Vacaciones en familia, ¿misión imposible?
*Coordinadora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral
Comienzan las esperadas vacaciones y esos días en que la familia se nuclea en torno a un programa común. Un período en el que suelen confluir varias generaciones, coincidiendo en destinos, espacios y tiempos. ¿Es la armonía un ideal posible? ¿Cómo conciliar diferencias de intereses en pro de la unidad familiar en épocas de descanso y disfrute?
No pocas veces, huimos del estrés laboral y enfrentamos otra tensión no menor: sumar unas soñadas vacaciones en familia. La perspectiva de gozar de horas compartidas que fortalezcan nuestros vínculos nos inspira. Y proyectamos. Pero nos topamos con la negativa de nuestro hijo adolescente. Así se disparan potenciales conflictos que amenazan con convertir el verano en una temporada para el olvido. En especial, si no observamos ciertos detalles. En primer lugar, cuidar la elección del destino. Resultará central. Cuanto más amplio sea el abanico de expectativas de los integrantes del grupo familiar, mayor atención se le deberá prestar. No será sencillo encontrar el medio adecuado para que cada uno pueda disponer de un programa atractivo y a su medida, porque somos esencialmente diferentes. Dife- rentes de nuestros ancestros y descendientes, y también de nuestros pares. Hasta de nosotros mismos en otra etapa de la vida. De ahí que puedan surgir tantas ideas como personas implicadas. Generar consensos será, pues, un primer ejercicio indispensable.
Llegada la adolescencia, las vacaciones con amigos son una opción jurada y la situación se complejiza. La escena es paradojal: cuando los hijos más necesitan de nuestra ayuda y acompañamiento, más la rechazan y se rebelan. Más se oponen a nuestras implorantes sugerencias. Ni hablar de mandatos.
Es por eso que conocer las características comunes de las distintas etapas evolutivas y las propias de nuestros adolescentes será un elemento clave. Algo que no se conquista de manera instantánea, sino que se recoge como fruto de una parentalidad efectivamente ejercida a través de los años. Un conocimiento que conjuga algún saber teórico, pero que encuentra fundamento y sentido en la práctica cotidiana.
En segunda instancia, promover la flexibilidad en las rutinas diarias. Alternando momentos de interacción familiar con otros de planes en paralelo. Favorecer esta autonomía no es sinónimo de desvinculación, sino de instalación de una distancia gradual que permita a los jóvenes ahondar en la vivencia de la autorregulación. Esto abarca, no obstante, una acción preventiva frente a las posibles influencias negativas del ambiente, que se impone hoy como un elemento ineludible de la educación familiar.
Finalmente, es requisito la creatividad en la propuesta de actividades conjuntas. Provocar, mediante una acertada dosis de tradición e innovación, el placer de estar juntos, la alegría de una cercanía afectiva que no supone estar aglutinados noche y día.
Porque la experiencia superadora vendrá de la mano de las calidades. Teniendo presente que siempre valdrán más nuestras convicciones personales que las tendencias sociales. Y que los adolescentes necesitan reconocer esos valores atemporales en los otros - cuánto más, en sus padres- para tomarlos y transformarlos, progresivamente, en ejemplos a seguir. Asumamos estas vacaciones como una oportunidad real. Recordemos que las presencias son insustituibles y que sólo una actitud abierta al encuentro intergeneracional dará paso al mutuo entendimiento. ■