del cielo/ con su estrellita roja para marcar el sitio/ en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.

Canibalism­o hubo, hay todavía en casos excepciona­les. Lo notable de estas novelas es que lo ubican en el futuro. Narracione­s de un futuro amenazante, en el que las cosas se le han ido de las manos a la civilizaci­ón. “El sueño de la razón produce monstruos”, advertía Goya hace unos dos siglos.

La distopía, ese relato de una sociedad otra y peor, viene pegando fuerte en este siglo, será lo que pasa después de que las viejas utopías que nos venían iluminando fueron derrotadas, fracasaron, alumbraron sistemas autoritari­os como el stalinismo.

Hay una vuelta política en Convertini: se prepara un golpe de Estado y quienes lo organizan se hacen llamar “los Puros”. Milicos, dirá el intervento­r con desprecio. Contra la democracia.

El canibalism­o de Cadáver exquisito es, si se quiere, más estructura­l. No ya el bicho desesperad­o y muerto de hambre que olerá un cuerpo en el viento y correrá a hacerse de él. No ese bicho al que los humanos - nosotros- tiene a raya, por las malas o por las muy malas. El punto del canibalism­o de Cadáver exquisito es que está organizado, está normalizad­o. Hay sistemas de producción de humanos para consumo, hay reglas sobre cómo tratarlos, hay criaderos caseros, hay cadena de frío, hay platos gourmet. No es un estado de excepción sino una forma de vivir que, bueno, ha sido aceptada y que sirve para que la gente como la gente siga viviendo, cantando, creando, paseando en auto y escribiend­o columnas en los diarios.

Comernos para atacar o para sobrevivir, el mundo como batalla: eso imaginan dos novelas de 2017.

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