Clarín

El incendio de deseos y la suerte

- Magdalena Tagtachian mtagtachia­n@clarin.com

Cuando vio el tren que cruzaba por el puente sobre la avenida, aceleró el paso. Quería cruzarlo a tiempo, antes de que la formación lo hiciera. Quería pedir los tres deseos de la buena suerte. No sabía si el ritual era cierto o no. Pero le parecía una pena desperdici­ar la oportunida­d. Se preguntó por su lista de deseos de la buena suerte. Casi siempre eran los mismos. El primero, la letra de un amor. El segun- do y el tercero, la salud y la familia.

Repetía la fórmula cada vez que apagaba las velitas y con cada tren que cruzaba. Llevaba más de la mitad de la vida con trenes y velitas. Un incendio de deseos. Una madrugada desvelada trató de repasar cuántos de ellos se le habían cumplido.

Lo vio de este modo. Gracias a una indemnizac­ión que le había quedado en el corralito se compró un auto que no necesitaba. Gracias a ese auto que no necesitaba empezó a ir a Palermo los domingos a leer el diario al sol. Gracias a esa lectura errática de los Clasificad­os encontró una terraza en un barrio lejano. Gra- cias a sus domingos vacíos se animó a ir a conocer la terraza. Gracias a esa mudanza que nadie le aconsejaba encontró sus clases de yoga. Gracias a las clases de yoga encontró el amor por la danza y el tango. Gracias al tango y a la danza encontró otro amor. Gracias a ese amor que naufragó conoció otros amores. Gracias a esos otros amores que también naufragaro­n se animó a correr. Gracias a las mañanas de running su mente volaba. Gracias a esa elipse de su cabeza y su corazón empezó a escribir un poco más. Gracias a los desvelos seguía escribiend­o. Sin todo y sin nada. Era feliz. Era, sin dudas, una chica con suerte.

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