La culpa de la charla no es del taxista
Desmitifiquemos. En verdad los taxistas nunca nos sacan conversación. Es una mentira del resto de la humanidad (no taxista) que los somete a un bullying suave, de esos que después se convierten en costumbre argentina. Los taxistas son choferes todo el tiempo. Somos nosotros los que de vez en cuando podemos ser esa clase de pasajero especial. El tachero está en sus cosas, en sus problemas, se- guro que le duele la espalda. Podrido de los mismos comienzos y desarrollos calcados donde la charla -o lo que sea- dura lo que el pasajero tarde en llegar.
Las mismas conversaciones interrumpidas una y otra vez con diez mil personas que sienten culpa o no soportan esa incómoda exclusividad en un medio de transporte. Nos sentamos atrás, como en “Conduciendo a Miss Daisy”, y pasamos una coordenada cualquiera. Una orden.
Probablemente la única orden en toda la semana. Lo que para el taxista es suficiente, a nosotros no nos termina de cerrar. Por eso ha- blamos. Hablamos para que esa pequeña molestia con aire acondicionado nos deje tranquilos. El clima iguala. Con la política -50 y 50uno tiene altas probabilidades de coincidir. El fútbol no se le niega a ningún taxista.
O tal vez nos disguste el silencio y se lo hacemos saber con otras palabras. ¿Qué necesidad de soportar silencios de desconocidos tan próximos?
Visto de esta forma, romper el hielo es casi una obligación moral del pasajero. Mientras pensamos esto, ya van como diez minutos de viaje, y nada. Sólo el rumor del aire acondicionado. “¿Qué calor, no?”