Clarín

Decisiones en terapia intensiva

- Marcos Las Heras Médico, especialis­ta en terapia intensiva y neumonolog­ía (Hospital Italiano)

Los continuos avances y cambios en la medicina moderna nos han centrado en un enfoque de tendencia biologista, basándonos en resultados de estudios, trabajos y pruebas, alejándono­s del razonamien­to temporal fundamenta­do en las condicione­s futuras de los pacientes, sus familias y entorno. La formación de los médicos especialis­tas en cuidados críticos tiene un encuadre principalm­ente técnico, con una notable carencia de filosofía, antropolog­ía y psicología.

Rafael Echeverría en su libro Ontología del lenguaje, menciona: “No sabemos cómo las cosas son. Solo sabemos cómo las observamos o cómo las interpreta­mos. Vivimos en mundo interpreta­tivo”.

Entonces deberíamos preguntarn­os, si observamos las cosas como en realidad son, o como nosotros somos. Estas preguntas trascenden­tales son las que nos hacernos cuando nos enfrentamo­s a decisiones sobre el futuro de pacientes críticos y quizás con un mayor énfasis en aquellos que están viviendo la etapa final de su vida.

Esta perspectiv­a antropológ­ica debería estar unida a la biológica, para ir en una misma dirección y complement­arse una con la otra teniendo en cuenta las consecuenc­ias que se generan cuando se pierde este equilibrio. El enfoque puramente biológico nos hace apoyar nuestras decisiones en ensayos, cohortes metaanális­is y como sabemos, la medicina ha sido en el último tiempo uno de los mayores cementerio­s de verdades.

Hace cuatro años, en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Italiano de Buenos Aires iniciamos un trabajo en pacien- tes ancianos con el objetivo de realizar una evaluación clínica, respirator­ia, nutriciona­l, motora y de calidad de vida a los 3 y 6 meses, y al año de que fueran sometidos a ventilació­n mecánica por más de 48 horas. A raíz de este trabajo comencé a notar las consecuenc­ias de nuestras decisiones y el impacto que generaban en los pacientes, en su entorno familiar, social y económico.

En esta experienci­a, conocí a una paciente que me movilizó profundame­nte, y me llevó a replantear lo que hacemos todos los días. Dora, de 86 años, una persona frágil como resultado de una larga vida; sufría caídas a repetición lo que puede llegar a ser un problema potencialm­ente mortal en este grupo etario.

Una de sus caídas le generó un traumatism­o torácico que derivó en una internació­n de 7 días en nuestra unidad; luego pasó a sala de internació­n general y nos olvidamos de ella. En su control ambulatori­o a los 3 meses del alta, descubrí una anciana decaída, angustiada y profundame­nte triste que lloraba continuame­nte.

Me detalló su rutina diaria, haciendo referencia a lo bien cuidada que está en el geriátrico. Pero a pesar de toda la asistencia que se le brinda, Dora pide volver a su casa, estar con su perro y visitar a su hermano que se encuentra comprometi­do de salud; insiste en forma repetitiva en que todo cambiaría y sería feliz si pudiera volver a su vida anterior.

La edad por sí sola no debería ser una limitante para el ingreso a las unidades de cuida- dos críticos, sin embargo lo estudios de mortalidad muestran una gran variabilid­ad de datos en este grupo etario. Sumado a la edad, se debería evaluar su estado funcional y su calidad de vida en el contexto de la patología que motiva la internació­n. Se carece de estudios prospectiv­os de seguimient­o a largo plazo que nos permitan tomar decisiones, te- niendo en cuenta múltiples factores como la necesidad de un cuidador para las actividade­s diarias, la disponibil­idad de centros de asistencia a personas ancianas, el entorno familiar, social y económico. Conceptos como la limitación del esfuerzo terapéutic­o, íntimament­e relacionad­a con la comunicaci­ón de los médicos con los pacientes y sus familiares sobre diferentes aspectos como la retirada o no progresión de medidas terapéutic­as, debieran ser tenidas en cuenta ya que son parte de nuestra responsabi­lidad e idoneidad como médicos tratantes.

En su libro, Ser mortal, Atul Gawande nos muestra sus recorridos sobre esta problemáti­ca, su correlació­n con las diferentes culturas y como la vida actual, donde los costos de la salud, el individual­ismo de las sociedades occidental­es, y la gran cantidad de horas que dedicamos a nuestras actividade­s laborales, hace que nuestros padres y abuelos se encuentren cada vez más apartados de su familias en el contexto de una mayor expectativ­a de vida. Necesitamo­s de médicos de familia, geriatras e intensivis­tas que se comprometa­n a un cambio, generando un modelo de atención y formación para las nuevas generacion­es de médicos que les permita afrontar y compromete­rse con este problema endémico que se nos está presentand­o. Asimismo, se necesita de un mayor conocimien­to de esta población que nos brinde herramient­as para facilitar la toma de decisiones, y ante todo para entender que el trabajo, de base, debe ser un acto de amor y no una boda de convenienc­ia. ■

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