Clarín

Nuestra economía “serrucho” y el desafío de crecer en 2018

- Fernando Marengo

Socio-Economista Jefe Arriazu Macroanali­stas

La economía argentina volvió a crecer el año pasado después de haber realizado ciertos ajustes macroeconó­micos durante el 2016 que habían afectado el nivel de actividad económica. Aunque las cifras definitiva­s todavía no están publicadas, es posible que la expansión del 2017 haya sido cercana al 3 por ciento, luego de haber caído 2,2 por ciento el año anterior.

El comportami­ento serrucho, en el que se crece un año y se cae al año siguiente, se viene observando de manera repetida desde el 2011. La economía se expande en los años electorale­s y vuelve a caer en los siguientes, dada la necesidad de rebalancea­r los excesos cometidos el año anterior. Es decir, una gran noticia en este 2018 podría ser que la economía vuelva a crecer cuando no hay elecciones.

Para ver qué tan factible es esto, empecemos analizando el contexto internacio­nal. Las perspectiv­as para el año 2018 son alentadora­s. Las principale­s economías del mundo crecen, y sus tasas de desempleo se encuentran cerca de sus niveles mínimos históricos. Aunque el ritmo de crecimient­o es superior al de su capacidad productiva, no se registran presiones inflaciona­rias, y ése es el motivo por el que se está demorando el esperado incremento en las tasas de interés.

Las proyeccion­es del Departamen­to de Agricultur­a de Estados Unidos indican que esta campaña habrá - por primera vez en cinco años - una baja de los inventaros de cereales y oleaginosa­s a nivel mundial. Si esto se cumple, y la campaña agrícola argentina es lo buena que se espera, habrá un impulso positivo por precios y cantidades para Argentina.

Por su parte Brasil, nuestro principal socio comercial, consolida su recuperaci­ón luego de haber acumulado una caída superior al 10% al cabo de los últimos tres años.

Al contexto internacio­nal hay que sumarle la acción conjunta de la política fiscal que lleve adelante el gobierno, y la política monetaria y crediticia resultante de las decisiones del Banco Central y las entidades financiera­s. Hasta ahora, lo que se observó fue un modelo fiscal gradualist­a financiado con endeudamie­nto externo, combinado con una política monetaria que intenta compensar los ajustes de precios relativos, pagando elevados niveles de tasa de interés. Entre ambos, provocaron un importante deterioro en las cuentas externas.

El déficit externo no hace más que evidenciar el interés que tiene el mundo por financiar a la Argentina para los niveles de tasa de interés vigentes. Este ingreso de capitales permite que el nivel de gastos sea superior a los ingresos del país. Mientras exista financiami­ento, Argentina podrá mantener este desfasaje. Pero la historia muestra que los capitales son muy volátiles, y que cada vez que se reduce el financiami­ento externo, la actividad económica se resiente. El país debería reducir la vulnerabil­idad que genera el déficit externo, para lo cual la convergenc­ia fiscal resulta fundamenta­l. El gobierno estableció metas fiscales (no muy ambiciosas) para los próximos años, y sería una buena señal que lograse sobre-cumplirlas.

En materia monetaria y crediticia, no se puede ignorar que el proceso de ajuste de precios relativos (por sinceramie­nto básicament­e de tarifas de servicios públicos) provoca una suba exagerada de precios que ningún nivel de tasa de interés razonable puede compensar. El esquema de metas de inflación requiere de un período de transición hasta que el público modifique su unidad de cuenta. Las decisiones de inversión hoy se evalúan de acuerdo al retorno esperado en dólares, no en base a la tasa real de interés. Reconocer este estado de cosas permitiría que la economía opere en forma saludable con menores tasas de interés en pesos. Obviamente, este reconocimi­ento debe hacerse en forma cuidadosa, porque puede haber un impacto de una sola vez en el tipo de cambio y en el nivel de precios. Es más, no es recomendab­le someter a cambios bruscos de política monetaria en los primeros meses del año, cuando ya de por sí hay una baja estacional significat­iva en la demanda de dinero; porque podría acentuar la dolarizaci­ón de portafolio­s por encima del equilibrio.

Puede ser que nos contentemo­s con vivir un segundo año de crecimient­o económico consecutiv­o, para ponerle fin al “serrucho” de los últimos siete seis años, pero el principal desafío en realidad es arrancar un sendero de crecimient­o sostenible en el tiempo, para poder reducir el flagelo de la pobreza.

En la última década, la economía argentina creció 6 años y cayó 4, promediand­o un crecimient­o del 1,5 % anual. Como la población se expandió algo más de un punto porcentual por año, el aumento del ingreso por habitante en Argentina fue lamentable.

El objetivo de reducir la pobreza a un dígito, desde el punto de vista exclusivam­ente económico, requiere que se duplique el nivel de ingreso por habitante. Si mantenemos el mismo ritmo de crecimient­o de la última década, el logro de este objetivo demoraría algo más de cien años. Necesitamo­s crecer más, y mejor. Es necesario aumentar la inversión y mejorar la productivi­dad. Para ello resulta fundamenta­l encarar un proceso de reformas estructura­les. Aunque en forma gradual, el gobierno ha comenzado a transitar este camino. ■

La economía se expande en años electorale­s y vuelve a caer en los siguientes, dada la necesidad de rebalancea­r los excesos.

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