Expectativas: el Gobierno admite la baja, pero cree que lo revertirá
Lo que viene. En la Rosada reconocen que bajó fuerte la esperanza de la gente por la marcha de la economía. El pico electoral y la apuesta al “gradualismo con firmeza”.
Durante los dos primeros años de gestión, el Gobierno se aferró a ese índice para convencer a quienes dudaban. A pesar de la inflación, de la recesión en 2016, de la emisión de deuda sostenida y, luego, de la lenta recuperación económica, en el corazón de la administración de Mauricio Macri abrazaban las matemáticas intangibles de las expectativas. La mayoría de los argentinos estaban convencidos de que en un año estaría mejor. Ese factor, que arrojaban los focus del oficialismo, servía para fundamentar puertas adentro y afuera del Gobierno que el camino elegido, aunque espinoso, era el correcto.
Las expectativas tocaron su techo tras la victoria electoral de octubre pasado. Pero el fin de año convulsionado por la sanción de la reforma previsional, sin poder cumplir la meta de inflación de 2017 y con la obligación de recalibrar la de 2018, siguió una inesperada caída, que aún no se detuvo.
La lógica oficial, sin embargo, se reinventa. “Paradójicamente, la caída de las expectativas es nuestra mayor fortaleza”, sostuvieron esta semana dos funcionarios muy cercanos al Presidente. La razón es que el equipo económico del Gobierno espera un buen año en la materia. “Es como cuando esperás una cita a una persona fea y luego resulta que era linda”, graficó con menos corrección política uno delos colaboradores de Macri. La teoría de la cita a ciegas llevada a la gestión económica.
En el Ejecutivo hay pleno convencimiento del rumbo económico, del “gradualismo con firmeza”, como lo llama el vicejefe de Gabinete Mario Quintana. En una de las últimas reuniones de Gabinete antes de partir al Foro de Davos, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, expresó que fue el primer año en la historia argentina en la que durante un ejercicio se redujo la inflación, se bajó el gasto, la presión tributaria y la deuda flotante y la economía creció.
Enseguida, su par de Finanzas, Luis Caputo, acotó que por esa razón la Argentina había conseguido la tasa más baja de la historia en la colocación de US$ 9 mil millones de principios de enero. Otro argumento que esbozan es que el Banco Central disminuyó considerablemente su financiamiento al Tesoro Nacional, al que en 2020 dejaría de auxiliar.
“Prometeme un año en lo económico igual al pasado para éste y para el próximo y te lo firmo con los ojos cerrados”, se entusiasmó ante Clarín uno de los ministros más poderosos del Gabinete nacional. Los funcionarios insisten en que el país debe abandonar la “trayectoria serrucho”, en alusión al gráfico de los ciclos con crecimientos abruptos y caídas estrepitosas cada 10 años.
La inflación, acaso el mayor desafío económico que afronta el Gobierno de Macri, tampoco requeriría grandes o nuevos planes. “Puede tardar más o menos, pero si no hay emisión de pesos, a la larga, terminará por bajar, no queda otra”, sostiene un funcionario muy cercano al jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien se define a sí mismo como un optimista crónico. Sus silenciosos detractores en el Gabinete corrigen el término: “Optimista patológico”.
Como fuera, prevén que en 2018 el impacto de la suba de tarifas de servicios y el transporte tendrá una incidencia menor que en 2017 en el índice. El año pasado, los tarifazos empujaron los precios en un promedio del 8%, ahora esperan que ese impacto no supere el 5%.
En su primer discurso frente a la Asamblea Legislativa, Mauricio Macri citó al ex presidente Néstor Kirchner al recordar una intervención ante el mismo auditorio en la que hablaba de la necesidad del superávit gemelo. Sin embargo, el rojo en la balanza comercial llegó a su récord his- tórico con el saldo negativo de 8471 millones de dólares.
“Más de la mitad son importaciones de bienes de capital, es decir inversión. También hay importaciones para completar exportaciones”, señaló otro funcionario. La apertura de importaciones, aunque monitoreada, no se detendrá. “Seguimos siendo uno de los países más cerrados del mundo. Para que bajen los precios, hay que competir”, repiten.
El alza del dólar por ahora no inquieta al Ejecutivo, siempre y cuando se acomode entre los $18 y los $21. “Es un precio razonable, estaba un poco estancado y se veía en los pagos en el exterior por turismo. A algunos industriales les gustaría que estuviera más alto, pero no ocurrirá”, señalan a pesar de la defensa de la libre flotación que hizo el Presidente.
El ala política del Gabinete, por su parte, es más cauta, aunque -sin ninguna fiebre de consumo- en el horizonte, imagina un año aceptable. Mientras tanto, el conjunto del Gobierno pretende convertir acaso su mayor debilidad, hasta ahora un aliado valioso -las expectativas- en su mayor fortaleza. Aún los más optimistas, prefieren visiones más acotadas. “Crecemos al 3%, baja la inflación, reglas claras: es ésto, no hay mucho más. No somos magos”, sentencian. ■