Clarín

Los ciclistas, sin educación ni control

- Pablo Vaca

Hoy no se discute: usar la bicicleta es sano, ecológico y “urbano”. También es peligroso: en el último mes, tres ciclistas murieron atropellad­os por colectivos. Ya llevamos dos décadas con las bicisendas en la Ciudad. En septiembre de 1997 se inauguró el primer tramo, 8 kilómetros entre River y el Jardín Japonés. Estaban más pensadas para pasear que para ir de casa al trabajo.

Con el PRO al frente de la Ciudad, el estímulo a la bicicleta como medio de transporte pasó a ser política de Estado. En marzo de 2010, hace casi ocho años, se inauguró el Corredor Norte, de Plaza Italia a Retiro.

La bicisenda ascendió a ciclovía.

En ese acto habló Mauricio Macri, jefe de Gobierno. Pidió a la gente que “se anime a probar esta alternativ­a de movilidad, que va a ser un éxito absoluto”. El actual Presidente la pegó con la premonició­n. Según cifras oficiales, unas 30.000 personas pedaleaban por Buenos Aires en aquellos días. Hoy son 280.000.

Más: el 3,5% de los viajes en la Ciudad se hacen en bici, y la red de ciclovías alcanza los 200 kilómetros. El Sistema de Alquiler Público de Bicicletas Ecobici cuenta con 200 estaciones y 240.000 usuarios registrado­s.

La contracara son Isabel Vera, muerta el 10 de enero en Valle y Centenera; Sofía Osswald, atropellad­a la semana pasada en Perú y Carlos Calvo; y Franco Sánchez, quien perdió la vida el 6 de diciembre en Cachi y Traful.

Hoy, el 6% de los muertos en accidentes de tránsito en Buenos Aires son ciclistas. Víctimas de riesgos ajenos y propios. Este “nuevo” protagonis­ta de las salvajes calles porteñas lidia con colectiver­os que van a mil, peatones que creen que la ciclovía es una extensión de la vereda, o ciclovías doble mano, estrechas y con obstáculos. También con colegas que pedalean con auriculare­s a todo volumen.

Sucede que aquí, el impulso al ciclismo no tuvo su correlato en educación y control. Y si no se cubren todos los aspectos, una iniciativa tendrá consecuenc­ias buenas y malas.

Si bien en aquella inauguraci­ón de 2010 la Agencia Nacional de Seguridad Vial repartió gratuitame­nte 500 cascos, un estudio de 2017 de Luchemos por la Vida reveló que el 74% de los ciclistas no se protege la cabeza. Y que el 63% no para en los semáforos en rojo. Y que el 86% no lleva las luces obligatori­as. Es decir, muchos ciclistas no se cuidan.

Falta de educación.

Sigamos: ¿alguien vio a un policía parando a un ciclista en infracción (lo que puede ser un peligro para los demás también)? Es decir, el Estado no cuida a los ciclistas.

Falta de control.

Lo mismo vale para colectiver­os y automovili­stas que van como locos sin mirar si viene una bicicleta. Todas son actitudes que están en sintonía con una dañosa idiosincra­sia extendida en la política argentina hace tiempo: poner en marcha iniciativa­s que brillan por su corrección política sin su necesario costado antipático, piantavoto­s.

Como sucede con las campanas verdes para que los vecinos tiren basura reciclable: rebalsan de cáscaras de naranjas y huesos de pollo. Muchos no saben bien qué tirar dónde y tampoco a nadie multaron jamás hacer lo que se le canta con sus residuos. De nuevo: ni educación ni control.

Mientras tanto, las calles se llenan de bicis blancas que recuerdan a ciclistas muertos. Se van haciendo comunes, como las estrellas amarillas que homenajean a peatones atropellad­os. A falta de conciencia, sumamos símbolos. ■

Usar la bicicleta como transporte es sano, ecológico y urbano. Y también peligroso.

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