Clarín

La última caminata del maestro rural

- Sebastián Lozano slozano@clarin.com

Alejo Acuña sale a cada rato al fondo de su casa. Y se entiende: pasó 24 años de su vida dando clases en una escuelita perdida entre los cerros salteños a la que llegaba con una caminata de entre 7 y 8 horas por la montaña, y sentir ahora un poco de pasto y tierra en sus zapatos lo ayuda a sobrelleva­r la transición a la vida urbana. El maestro rural acaba de jubilarse.

“Los docentes de frontera se pueden retirar con 25 años de aportes. Yo ahora vivo en la ciudad con mi mujer y mis 5 hijos, pero no termino de acostumbra­rme”, dice Alejo, por teléfono, desde Salta capital. Y cuenta que este mes va a cobrar su primera jubilación y que aunque no está deprimido su nueva vida le cuesta.

Clarín lo había acompañado el último Día del Maestro hasta la escuela N°4236 Fray Bartolomé de las Casas de Sala Esculla, a unos 35 kilómetros al sudeste de Iruya. Para llegar hasta ahí es necesario cumplir con una interminab­le travesía que desafía los límites físicos y psicológic­os de cualquiera que no esté acostumbra­do a los efectos de la altura. El camino nace en el paraje Río Grande, donde se empieza a seguir un irregular sendero a pie o lomo de mula. En el punto más alto del recorrido, conocido entre los lugareños como el Abra Helacho, se alcanzan los 4.700 metros sobre el nivel del mar. Allí la temperatur­a es bajo cero, los vientos pueden voltear a un adulto y el apunamient­o se siente. Mucho.

“Todavía no estoy adaptado a mi nueva situación. Es un cambio radical, que me llevará tiempo aceptar”, explica. Tiene 50 años y entre 1993 y 2017 les enseñó a leer, a escribir y a pensar a chicos de entre 3 y 15 años en un paraje perdido entre los cerros de la precordill­era salto-jujeña. El año pasado tuvo 15 alumnos, todos de familias humildes de las montañas, que duermen y se alimentan allí de lunes a viernes. Alejo solía pasar entre dos semanas y un mes en el lugar, muchas veces sin posibilida­d de hablar con su mujer y sus hijos.

Acuña, calcula, habrá caminado esa senda “unas 500 veces, sin exagerar”. Lo hizo por última vez el día que fue a llevar un dinero que recibió para el comedor escolar: “Hice la rendición y me volví a despedir de Noemí (Chauqui, la docente que lo reemplazó como directora de la institució­n) y los alumnos. Fue bastante emocionant­e. Los chicos suelen ser poco demostrati­vos pero cuando llegué más de uno me abrazó bien fuerte. Alguna lagrimita salió, de los dos lados. Me quedé un par de días y después me volví definitiva­mente a Salta. Extraño mucho la vitalidad de esos chicos, sus silencios, sus travesuras...”.

“Prometí volver para la fiesta de nuestro patrono, San Judas Tadeo. Es el 28 de octubre. Igual voy a tratar de ir antes, porque quiero mantener el vínculo con los chicos, acompañarl­os e incentivar­los a que sigan estudiando después de terminar la secundaria. Además, quiero mantener mi estado físico”, comenta, e insite en que extrañará al tortuoso camino hacia la escuela: “La tranquilid­ad del cerro, el ruido del agua del río y el viento puro y fresco son cosas que en la ciudad no se sienten. Acá sólo se escucha el ruido de los autos... La caminata me costaba, pero era como una terapia, un cable a tierra. Usaba esas siete u ocho horas para conectarme conmigo mismo”.

A pesar de ese sacrificio, dice que no se siente un héroe (”un héroe es quien hace las cosas de manera altruista, yo cobro un sueldo”, le había asegurado a Clarín cuando lo acompañó en su travesía). Al mirar atrás, dice que se fue conforme con su labor en la escuela. Pero avisa que le quedó una cuenta pendiente, un sueño que desde hace años le reclama al Estado y que todavía no pudo cumplir: que se construya un camino en la montaña para llegar al lugar en vehículo y así facilitar la llegada de provisione­s y poder evacuar emergencia­s.

“Tenemos expediente­s abiertos en la Dirección de Vialidad de la provincia de Salta, pero no hay novedades. Es muy triste. Por más que ahora la escuela tiene hasta Wi-Fi, es vital que haya una ruta para poder llevar mercadería, que entren médicos, odontólogo­s... Lamentable­mente hoy vemos como una utopía a algo que debería ser un derecho básico de los chicos. No sé si es responsabi­lidad del gobierno nacional, provincial o municipal, pero es una iniciativa que todos deberían apoyar. Vamos a seguir insistiend­o hasta que lo hagan. No me voy a cansar”, reafirma como si hiciera falta poner a prueba su paciencia y disciplina.

Sin ninguna gran responsabi­lidad más que dedicarle a su familia todo el tiempo que no le pudo dar estos años, el maestro ya tiene planes para 2018: estudiar y hacer deporte. “Quiero aprender algo de comunicaci­ón y periodismo. También peluquería, para ayudar a mi hijo, que es peluquero. Y me anoté en el torneo de veteranos del barrio: me encanta el fútbol. No quiero pasar mucho tiempo adentro de la casa”. Como buen docente, cierra con una metáfora: “Llegué al final de un camino. Ahora empieza otro”. ■

 ?? MARIO QUINTEROS ?? Entre los cerros y la bandera. Alejo Acuña, sus alumnos y la maestra que fue a reemplazar­lo tras 24 años de trabajo.
MARIO QUINTEROS Entre los cerros y la bandera. Alejo Acuña, sus alumnos y la maestra que fue a reemplazar­lo tras 24 años de trabajo.
 ?? QUINTEROS ?? Entre 7 y 8 horas a pie . Es lo que tardaba Alejo en llegar a su escuela.
QUINTEROS Entre 7 y 8 horas a pie . Es lo que tardaba Alejo en llegar a su escuela.

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