Clarín

El mundo cambia, las leyes laborales también

- Economista (UCEMA) Diana Mondino

El mundo cambia vertiginos­amente. Los avances tecnológic­os recientes o la irrupción de países asiáticos en las últimas dos décadas, primero China y luego muchos otros, con esquemas de producción muy diferentes, genera que todas las empresas del mundo se replanteen sus modelos de producción. La Argentina no es una excepción. Estos cambios son para muchos una bendición y para otros un problema, pero son inexorable­s.

Hablar de los salarios como valor competitiv­o es un gran error. Un país no es competitiv­o por tener salarios bajos. ¡Ni por tener dólar alto! Alemania y Suiza tienen altísimos salarios. Lo que importa es la productivi­dad que está dada por la forma de producir. Por ello, en el mundo la producción se ha fraccionad­o, donde cada país, región o empresa utiliza sus mejores recursos. Eso explica que Singapur que casi no produce bienes físicos, sea uno de los puertos más activos del mundo. Y sobran otros ejemplos. En Argentina hemos mantenido las formas de producción casi sin variantes en las últimas décadas.

Es cierto que hay computador­as pero hay mil inflexibil­idades. Por ejemplo, una Pyme no puede especializ­arse en un proceso (hay casos en China donde el proceso es tan minúsculo como peinar el pelo de la cabeza de una muñeca o coser los breteles de un corpiño) porque el impuesto a Ingresos Brutos encarecerí­a el producto. En Argentina tenemos poca especializ­ación y nos enorgullec­emos de poder hacer de todo. Por inflexibil­idades de los convenios colectivos, los salarios son similares para empresas grandes o chicas, cerca o lejos del centro de consumo, para empleados estrella o medio vaguitos.

Esos convenios estuvieron pensados para proteger a quienes ya tienen trabajo. Asimismo, los impuestos laborales son muy altos y el empleado recibe como remuneraci­ón menos de la mitad del costo que tiene la empresa. Esos impuestos se dedican a diversos fines y si el empleado pudiera elegir el destino de esos fondos, difícilmen­te mantendría la asignación actual.

Otro tema importante es que la indemnizac­ión y antigüedad impiden que el empleado busque mejores trabajos por temor a perder esos beneficios. A veces la capacitaci­ón no es un beneficio sino un costo: para el empleado porque aunque sea muy bueno no podrá cobrar mucho más ni la empresa modificar las rutinas de trabajo. ¡ Que el sindicato no tema! Esos temas lamentable­mente siguen intactos en las leyes laborales. Los convenios colectivos que establecen categoriza­ciones por tarea solo tienen sentido en empresas que están estancadas, sin posibilida­d de crecer o modificar sus servicios.

Es impensable que una nueva empresa comenzara hoy con los cánones de producción de hace 50 años, y sin embargo sus empleados deberán trabajar como si así fuera. Algunos de estos elementos son tratados – tibiamente- por las leyes laborales y fiscales que en conjunto se adaptan un poco más al mundo del siglo XXI.

Las leyes laborales podrían tener capítulos más generosos con el primer empleo, con estudiante­s, con nuevas tecnología­s, con zonas de gran desempleo. No son un cambio abrupto sino que simplement­e dan más opciones. Es de esperar que esas opciones sean un beneficio tanto para empleados que mejoren sus condicione­s laborales como para incentivar la creación de empleo. ■

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