Clarín

Parque Las Heras, el fresco y los fantasmas

- Judith Savloff jsavloff@clarin.com

Catorce presos lograron salir. Pero el alemán Hans Wolf se metió en el túnel de unos 60 cm de diámetro con las piernas en vez de la cabeza , se atoró y tuvo que quedarse adentro, igual que los cuarenta que venían huyendo detrás de él. El intento de fuga ocurrió el 23 de agosto de 1923, cuando este cielo de hojas verdes no era ni siquiera un sueño. Cuando acá, en el Parque Las Heras, de Capital, había una fortaleza monumental: en diez hectáreas, cinco pabellones de dos pisos y 120 celdas y dos pabellones de 52 celdas, rodeados por muros de siete metros de alto y torres para vigilar. Una especie de panóptico de Bentham (siglo XVIII), es decir, desde el que mirar sin ser mirado. Era la Penitencia­ría Nacional, que funcionó desde 1877, cuando se cuenta que trajeron a los primeros 300 presos , hasta 1962 cuando la demolieron. “Tierra del Fuego” le decían, porque recordaba a la cárcel de Ushuaia. Y la verdad, cuando la abrieron, todo este lugar se parecía bastante al “fin del mundo”, entre barriales, pi- ringundine­s y malevos sueltos.

Sin embargo, el predio se incorporó a la ciudad y los edificios y calles dinámicas cambiaron rotundamen­te esa postal marginal –incluso con ayuda de trotyl para que las paredes de la prisión estallaran-. Casi a mitad de los años 80 nació el Parque. Y hoy, recién remodelado, ofrece una suave barranca verde, senderos curvos, un canil, espacios deportivos, juegos y fresco.

Es decir: aquella “Tierra del Fuego” se transformó en un páramo ubicado a metros de la vorágine de la avenida Las Heras, en casi doce hectáreas donde a los bocinazos se le pueden impo- ner los pájaros.

Así que ahora, entre chicas que toman sol y chicos que practican tai chi, la historia de “la Peni” -otro apodo de la cárcel- parece puro cuento. Un fantasma, otra leyenda barrial, como ésa que dice que el arquitecto Arturo Prins se equivocó en los cálculos para el vecino anexo de la Facultad de Ingeniería de la UBA -que por sus arcos en punta y otros ecos lejanos de Notre Dame se conoció como “la catedral”-. Y que el error era tal que el derrumbe resultaba cuestión de tiempo. Fue hace más de cien años y la construcci­ón sigue en pie a unas cuadras de este oasis nomás. ■

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