De un lado la casualidad y del otro, el destino
Dicen que casualidad es el barbarismo con que los mortales denominamos a la causalidad. Es que alguna explicación hay que encontrarle a esas jugadas ¿del destino?, imposibles de comprender desde lo racional y que a diario nos sacuden de manera directa o por interpósita persona. El hombre que debía abordar un vuelo, quedó atrapado en un embotellamiento y perdió la posibilidad de subir al avión: por un largo rato lamentará la decisión que lo puso en el camino bloqueado, las complicaciones que le generará el no haber podido abordar en horario, y una catarata de lamentos e insultos autoinfligidos y no tanto. Tal vez apenas horas después esté agradeciendo al Cielo, al caos de tránsito, a su buena estrella, el haber quedado varado en tierra, sobreviviente de la catástrofe aérea que acaba de producirse. En la vereda opuesta, familiares desolados llorarán la mala suerte de que el ser amado haya conseguido ese asien- to que quedó vacante, en un vuelo que no lo tenía entre sus pasajeros y al que logró subir en el último minuto, felicitándose por su buena fortuna, ignorante, claro, de en qué terminaría su viaje.
¿A quién culpar por semejantes decisiones, si es que así se las puede llamar? En función de esto, ¿qué y cuántas variables se deberían tener en cuenta antes de tomar una determinación cualquiera, por central o nimia que fuera, desde la compra de una vivienda hasta el colectivo al cual subir? Y, sobre todo, ¿serviría esto para algo? ¿Brindaría alguna garantía? Tal vez sea como decía Lafontaine: “Una persona se encuentra a menudo con su destino en el camino que tomó para evitarlo”.