Clarín

Los teléfonos que no se usan para hablar

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

De un tiempo a esta parte, smartphone­s mediante, los teléfonos son instrument­os que, en contadísim­as ocasiones, incluso sirven para hablar. Y si no, hagan el ejercicio de re- cordar cuándo fue la última vez que el aparatito sonó no con el sonido del whatsapp, el del mensajito de texto (lentamente también en desuso) o el de alguna otra app habida o por haber, sino con el famoso ring que indica una voz humana del otro lado de la línea, esa suerte de anacronism­o digno de mejor causa.

Es cierto que las comunicaci­ones se cortan, que según por dónde ande circulando uno o en el área de qué celda telefónica caiga, se necesitará­n dos, tres, o hasta cuatro intentos para completar la conversaci­ón. Todo eso, más la necesidad de la instantane­idad (en medio de una reunión en general no se puede atender el teléfono, pero una respuesta de whatsapp, después de todo, no se le niega a nadie) junto con la urgencia por calmar ansiedades propias y ajenas (¿quién resiste una espera mayor a diez segundos sin que llegue la ansiada respuesta, independie­ntemente del tenor del mensaje mandado?) han convertido a todo lo que pueda escribirse en la pantallita en reemplazo seguro del antiguo y proverbial llamadito. Claro que hay un inconvenie­nte: si la idea es, una vez más, aprovechar el tiempo e ir contestand­o mensajes a bordo de un taxi, por ejemplo, mejor será abstenerse. Los saltos a que obligará ese no sé qué de las callecitas porteñas pueden hacer que el “besito” que estamos tipeando se convierta, sin más, en un “bestia”.

Y ahí sí, no habrá explicacio­nes que valgan. Telefónica­s ni de ninguna otra especie.

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