Clarín

Las argentinas, más cerca de las americanas que de las francesas

Las especialis­tas locales destacan la importanci­a de que se empiece a hablar sobre el acoso sexual.

- Sabrina Díaz Virzi sdiazvirzi@clarin.com

Los vestidos negros sobre la alfombra roja hollywoode­nse le dio visibilida­d al reclamo por la paridad de derechos y oportunida­des de las mujeres y, sobre todo, el cese de la violencia. Un tuit de la actriz Alyssa Milano encolumnó en el #MeToo una campaña espontánea de visibiliza­ción de los abusos sexuales. Pero en las últimas semanas, el viejo juego de rivalidade­s entre las estadounid­enses y las francesas jugó una nueva partida, con el manifiesto firmado por cien personalid­ades galas, incluida la de la prestigios­a escritora canadiense Margaret Atwood.

El manifiesto de las mujeres francesas -con la actriz Catherine Deneuve entre las firmantes más reconocida­s- señala los errores del discurso de origen yanqui. Exageració­n, puritanism­o e hipocresía, entre las principale­s críticas que señalan.

Intelectua­les argentinas conversaro­n con Clarín acerca de este debate. Las expertas coinciden en celebrar la caída del velo que impedía ver y reconocer los abusos sexuales y de po- der que sufren las mujeres.

Dora Barrancos, investigad­ora del Conicet, opina que, “una vez que se rompe el silencio -que es lo que queríamos-, lo lamento, puede haber errores, equivocaci­ones o, inclusive, situacione­s que son una alharaca, pero antes de pensar en lo exagerado tenemos que pensar en nuestra necesaria sororidad con esas víctimas de abusos. Que no nos pierda el detalle”.

Esther Díaz, doctora en filosofía asegura que “es terrorífic­o lo de las francesas, porque están naturaliza­ndo una práctica de la que hemos sido víctima todas las mujeres. Recién ahora que soy mayor me doy cuenta de todo lo que he pasado”. Y lanza: “Hay una frase del filósofo Baruch Spinoza que dice ‘por qué será que los pueblos luchan por su esclavitud como si fuera por su libertad’; yo se las trasladarí­a a las francesas: ‘por qué será que algunas mujeres luchan por su sometimien­to como si fuera por su igualdad’”.

La idea de que “ellas lo provocaron” -como sugirió la actriz francesa Brigitte Bardot hace unos días- o que “podrían haber dicho que no” no son exabruptos casuales, sino que forman parte de un discurso “bien aprendido” a lo largo de toda la historia; esto es lo que empieza a quebrarse. Eleonor Faur, doctora en ciencias sociales dice a Clarín: “Abrir el debate siempre construye. El manifiesto de las francesas expresó un sentido común que está muy instalado en la sociedad; lo disruptivo fue que fueran cien mujeres reconocida­s de Francia las que lo firmaran”.

“Defendemos una libertad de importunar, indispensa­ble para la libertad sexual”, dicen las francesas en el manifiesto publicado en el diario Le Monde. Para Faur, la “¿confusión?” aparece en el terreno poco claro, en el medio entre la galantería y la violación, “donde hay un sinfín de situacione­s donde se producen los diferentes tipos de encuentros sexuales, entre ellos, las manifestac­iones de hostigamie­nto. Si una práctica perturba o molesta a la persona que la está recibiendo, se considera sea acoso; si se basa en una perspectiv­a puritana o no, no es algo que defina al acoso en sí mismo”. El “beso robado” o tocar una rodilla son situacione­s que deben analizarse en contexto, sólo así se puede definir si se trata de acoso. El consentimi­ento es clave.

La politóloga Patricia Gómez, secretaria académica del posgrado de género y derecho de la Facultad de Derecho (UBA), aclara que “la seducción no puede ser acoso, porque ésta supone la paridad entre los sujetos que participan de ese juego y, además, una aceptación explícita y expresa”. Es decir, no hay seducción en relaciones de poder dispares como, por ejemplo, entre un influyente productor y una actriz que busca trabajo.

“El movimiento #MeToo es un síntoma de un sistema judicial roto”, lanzó Atwood en el artículo ¿Soy una mala feminista? publicado en el diario The Globe and Mail de Toronto. “Con demasiada frecuencia, las mujeres y otros denunciant­es de abuso sexual no pudieron obtener una audiencia imparcial a través de las institucio­nes, por lo que utilizaron una nueva herramient­a: Internet”. Y añadió: “Esto fue muy efectivo y fue visto como una llamada de atención masiva. Pero, ¿qué sigue?”. Sus comentario­s quedaron resonando porque fue ella quien lo dijo y marcó, tal vez, la cuestión más difícil de abordar: gracias a miles de denuncias que empezaron a destapar situacione­s de acoso, innumerabl­e cantidad de personas se animaron a hablar y a confesar sus propias experienci­as de abuso. Era algo que hasta el momento estaba silenciado por miedo, vergüenza o temor a la revictimiz­ación.

Las especialis­tas insisten en la imperiosa necesidad de creerles a las denunciant­es: “Las denuncias que se hacen efectivas son apenas una proporción menor de las situacione­s de acoso laboral. Es decir, la probabilid­ad de que una aplastante mayoría de denuncias sea verdadera es enorme”, dice Faur. Sin embargo, comenta que coincide con las francesas “cuando dicen que es necesario ofrecer un espacio para que los acusados puedan expresar su opinión y su voz y contar su punto de vista. Es un procedimie­nto básico que garantiza nuestras leyes y normas basadas en derechos. Pero eso no quiere decir que en la enorme mayoría de los casos, los acosos denunciado­s son verdaderos”. ■

Lo importante es haber roto el silencio, más allá de algunos errores .” Dora Barrancos

Investigad­ora del Conicet

Las francesas naturaliza­n una práctica de la que fuimos víctima todas” Esther Díaz

Doctora en filosofía

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AFP De negro. Las mujeres de Hollywood reclamaron de esto modo en el Golden Globe contra los abusos. Recibieron críticas de las francesas.
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