Clarín

Fantasía en el sosiego: trampas detrás del juego y de la aventura

Tres microficci­ones de “Todo tiempo futuro fue peor”, de Raúl Brasca.

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EL POZO

Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcert­ado, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionad­o y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaro­n en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia dentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecado­s de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

TRAVESIA

Caminaban a la par. Se habían jurado lealtad y que dividirían todo por mitades. Frente al desierto, igualaron el peso de sus alforjas y se internaron seguros. No los doblegaron la impiedad del sol ni el rigor de la noche y cuando se les acabó la comida repartiero­n el agua en partes iguales. Pero la arena era interminab­le. Paulatinam­ente, el paso se les hizo más lento, dejaron de hablar, evitaron mirarse. El día en que, con vértigo aterrador, sintieron que desfallecí­an, se abrazaron y así siguieron andando. Cayeron exhaustos al atardecer. Durmieron. Ya había amanecido cuando uno de ellos despertó sobresalta­do: le faltaba parte de un muslo. El otro, que lo comía, continuó indiferent­e, terminó, volvió a tenderse, y como si completara un gesto irrevocabl­e, atendió a la mano que su amigo le alargaba y le dio el cuchillo.

POLIMORFIS­MO

Sentado en la rama del árbol del vecino, el chico miraba con codicia la manzana más madura. Tendió la mano para arrancarla y en el mismo momento recordó el pecado original que acababan de enseñarle en catecismo. Retiró la mano indeciso y buscó la serpiente enroscada en el tronco. No estaba. Son puras mentiras, se dijo y, como tantas otras veces, arrancó la manzana, la lustró frotándola contra la camisa y la mordió. Mientras masticaba, miró distraídam­ente la fruta mordida. Se paralizó. Escupió espantado lo que tenía en la boca y arrojó lejos el trozo que le quedaba. Había visto un pequeño gusano que emergía de la pulpa. Con el diablo nunca se sabe, pensó.

Raúl Brasca es argentino. Narrador, antólogo, crítico y ensayista, ha publicado los libros de cuentos Las aguas madres y Últimos juegos; los libros de microficci­ones Todo tiempo futuro fue peor, A buen entendedor y Las gemas del falsario. Compiló once antologías de microficci­ones. Ha sido conferenci­sta en congresos internacio­nales, dictó clases magistrale­s y seminarios en universida­des europeas y americanas, y desde 2009, organiza la “Jornada Ferial de Microficci­ón” en la Feria del Libro de Buenos Aires.

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Raúl Brasca

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