Clarín

De aprendices, partisanos y desertores

- Periodista y escritor Sergio Bufano

Los jóvenes del RAM que actúan en el sur del país han decidido, aparenteme­nte, actuar como guerriller­os. Más allá de que, en mi opinión, atrasan medio siglo porque llegan a la escena política y social 50 años después, es de ellos la decisión. Si el Estado debe ser eliminado para que asuma un poder obrero que expropie a la burguesía, destruya el régimen capitalist­a e instaure un gobierno revolucion­ario, no hay duda que el camino elegido es ese. La destrucció­n del Estado no se obtiene mediante elecciones, régimen democrátic­o, voluntad expresada en las urnas. Al poder se llega mediante la boca del fusil.

Es curioso que todavía se invoquen esas consignas antiguas luego de las sucesivas derrotas sufridas durante tantas décadas, con tantas decenas de miles de jóvenes muertos. Lo hacen justo en el momento en que las FARC y el ELN colombiano­s, los últimos exponentes del fracaso de la lucha armada, entregan sus armas y recurren al sistema de partidos para incorporar­se al régimen democráti- co. Si se miran en ese espejo, jóvenes del RAM, comprobará­n que están equivocado­s. Cometen un error gravísimo.

Pero más allá de estas disquisici­ones, me guía otro propósito: Santiago Maldonado. Un joven pacífico, solidario, con aspiracion­es de justicia, que un día se incorporó a un corte de ruta con un espíritu de confratern­idad, y murió. Estamos hablando de un joven noble que creyó que era justo levantar las reivindica­ciones del grupo RAM. Y la nobleza es un valor que no siempre se encuentra en políticos, sindicalis­tas y empresario­s argentinos. Su rostro nos acompañará siempre. Y también la pregunta: ¿quién fue el responsabl­e de su muerte?

Una de las reglas básicas del comportami­ento militar, sea cual fuere la fuerza o grupo que actúe como tal, es que en el campo de batalla no se abandona a un camarada que ha caído herido. El compañero tiene el deber, la obligación, de levantar el cuerpo y no dejarlo abandonado al enemigo. Debe hacerlo aún corriendo el riesgo de sufrir la misma suerte.

Con mayor razón en este caso, puesto que Maldonado no conocía el terreno, no estaba acostumbra­do a las tácticas utilizadas por sus amigos, nunca había sufrido persecució­n de las fuerzas de seguridad y, además de no saber nadar, desconocía que la temperatur­a del agua del río produce hipotermia en escasos minutos.

Los “insurgente­s” del RAM lo abandonaro­n a su suerte. Ante el avance de la Gendarmerí­a decidieron escapar a “su” territorio con una consigna vergonzant­e para quien pretende ser un guerriller­o: “sálvese quien pueda”. Maldonado no pudo salvarse porque no recibió ayuda y quedó a merced de su propia ignorancia. Adelante, el compañero que huía, detrás la gendarmerí­a. Su solidarida­d no fue retribuida con la obligada camaraderí­a de los aprendices de partisanos.

Tal vez para ocultar su propia cobardía es que mintieron afirmando que a Santiago Maldonado lo habían detenido y golpeado, tal vez por eso no pusieron empeño para buscar al compañero desamparad­o, en un territorio muy bien conocido por ellos. Porque no querían reconocer su propia deserción. ■

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