Clarín

El milagro de Anahí y el salto que no fue

- Mauro Aguilar rosario@clarin.com

Su rostro, desdibujad­o por la angustia, es uno de los símbolos de la mayor tragedia que vivió Rosario. Una fuga de gas, una explosión, la torre de un edificio de diez pisos que se derrumba. Veintidós muertos. En la foto que recorrió el mundo Anahí Salvatore se balancea sobre una ventana. Y grita. Los bomberos intentan rescatarla. El edificio de la calle Salta, en el microcentr­o de la ciudad, arde por el fuego. Y Anahí grita aunque los médicos le contarán después que pudo morir ahí porque su cuerpo sufrió una extrema pérdida de oxígeno. Su departamen­to quedó destruido, sin paredes. “Como un loft”, bromea ahora, resignada. Dice que se salvó porque cuando estalló todo ella estaba debajo del marco de la puerta.

Segundos antes de ese instante en que todo se convirtió en un infierno --las 9.38 del martes 6 de agosto de 2013-- caminaba inquieta por el departamen­to del quinto piso. Había advertido el olor insoportab­le por la pérdida de gas. No podía parar de moverse. Si hubiese estado en la cocina, en el balcón o en el baño, que luego quedarían destruidos, tal vez sería una víctima más. Pero no. “El azar, los ángeles”, dice Anahí, la ubicaron a las 9.38 en un punto de la propiedad que la protegió de la muerte, aunque tiene una lesión en un oído que la acompañará de por vida.

Anahí acaricia ahora una de las 22 cruces de madera que recuerdan a las víctimas y que están sobre la medianera del predio donde se levantaban los edificios, en Salta 2141. Es la de Domingo Oliva, uno de sus vecinos fallecidos. Las tres torres, la ventana desde donde reclamaba ayuda, ya no existen. Las demolieron. La explosión causó un estrago en la estructura que obligó a derrumbar las dos que lograron mantenerse en pie. Ahora son casi las tres de una tarde de verano y el termómetro roza los 37 grados. Pero el calor no se compara con el de aquel día.

“El fuego abajo era muy fuerte. El humo era mucho, también la temperatur­a. No se soportaba. Se me quemó la piel de tener los anillos puestos. Yo no podía respirar más, pero tenía muy grabado que no me iba a tirar”, relata como quien vio pasar esas imágenes por su cabeza mil veces.

“Para mí era una película. Mucho tiempo después tomé conciencia de que casi me muero”, acepta. Anahí habla. Los ojos profundos, las manos inquietas. Una medallita de la virgen que quizás la proteja de algunos fantasmas.

La explosión la obligó a reinventar­se. Un mes antes de cumplir 50 años perdió todo lo que había acumulado para tener una vida “cómoda”: un departamen­to, dos autos. Hasta el trabajo. Confeccion­aba artículos de regalería, pero como no pudo volver a manejar archivó el emprendimi­ento. Tuvo que empezar “de cero”. Por necesidad económica, y para no quedar enredada en la tragedia, se reconcilió con su antigua profesión.

“En el 2000 había archivado mi título de óptica. La necesidad me llevó a desempolva­rlo. Fue muy importante. Me obligó a actualizar­me, a ocupar la mente y a salir un poco. Fue por necesidad económica, pero terminó siendo gratifican­te volver”, explica sobre un trabajo que fue, también, un salvavidas.

La explosión le dejó culpas, marcas, cicatrices. Pero también lecciones. Aprendió el “desapego” hacia las cosas materiales. Se conmovió con la solidarida­d. Sufrió por las injusticia­s. Y valoró la “valentía y la entereza” de los que siguieron adelante a pesar de haber perdido sus afectos: “Eso te da fuerza cuando no tenés ganas de nada y te quejás por todo”. Anahí se queja más bien poco. Apenas cuando exige justicia. Y tiene sus razones: la causa sigue trabada en los vericuetos legales que Litoral Gas, la empresa encargada de prestar el servicio , impone ante cada paso que da la fiscalía. El juicio no tiene fecha. Hay once imputados por “estrago culposo agravado”: tres gasistas, tres administra­dores de la propiedad, tres inspectore­s de la empresa, más un jefe de sección y una gerenta.

“La justicia no es justicia cuando pasa tanto tiempo. Hay un responsabl­e máximo, que es Litoral Gas. De ahí podemos desmenuzar ”, dice. Tras esa explosión ahora es habitual que se corte el suministro de gas en los edificios de todo el país ante una pérdida. Y a veces hay que esperar meses para recuperarl­o. En el de la calle Salta el problema había sido denunciado el 23 y 24 de julio previos a la tragedia. Hubo alertas y tiempo para solucionar­lo.

La tragedia dejó más de 60 heridos y 22 víctimas. La última fue Beatriz López, quien falleció tras agonizar dos meses. Su cuerpo sobre los escombros es una de las primeras imágenes que Anahí observó tras la explosión. Esa persona fue como una “obsesión” para ella. La vio en el sanatorio antes de que falleciera. Vivía en el tercer piso y saltó porque se quemaba. “No fue la explosión. Se tiró porque había fuego”. A Anahí le pudo haber pasado, pero no. A ella, “el azar o los ángeles”, la dejaron con vida.

La provincia tiene previsto construir en el lugar de la tragedia un memorial y un centro cultural. Anahí celebra que se convierta en un sitio “con movimiento” y “no en un cementerio”. Quizás porque lo que sucedió, concluye, le generó “un compromiso con la vida distinto”. Por eso se entusiasma con dictar charlas para transmitir la experienci­a, esa tragedia y ese milagro que la mantuvo en pie: “No podemos haber vivido esto por nada. No pudo pasar en vano. Algo positivo de esto tiene que salir”. Y sus manos, su mirada, su voz, la misma que el 6 de agosto de 2013 pedía auxilio desde una ventana en un edificio en llamas, se aferran a esa idea para terminar de espantar los fantasmas de la calle Salta 2141.

 ?? JUAN JOSÉ GARCÍA ?? Sobrevivie­nte. Anahí Salvatore, en el lugar donde estaba su edificio que explotó en 2013 y dejó 22 muertos en Rosario.
JUAN JOSÉ GARCÍA Sobrevivie­nte. Anahí Salvatore, en el lugar donde estaba su edificio que explotó en 2013 y dejó 22 muertos en Rosario.
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El rostro del horror. Anahí, en la ventana de su casa el día de la explosión. No se animó a saltar, la rescataron y vivió para contarlo.

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