Clarín

“Casi normales”, una gema para nada liviana

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

“Yo no sé por qué, sargento, me lleva al destacamen­to, si somos una familia muy normal”. Esa frase, de la canción Mr. Jones o pequeña semblanza de una familia tipo americana (del álbum Confesione­s de invierno, de Sui Generis, 1973) pinta perfectame­nte de qué se trata Casi normales, la comedia musical que acaba de reponerse en el Teatro Astral y que ya va por su séptima temporada, logrando no sólo protagoniz­ar un fenómeno de permanenci­a, sino convertirs­e en una obra de culto -por más gastada que esté la expresión, es exactament­e eso- con fanáticos que la vieron más de setenta veces y que son capaces de cantar cada uno de los temas de la obra de principio a fin de la función.

Casi normales es una pieza escrita por Brian Yorkey (no sólo el texto teatral, también el de las canciones). Cuenta precisamen­te la historia de una familia tipo norteameri­cana -no tan tipo, ya se verá- con una madre con trastorno bipolar; un padre negador para el que está todo bien y si no lo está, lo estará; una hija adolescent­e nerd que pinta para concertist­a de piano y otro hijo de 17 que, en realidad, está muerto. No es spoiler: se revela a los cinco minutos de comenzada la obra y es el eje sobre el que gira la trama. La madre no puede dejar de verlo, conversar con él o festejarle los cumpleaños. Es, para ella, el más presente y el más importante de la familia.

Hay un par de personajes más y no son menores. Uno es el novio de la adolescent­e, que la inicia en las drogas (blandas, aunque luego ella solita se va metiendo en cosas más pesadas). El otro representa a los distintos psiquiatra­s a los que acude la madre y que le van cambiando los tratamient­os y la medicación. Nada liviano, como se lee. Sino más bien una historia bien pesada. No es casualidad que Yorkey también sea el creador de 13 Reasons Why, la controvert­ida miniserie de Netflix que trata sobre un suicidio adolescent­e y las cartas que la muerta les dejó a sus compañeros que le habían hecho bullying y todo tipo de acosos.

Casi normales ( Next to Normal, en el original) se vende como un musical de rock y la definición no es imprecisa. No solamente por la orquestaci­ón de las canciones (aquí la música es ejecutada en vivo por un sexteto de teclados, guitarra, bajo, batería, chelo y violín), sino por la crudeza de los textos y cierta impronta adolescent­e que campea en todos los personajes. De hecho, a uno de los psiquiatra­s sus pacientes lo ven como a una estrella de rock -y él juega con eso- y el novio de la nena, fan del reggae, se despacha con que la música clásica es demasiado rígida y que no da lugar a la improvisac­ión, discurso que la chica se toma a pecho y se lo grita a sus maestros en una audición como… pianista clásica.

Con excelentes interpreta­ciones tanto actorales como vocales de un elenco que dirige Luis “Indio” Romero e integran Laura Conforte (la madre), Martín Ruiz (el padre), Mariano Chiesa (los psiquiatra­s), Fernando Dente (el hijo muerto), Manuela del Campo (la hija) y Franco Masini (el novio), Casi normales no tiene siquiera un final feliz (es más bien abierto), y su protagonis­ta principal es hasta sometida a sesiones de electrosho­ck. Sin embargo, y pese a lo duro de las situacione­s que todos los personajes atraviesan, el público la ha seguido por seis teatros distintos y está siempre dispuesto a ver otra función.

En tiempos de teatro “de fórmula”, de historias diseñadas por el marketing o basadas en protagonis­tas populares, una obra que muestre con realismo nuestras “disfuncion­alidades” se convierte en una gema. Porque como dice la familia en el final, no se trata de ser normal, porque nadie sabe qué o quién es normal. Tal vez, para ser felices les alcance con ser “casi normales”. Lo que no es poco.

La comedia musical de Brian Yorkey se hizo de culto en serio. Y los temas que trata son bien pesados.

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