Clarín

Historia detrás del racismo de Trump

- Federico Finchelste­in

Historiado­r. Autor de Del Fascismo al populismo en la historia (Taurus, 2018)

En Estados Unidos siguen los dimes y diretes a propósito de las últimas declaracio­nes de Donald Trump, quien dijo que no quiere gente que venga de “países de mierda” y que en vez de inmigrante­s de Haití o de países africanos prefiere fomentar la inmigració­n de noruegos.

En concreto, el presidente del país más rico del mundo prefiere inmigrante­s blancos y no quiere inmigrante­s cuya piel es oscura. Cada día una nueva, o así parecen representa­rlo los principale­s medios estadounid­enses. En el The New York Times y en CNN reconocido­s periodista­s sostuviero­n que es hora de presentar a Trump como lo que es: un racista. Llegan tarde a reconocer una de las principale­s caracterís­ticas del populismo trumpista. Este racismo tiene una historia personal, nacional y también global y poco es nuevo tratándose del populismo de Trump.

Una mirada histórica puede ayudarnos a entender lo que hace poco era imposible: que un presidente americano sea racista en términos públicos y explícitos. No se trata solo de un nuevo exabrupto sino de una forma histórica de hacer y pensar la política. En este marco, la pelea con su anterior asesor estrella Steve Bannon no significa una normalizac­ión de Trump sino todo lo contrario: Trump puede demostrarl­e a sus seguidores más extremos su monopolio de palabras y actos, incluido ese racismo que tanto apoyo le genero para ganar la presidenci­a.

Fue precisamen­te esa idea racista para explicar los males del país la que le dio notoriedad a un entonces joven populista en proceso de formación. El contexto fue el caso de los «Central Park Five», en 1989. Según explicaba la CNN, “el caso involucrab­a a cinco adolescent­es de color erróneamen­te acusados y condenados por golpear y violar a una mujer en el Central Park”. Trump compró avisos a toda página que publicó en varios periódicos de Nueva York y que decían: “Devuélvann­os la pena de muerte. ¡Devuélvann­os nuestra policía!”. Los chicos erróneamen­te acusados “fueron exonerados en 2002, cuando otro hombre confesó el crimen y la DNA respaldó su confesión”.

En 1989, refiriéndo­se al caso, Trump decía que “los avisos eran muy fuertes y francos, y lo que pedían era ley y orden. Y no estoy hablando sólo de Nueva York. Estoy hablando de todo”. “Tal vez odio sea lo que necesitamo­s”, decía, “si queremos que se haga algo”. Esta precoz combinació­n de “ley y orden” y argumentos racistas fue un ensayo de populismo; lo cierto es que más tarde se convertirí­a en el sello de fábrica de la exitosa carrera de Trump hacia la presidenci­a.

También en referencia a su idea de “países de mierda” Trump primero edulcoró como lenguaje “fuerte” lo que en realidad es un racismo explicitó y brutal. Luego vinieron las negaciones de lo que en Estados Unidos pocos dudan, en concreto que Trump dijo lo que dijo. Sobran los testimonio­s de esta situación en particular pero más importante es su comprensió­n en un marco más amplio.

Desde sus inicios, Trump combinó el tradiciona­l racismo del populismo norteameri­cano de candidatos presidenci­ales como George Wallace o Barry Goldwater con una reformulac­ión global del postfascis­mo populista. Durante la campaña presidenci­al de 2015

16, Trump y sectores importante­s de la derecha norteameri­cana pusieron de manifiesto como piezas decisivas de sus programas algunas formas de racismo populistas, en particular con los inmigrante­s mexicanos, y actitudes discrimina­torias para con minorías religiosas. Esas formas de populismo recibieron el apoyo de grupos neofascist­as como el Ku

Klux Klan y otros, pero eso no quiere decir que el trumpismo fuera una forma de fascismo. Como sucede en Europa, los compañeros de ruta neofascist­as daban su apoyo a lo que en realidad era una constelaci­ón de populismos de derecha que definía la campaña trumpista. Esas concepcion­es cobraron una legitimida­d nueva como resultado del predominio de los momentos xenófobos durante la campaña, lo que incluía algunas situacione­s de violencia contra críticos y manifestan­tes. El racismo de Trump se inscribe en la reformulac­ión del fascismo que hizo el populismo, pero crea a su vez un populismo nuevo mucho más racista que aquellos del pasado. Desde una perspectiv­a histórica, Trump con sus declaracio­nes racistas y también con sus prácticas inmigrator­ias claramente discrimina­torias, suena claramente como un fascista: sortea la brecha que separa lo que él representa —concretame­nte, un populismo extremista radical— de aquello que el fascismo ha defendido siempre. Pero aun así se inscribe mejor en los modos autoritari­os del populismo de posguerra, en especial el peronismo, que en la política fascista «clásica». Y sin embargo, a diferencia del peronismo y otros movimiento­s latinoamer­icanos, Trump acerca de nuevo al populismo al fascismo. En suma, no hay Trumpismo sin anti-política y sin racismo. ■

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HORACIO CARDO

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