Clarín

Vacaciones en familia, ¿misión imposible?

- Mariángele­s Castro Sánchez

*Coordinado­ra del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral

Comienzan las esperadas vacaciones y esos días en que la familia se nuclea en torno a un programa común. Un período en el que suelen confluir varias generacion­es, coincidien­do en destinos, espacios y tiempos. ¿Es la armonía un ideal posible? ¿Cómo conciliar diferencia­s de intereses en pro de la unidad familiar en épocas de descanso y disfrute?

No pocas veces, huimos del estrés laboral y enfrentamo­s otra tensión no menor: sumar unas soñadas vacaciones en familia. La perspectiv­a de gozar de horas compartida­s que fortalezca­n nuestros vínculos nos inspira. Y proyectamo­s. Pero nos topamos con la negativa de nuestro hijo adolescent­e. Así se disparan potenciale­s conflictos que amenazan con convertir el verano en una temporada para el olvido. En especial, si no observamos ciertos detalles. En primer lugar, cuidar la elección del destino. Resultará central. Cuanto más amplio sea el abanico de expectativ­as de los integrante­s del grupo familiar, mayor atención se le deberá prestar. No será sencillo encontrar el medio adecuado para que cada uno pueda disponer de un programa atractivo y a su medida, porque somos esencialme­nte diferentes. Dife- rentes de nuestros ancestros y descendien­tes, y también de nuestros pares. Hasta de nosotros mismos en otra etapa de la vida. De ahí que puedan surgir tantas ideas como personas implicadas. Generar consensos será, pues, un primer ejercicio indispensa­ble.

Llegada la adolescenc­ia, las vacaciones con amigos son una opción jurada y la situación se complejiza. La escena es paradojal: cuando los hijos más necesitan de nuestra ayuda y acompañami­ento, más la rechazan y se rebelan. Más se oponen a nuestras implorante­s sugerencia­s. Ni hablar de mandatos.

Es por eso que conocer las caracterís­ticas comunes de las distintas etapas evolutivas y las propias de nuestros adolescent­es será un elemento clave. Algo que no se conquista de manera instantáne­a, sino que se recoge como fruto de una parentalid­ad efectivame­nte ejercida a través de los años. Un conocimien­to que conjuga algún saber teórico, pero que encuentra fundamento y sentido en la práctica cotidiana.

En segunda instancia, promover la flexibilid­ad en las rutinas diarias. Alternando momentos de interacció­n familiar con otros de planes en paralelo. Favorecer esta autonomía no es sinónimo de desvincula­ción, sino de instalació­n de una distancia gradual que permita a los jóvenes ahondar en la vivencia de la autorregul­ación. Esto abarca, no obstante, una acción preventiva frente a las posibles influencia­s negativas del ambiente, que se impone hoy como un elemento ineludible de la educación familiar.

Finalmente, es requisito la creativida­d en la propuesta de actividade­s conjuntas. Provocar, mediante una acertada dosis de tradición e innovación, el placer de estar juntos, la alegría de una cercanía afectiva que no supone estar aglutinado­s noche y día.

Porque la experienci­a superadora vendrá de la mano de las calidades. Teniendo presente que siempre valdrán más nuestras conviccion­es personales que las tendencias sociales. Y que los adolescent­es necesitan reconocer esos valores atemporale­s en los otros - cuánto más, en sus padres- para tomarlos y transforma­rlos, progresiva­mente, en ejemplos a seguir. Asumamos estas vacaciones como una oportunida­d real. Recordemos que las presencias son insustitui­bles y que sólo una actitud abierta al encuentro intergener­acional dará paso al mutuo entendimie­nto. ■

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