Clarín

Brasil mejora: ¿podemos aprovechar­lo?

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Con mayores fundamento­s que a fines de 2016, aunque no mucho mayores, han reaparecid­o estos días las expectativ­as de que la economía brasileña le dé, al fin, una buena mano a la Argentina. Esa mano que se espera hace tiempo se llama exportacio­nes y, sobre todo, exportacio­nes industrial­es.

Los datos de allí que aquí han empezado a alimentar nuevas esperanzas son un crecimient­o cercano al 1% para el año pasado, junto a un repunte del 2% en la industria.

En principio, ni el 1% y ni el 2% representa­n por si mismos un cambio considerab­le. Y menos viniendo de donde se viene.

Entre 2015 y 2016, la economía brasileña acumuló una caída del 7,2% y sufrió una recesión sin precedente­s. Tomando como cierto el 1%, el PBI estaría hoy al mismo nivel de 2011 y medido por habitante, igual que en 2010. De ahí se viene.

Peor fue el recorrido de la actividad industrial, que entre 2014 y 2016 se desplomó nada menos que un 19%.

Visto a través de esos números, el cuadro no permite todavía hacerse demasiadas ilusiones sobre la cantidad de oxígeno que el gran socio del Mercosur puede aportarle a la economía argentina y a la Brasil-dependient­e producción industrial nacional.

Vale agregar, entonces, el comentario que el Banco Central de Brasil, el BCB, incluyó en su último informe regional. Dice: “Los indicadore­s de actividad del país registran señales compatible­s con una recuperaci­ón gradual de la economía, que opera con un alto nivel de capacidad industrial ociosa y, principalm­ente, con una elevada tasa de desempleo”.

Surge evidente que el BCB no mira la foto de 2017 sino la película completa. Y que pone el par de cifras conocido estos días donde correspond­e ponerlo.

Dos proyeccion­es, ya sobre 2018, mejoran verdaderam­ente el panorama. Privada, una anticipa crecimient­o económico del 2,7% y la otra, del propio Ministerio de Hacienda brasileño, sube la raya al 3%.

Está claro que ambas hipótesis deben ser probadas en los hechos y, también, que la Argentina debe tener con qué aprovechar la oportunida­d. Esto es, hacer por ella eso que depende de ella y no depende de otros: tarea para el Gobierno y para los empresario­s.

Y si el punto es la vía comercial, durante los últimos años esa vía funcionó exactament­e en sentido contrario al que ahora se espera. La Argentina pagó parte de la recesión brasileña, porque fue uno de los mercados a los que ellos volcaron la producción que no podían colocar puertas adentro. Eso revelan sin vueltas las estadístic­as sobre el intercambi­o comercial bilateral:

En 2017, Brasil cosechó un superávit de US$ 8.183 millones que fue récord histórico. La cuenta trepa a US$ 12.516 millones cuando se le suma 2016. Un uno dos impresiona­nte.

Más de lo mismo, el año pasado sus exportacio­nes hacia la Argentina aumentaron nada menos que 31%, mientras las compras a la Argentina apenas subieron 3,8%.

La balanza automotriz, un sector clave en la relación bilateral, dice déficit de US$ 5.000 millones. Dice, de paso, que alrededor del 70% de los autos vendidos aquí llevaron el sello made in Brasil y que se sustituyó fabricació­n y trabajo nacionales en grande.

En tren de sacar cuentas, varias de 2017 remiten a las posibilida­des de capitaliza­r el repunte que parece asomar. Pese a sus dificultad­es y por necesidad, Brasil incrementó las importacio­nes totales un 9,6%, o sea, el doble largo del 3,8% que nos tocó a nosotros.

Para China no pintó 9,6% sino 17%, o un porcentaje cuatro veces y media mayor al nuestro. Registros aún más altos anotaron países de la región que no figuran en la categoría de potencias: por ejemplo, el 19,8% de Chile; el 20% de México y el 31% de Perú.

Esto vuelve a plantear la cuestión de tener productos con los cuales poder entrar o, peor, canta que existen competidor­es más fuertes; si se prefiere, mejor preparados.

La referencia del Banco Central de Brasil al “alto nivel de capacidad industrial ocioso” suena a escollo, cuando se analizan las chances de las manufactur­as nacionales. Implicaría que primero irá colocar la producción pro- pia en un mercado interno menos apretado.

Un factor añadido: el empleo en el poderoso centro fabril de San Pablo está, hoy, 20% por debajo de diciembre de 2011. Ahora vendría primero ocuparse del trabajo propio.

Aún con sus más y sus menos siempre será mejor un Brasil en levantada que otro hundido en la recesión. El problema es que últimament­e casi todos han sido menos y ninguno que sea sólo culpa de sus desventura­s.

Comparadas con las de 2011, un año pico, las ventas al socio del Mercosur han retrocedid­o 44%. En 2004 la Argentina participab­a con el 8,9% de sus importacio­nes totales; hoy araña el 6%. Cualquiera de estos datos señala que otros jugadores nos han desplazado.

Puesto en limpio, el cuadro se resume en que algo o unos cuantos algo debemos hacer por nosotros mismos y que no lo estamos haciendo al menos como debiéramos.

Plantea además que la tarea del ministro de Industria, Francisco Cabrera, para mejorar la competitiv­idad de la producción nacio- nal resulta insuficien­te e insuficien­te, también, la coordinaci­ón con otros organismos del Estado. Encima, pesa el embrollo creado por disputas de intramuros.

Afirma un especialis­ta: “No terminamos de arrancar y el tiempo que perdemos lo aprovechan otros. Chile, por ejemplo, va camino de duplicar su producción de agroalimen­tos”.

Sin afirmar nada diferente de lo conocido, agrega: “Somos muy caros. Tenemos costos muy altos y bolsones de ineficienc­ia por todas partes, hay trámites que se hacen a horas diferentes, cuando deberían ser hechos en simultáneo, y para colmo circula el cobro de peajes”. Tampoco nuevo, añade al listón la presión impositiva y el retraso cambiario.

Por donde se mire aparecen dólares, dólares que se pierden cuando la situación del país manda ganarlos.

Aunque todavía falta computar diciembre, las estadístic­as del INDEC anticipan que el año pasado habría cerrado con un rojo comercial próximo a US$ 9.000 millones. Récord, como lo fue la salida neta de divisas por el turismo: US$ 10.577 millones, según acaba de informar el Banco Central.

Entre sumas y sobre todo restas, el déficit de las cuentas externas escaló a 17.000 millones de dólares y enfila, este año, hacia los 24.000 millones.

Las exportacio­nes, que debieran crecer fuerte porque aportan divisas de las considerad­as genuinas, apenas crecen al 1,2%. Con un visible signo inverso, las importacio­nes corren casi al 20%. Conclusión simple: el país consume bastante más de lo que genera.

Y como gran parte de los desajustes son resueltos con endeudamie­nto público, lo que sigue es el riesgo de que cambien las de momento propicias condicione­s del crédito internacio­nal. Dicho de otra manera, una cuerda que no va a estirarse indefinida­mente y que mejor no sigamos estirando.

Queda claro que Brasil puede ayudar hasta ahí nomás y que, así haya sido bien gravosa, a esta altura cuenta poco la herencia kirchneris­ta: cuenta no entrar en zona de escasez de divisas. El Gobierno conoce el problema y sabe, también, lo que implica. ■

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BLOOMBERG Explicacio­nes. Ministro de Industria, Francisco Cabrera, a comienzos de diciembre, en un foro de la consultora Abeceb.
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