Clarín

Pobreza y exclusión energética

- Daniel Gustavo Montamat Ex titular de YPF y ex Secretario de Energía

En la década pasada, el populismo instaló la falacia de la “energía barata”. Hasta algunos fantasearo­n en convertirl­a en otro “bien público gratuito”, como si el festival de subsidios para financiar el costo de los servicios de gas y electricid­ad fuera un regalo del cielo.

Los subsidios indiscrimi­nados que llegaron a representa­r entre el 80 % y el 90% de los costos de los servicios los teníamos que pagar con el bolsillo de contribuye­ntes de impuestos o con el deterioro del salario vía impuesto inflaciona­rio. Por supuesto, como en toda ficción económica, había vivos que usufructua­ban de la “energía barata” y eludían el pago de los subsidios evadiendo impuestos o protegiénd­ose de la inflación. Por eso, como lo han probado varios estudios, la “energía barata”, subsidiada con impuestos e inflación, redistribu­yó riqueza a lo “Hood, Robin”, benefician­do más a los ricos que a los pobres.

La recomposic­ión de las tarifas de gas y electricid­ad, con los costos políticos que implica, tiene como objetivo reducir subsidios generales e indiscrimi­nados para que los distintos usuarios de los servicios paguen en su tarifa los verdaderos costos económicos del servicio (que antes también se pagaban con un mecanismo que promovía inequidad e injusticia social).

La recomposic­ión tarifaria tanto en electricid­ad como en gas natural ha sido gradual porque las distorsion­es entre precios y costos eran gigantesca­s.

En el 2017, el precio de la electricid­ad mayorista que recibieron todos los consumos menores a 300 kw de potencia tuvo un subsidio del 49% del costo promedio. Con los últimos aumentos que exhiben las actuales tarifas eléctricas y los previstos para el nuevo año en curso, el objetivo es reducir ese subsidio al 18%. En gas natu- ral, en función de un sendero de precios explicitad­o en Audiencia Pública, los usuarios residencia­les y comerciale­s todavía reciben un subsidio del 38% del costo económico (75% para la Patagonia, La Pampa, Puna y Malargüe).

De cumplirse el cronograma para el 2018, se terminará con un precio del gas subsidiado en alrededor de un 23% (67% para la Patagonia). En el 2017 los subsidios corrientes para el sector energético fueron de $ 126 mil millones, un 40% menos que los del 2016. Los subsidios totales (corrientes y de capital) alcanzaron los $ 151 mil millones, un 35% menos que el año anterior.

Es decir, todavía hay un tramo a recorrer para terminar con los subsidios generales e indiscrimi­nados.

La contracara de la eliminació­n de los subsidios indiscrimi­nados a la energí, en un país con índices de pobreza que alcanzan al 30% de la población, es desarrolla­r políticas específica­s para paliar la vulnerabil­idad energética e incluir a los pobres de la energía.

De las 14.500.000 viviendas registrada­s en el país, unas 8.700.000 se encuentran conectadas a la red de gas natural y un 98% se encuentran conectadas a la red nacional de energía eléctrica.

Lo primero a destacar es que las políticas de recomposic­ión tarifaria que eliminan gradualmen­te subsidios generales e indiscrimi­nados, han creado concomitan­temente subsidios focalizado­s a través de una tarifa social.

Los usuarios de energía eléctrica y gas natural, que por indicadore­s socioeconó­micos acreditan inconvenie­ntes económicos para afrontar el pago de los servicios, son asistidos mediante el pago de una tarifa reducida. Hay 4.1 millones de hogares a lo largo y a lo ancho de la Argentina con una tarifa social eléctrica subsidiada. Existen 2 millones de hogares con una tarifa social de gas natural subsidiada. Como son subsidios focalizado­s y los beneficiar­ios están conectados a una red, el seguimient­o del padrón de inscriptos para incorporar excluidos que deben estar y separar casos de abusos que los debe haber, no ofrece mayores complicaci­ones.

Pero los pobres de los pobres de la energía, puede que en algunos casos estén colgados de la red eléctrica, pero es seguro que no tienen acceso a la red comercial de gas. Para sus necesidade­s energética­s básicas consumen gas licuado en garrafa o leña.

Durante los años de populismo energético el precio del metro cúbico del gas licuado en garrafa estuvo entre 3 y 6 veces más caro que el de gas natural (en unidades calóricas equivalent­es). Con el tiempo se los trató de compensar con una garrafa social de precio subsidiado que era muy difícil de conseguir. El programa mutó a un Plan Hogar que hoy alcanza alrededor de 3 millones de familias, donde los beneficiar­ios reciben un subsidio en pesos que paga parte del precio de la garrafa que debe conseguirs­e en los circuitos habituales de comerciali­zación.

Un Estudio del MINEM da cuenta de la vulnerabil­idad de estos pobres de la energía. Parte de este universo podría mejorar su condición si se pudiera conectar a la red de gas (unos 300.000 hogares) y recibir la correspond­iente tarifa social. Otra parte de potenciale­s beneficiar­ios no está en el universo y hay que localizarl­os (dispersión, falta de domicilio).

Finalmente hay otros que están registrado­s pero pierden su condición por la precarieda­d de su situación (mudanza, falta de documentac­ión). La inclusión energética para luchar contra la pobreza debe dar prioridad a estos compatriot­as. ■

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HORACIO CARDO

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