El incendio de deseos y la suerte
Cuando vio el tren que cruzaba por el puente sobre la avenida, aceleró el paso. Quería cruzarlo a tiempo, antes de que la formación lo hiciera. Quería pedir los tres deseos de la buena suerte. No sabía si el ritual era cierto o no. Pero le parecía una pena desperdiciar la oportunidad. Se preguntó por su lista de deseos de la buena suerte. Casi siempre eran los mismos. El primero, la letra de un amor. El segun- do y el tercero, la salud y la familia.
Repetía la fórmula cada vez que apagaba las velitas y con cada tren que cruzaba. Llevaba más de la mitad de la vida con trenes y velitas. Un incendio de deseos. Una madrugada desvelada trató de repasar cuántos de ellos se le habían cumplido.
Lo vio de este modo. Gracias a una indemnización que le había quedado en el corralito se compró un auto que no necesitaba. Gracias a ese auto que no necesitaba empezó a ir a Palermo los domingos a leer el diario al sol. Gracias a esa lectura errática de los Clasificados encontró una terraza en un barrio lejano. Gra- cias a sus domingos vacíos se animó a ir a conocer la terraza. Gracias a esa mudanza que nadie le aconsejaba encontró sus clases de yoga. Gracias a las clases de yoga encontró el amor por la danza y el tango. Gracias al tango y a la danza encontró otro amor. Gracias a ese amor que naufragó conoció otros amores. Gracias a esos otros amores que también naufragaron se animó a correr. Gracias a las mañanas de running su mente volaba. Gracias a esa elipse de su cabeza y su corazón empezó a escribir un poco más. Gracias a los desvelos seguía escribiendo. Sin todo y sin nada. Era feliz. Era, sin dudas, una chica con suerte.