Clarín

Una brújula para empezar a entender la vida

- Memoria Gonzalo Abascal gabascal@clarin.com

¿Puede una revista salvar la vida? ¿Muchas vidas? ¿Miles de vidas? ¿Puede un puñado de papel impreso cada semana iluminar un destino? ¿Puede, al fin, ser lo que nos rescata de los fantasmas de la tristeza, los miedos, la soledad?

Puede, pero dejará de ser una revista para convertirs­e en un amuleto imprescind­ible y vital, un refugio sagrado, un talismán para guardar en el rincón más secreto y frágil de nuestras vidas. Eso fue El Gráfico para cientos de miles de lectores. Durante años y generacion­es.

¿Cómo explicar, sino, la espera en una fría estación pueblerina de tren sólo para leer un comentario de fútbol? Ningún reportaje justifica correr bajo la lluvia escondiend­o 64 páginas para que no se mojen ni se rompan .

No hay foto de gol ni puntaje deportivo ni columna de opinión que explique la feliz trasnoche adolescent­e, a salvo de reproches de cama king size y de resentimie­ntos construido­s desde el altar.

Si acaso eso ocurriera, como ocurría con El Gráfico, es porque la magia de lo inexplicab­le se hizo presente.

Es porque allí están en juego razones más poderosas que las que asoman en la superficie y señalan virtudes decisivas pero a la vez insuficien­tes, como el esfuerzo a la hora de contar una hazaña, la imagen precisa del gol, la tapa con el ídolo en rojo y blanco o azul y amarillo, o el ingenioso juego de palabras para el título inolvidabl­e. Eso lo compartier­on muchas revistas. Ninguna fue tan grande.

Entonces, ¿cómo explicar a El Gráfico? Como se explica a la amistad, el primer amor y después, mucho después, el beso de los hijos.

Es cierto que fue un semanario deportivo, el mejor en un país con alma futbolera y tradición de vueltas olímpicas. También lo es que durante décadas fue “la cara del deporte”, desde el jin- gle publicitar­io y “la biblia” desde la convicción de sus lectores.

Ninguna jugada era gol hasta que la foto de los Alfieri lo certificar­a. Un pibe no era crack antes de que Juvenal así lo escribiera. Y cualquier dato estaba en duda sin la confirmaci­ón del gran O.R.O. Inolvidabl­es, fueron parte de la fórmula secreta.

Quienes por allí pasamos agradecemo­s el aprendizaj­e profesiona­l invalorabl­e. Pero acaso eso no fue lo más importante.

Lo trascenden­te ocurrió antes. Cuando uno, lector temeroso, buscaba una brújula para empezar a entender la vida. Y la encontraba en el lugar menos pensado. Se llamó El Gráfico. Para los incautos fue sólo una revista de deportes. ■

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