Clarín

La reina indiscutid­a de la TV y un ícono del “sueño americano”

Figura. De orígenes humildes, es la mujer negra más rica de toda la historia. Amada por los estadounid­enses, su aparición revela las carencias del liderazgo político.

- Perfil Claudio Mario Aliscioni caliscioni@clarin.com

No es cuestión de construir un semidiós. Tampoco montarse al triunfalis­mo tras un discurso antológico amplificad­o por la comparsa de Hollywood. Pero que Oprah Winfrey esté hoy en boca de medio planeta muestra hasta qué punto los liderazgos, como los entendemos hasta ahora, se hayan en declive terminal. En rigor, la reina del talk show asoma más bien como hija directa de nuestra penuria política.

Su infancia pasa por la representa­ción del calvario. Su madre quedó embarazada siendo adolescent­e. Empleada doméstica en un país racista, la maltrataro­n sin asco. Aún hoy, la identidad del padre es un misterio. Oprah siempre pensó que el minero Vernon Winfrey era su padre biológico. Pero en 2003 Noah Robinson, un veterano de guerra, reclamó su lugar. Nada se supo después. Su madre, Vernita, tuvo tres hijos más con diferentes hombres: Patricia, muerta por su adicción a la cocaína en 2003; Jeffrey, que falleció en 1989 a causa del SIDA; y otra niña más, dada más tarde en adopción. Oprah sólo supo de su existencia en 2010 cuando lloraron juntas ante las cámaras de su talk show.

La historia menuda, esa que queda registrada al borde de los libros, dice que fue una mujer pobre y con dignidad: uno de esos individuos que pueden doblar sus bolsillos y mostrar la pelusa sin culpa ni temores. Vestía sacos con tela de bolsas de patatas cosidos por su abuela. Los niños se reían de ella. Otros la golpeaban. Un capítulo oprobioso de su infancia novelesca.

A los 13 años, se escapó de casa. No fue por niña malcriada: años más tarde, ante un estudio de TV que enmudeció de vergüenza, confesó que había sufrido abusos sexuales desde los nueve años por parte de un primo, un tío y un amigo de la familia. Con 14 años, quedó embarazada. El niño murió poco después de nacer.

Años mas tarde, llega la luz. Oprah se graduó con honores, con una beca estudió periodismo y hasta ganó un concurso de belleza. El primer dinero arribó con la radio; luego sublimó el arte del talkshow en The Oprah Winfrey Show desde 1986. Aparecía con un rostro siempre feliz, como el de un vendedor de perfumes a domicilio. Y la gente la amaba por eso. Batió récords de audiencia y desde entonces se convirtió en la mujer más poderosa de la TV norteameri­cana.

Pocos tienen en Hollywood el carisma de la Winfley: mirada firme, voz siempre en tono, la calma de los que saben dormir la siesta. Pero quienes la conocen afirman que, detrás de sus pesados anteojos de carey, se oculta una mirada tensa, oscurecida por la tristeza de muchos otoños.

Lo que empezó como un formato lacrimógen­o de TV derivó en un espacio multiuso, apto aun para hablar de pro- blemas sociales, economía o política internacio­nal. Entre canapés y merecidos aplausos, todas las celebritie­s confesaban a Oprah lo inconfesab­le. Todos ocuparon ese sofá de tertulia. Y su imperio empezó a crecer: libros, una revista, un canal de TV y hasta una nominación al Oscar por su papel en ‘El color púrpura’.

Como no hay luna sin un lado en sombras, en 2010 Kitty Kelly publicó una biografía no autorizada. La diva que había hecho de la admisión de pecados su vía salvífica al Purgatorio era ahora mostrada como manipulado­ra, una mujer fría y ambiciosa que había exagerado su historia. Como estamos en Estados Unidos, su fortuna creció al mismo ritmo frenético: con US$ 2700 millones de patrimonio, es ahora la primera multimillo­naria negra.

Es tanto el descrédito del sistema de representa­ción clásico, con sus burocracia­s al servicio del capital y sordas al pueblo, que alguien nacido del barro puede erigirse cómodament­e en un ícono político sin más credencial que una vida sufrida y una bella sonrisa. Desde luego, no es que Oprah no sea parte del sistema. ¿Cómo no serlo cuando lo alimenta desde hace 25 años? Pero no parece haber olvidado su origen en los bordes mal cosidos de su Missisipi natal, su impronta de clase que la sigue marcando. Eso es lo que perciben sus potenciale­s electores, aun cuando su candidatur­a reste todavía entre prudentes algodones.

Su discurso del domingo -finísimo, calculado al detalle- es un mensaje para la historia. A sus 63 años tal vez se anime a la Casa Blanca. Se sabe con fuerza. Aún no ha llegado a esa edad en la que muchos piensan que ya es hora de bajar las velas. ■

Pocos tienen en su país el carisma de la Winfrey y su figura llega a los sectores más humildes.

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Oprah Winfrey. La cara de la TV norteameri­cana.

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