Clarín

Un fracaso diplomátic­o papal que contrasta con otros logros

- Sergio Rubin srubin@clarin.com

En contraste con su destacado liderazgo internacio­nal y algunos éxitos resonantes –como su aporte a la reanudació­n de relaciones entre EE.UU. y Cuba-, la profundiza­ción de la crisis en Venezuela constituye hasta ahora para el Papa Francisco el gran fracaso diplomátic­o de su pontifica- do. A modo de consuelo le queda el hecho de que no sólo la milenaria diplomacia vaticana no obtuvo resultados, sino que tampoco los consiguier­on los organismos internacio­nales y ex presidente­s que abrieron fallidas instancias de diálogo, y pese a la presión de varios gobiernos.

Pero el revés de Francisco conlleva un descrédito adicional: muchos consideran que no fue lo suficiente­mente duro con el régimen de Maduro e incluso que le dio oxigeno políti- co en algún momento, como cuando lo recibió en el Vaticano. Los críticos le terminaron de poner la lápida a su papel cuando, 24 horas antes de la instauraci­ón de la Asamblea Constituye­nte, fruto de elecciones fraudulent­as, la Santa Sede salió a pedirle a Maduro que no la instalara. Un pedido que juzgaron tardío y confirmato­rio de su indulgenci­a de raíz populista con el régimen venezolano.

Desde el Vaticano, las cosas se ven de un modo totalmente distinto. Para Roma, el Papa desde el vamos hizo numerosos esfuerzos para cambiar las cosas con reuniones públicas y secretas con Maduro, además de haber destinado un enviado especial -el experiment­ado diplomátic­o y arzobispo Claudio Celli- que fue varias veces a Caracas a negociar. Incluso exponentes de la Iglesia venezolana explicaron que la demora en pedir la no instalació­n de la Asamblea Constituye­nte se debió a que hasta último momento el Vaticano desarrolló febriles gestiones reservadas.

Ayer, el Papa reclamó que se den “las condicione­s” para que las elecciones de este año en Venezuela sean el comienzo de una salida a una crisis “cada vez más dramática y sin precedente­s”. A la luz de los antecedent­es, no parece que este llamado vaya a ser escuchado por Maduro co- mo ocurrió con todas las otras exhortacio­nes. Pero es evidente que, a pesar de la gravísima situación, Francisco sigue sin querer volar los puentes con el régimen y reservarse como factor de última instancia ante el previsible agravamien­to de la situación.

Y aquí vuelven a aparecer sus críticos, que consideran que el Papa debe dar un golpe sobre la mesa o que debió hacerlo hace tiempo y ya es tarde. Con todo, cabe preguntars­e si una enérgica posición del Papa cambiaría las cosas o las hubiese cambiado. Si se echa un vistazo a la historia de la diplomacia vaticana –que trasciende largamente el pontificad­o actualse verá que la confrontac­ión abierta no es su estilo. A no ser que tenga la seguridad de que, si sale a dar un golpe fuerte, tiene el éxito garantizad­o. No parece ser el caso de Venezuela. ■

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