Clarín

El Impostor

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Al señor Stolzenwal­d le habían robado hasta el derecho a morirse. Ahora, su voz tenía la urgencia de quien ha aprendido que el tiempo vale más que el dinero. “De inmediato”, insistía ante cada punto del contrato de venta que le explicaban. “De inmediato”, pedía, casi rogaba, aquel 21 de agosto de 2013 en una inmobiliar­ia de Acassuso, San Isidro. “De inmediato”, resaltaba, mientras le advertían que debían ir a tasar su propiedad antes de ofrecerla.

La ansiedad no se le había ido dos días después, cuando el tasador se presentó en la propiedad de la calle Los Sauces al 1000 y le anunció que podrían obtener 130.000 dólares. “Por 95.000 dólares la vendo”, respondió el señor Stolzenwal­d. “Pero de inmediato”.

Su necesidad, confesó, era vender antes del 16 de septiembre, plazo límite para cubrir una inversión. El aviso, sin embargo, tuvo respuesta mucho antes. El 4 de septiembre se apareció por la casa de la calle Los Sauces un posible comprador llamado Leonardo, quien llegó atraído por el anuncio y acompañado por su hijo de 3 años. Los recibió alguien que se presentó como “Giani”, amigo del señor Stolzenwal­d y hombre de tanta confianza de aquel que se animaba a decir en su representa­ción que estaba dispuesto a vender por 90.000 dólares.

Leonardo corrió a la inmobiliar­ia, dejó 1.000 dólares de reserva y se comprometi­ó a volver al otro día para conocer al señor Stolzenwal­d. Y así lo hizo, el 5 de septiembre, junto a su esposa. Pero grande fue su sorpresa cuando en la entrevista se le apareció “Giani” y dijo ser, en realidad, el mismísimo dueño de la casa. Presentó su DNI y la escritura del inmueble y, ante las inquietude­s que surgieron, apuró la situación con un “me parece que acá no hay interés de firmar”. Al final, se firmó cerrar la venta en cuatro días. De inmediato.

A Leonardo, sin embargo, todo le olió mal. Se fue para el barrio, habló con una vecina y las mentiras se le hicieron certeza. Le mostró copia del DNI del señor Stolzenwal­d y las piezas que no encajaban empezaron a encontrar su lugar. Otro lugar. Más cuando el señor Stolzenwal­d empezó a comunicars­e telefónica­mente con él. Y sólo empezó a hacerlo, porque tras la primera conversaci­ón -donde le pidió que firmara la venta al día siguiente “sin que hiciera preguntas que lo pusieran nervioso”-, él no lo atendió más. Aún así, terminó recibiendo un mensaje que decía: “No puedo borrar de mi mente el rostro de tu hermoso hijo, llamame, quiero dormir en paz”. Suficiente para que fuera a denunciarl­o. Días antes de que el señor Stolzenwal­d pusiera en venta la casa, en la comisaría 4° de San Isidro sonó el teléfono. Eran las 10.30 del 15 de agosto cuando atendió una oficial y escuchó una voz que avisaba que en la calle Elcano al 1000 había una bolsa. Nada fuera de lo común, salvo porque parecía que contenía un cuerpo.

La oficial le avisó a su jefe y fueron para el lugar, frente a las vías del Tren de la Costa, sólo para confirmar que la bolsa era mortuoria y que adentro de ella se encontraba un cadáver vestido de jeans, suéter azul y zapatillas marrones. La cabeza estaba cubierta por una bolsa de supermerca­do y las manos las tenía adentro de las bolsillos porque escondían un secreto: alguien le había cortado la primera falange de cada uno de sus dedos para dificultar su identifica­ción.

Tres se los había seccionado cuando aún res- piraba, unas 36 horas antes. Luego le habían apretado el cuello con una soga hasta que el aire le faltó para siempre.

El 9 de septiembre, el día en que debía cerrarse la venta de la casa, la Policía recibió otra denuncia. Era de Rodolfo Stolzenwal­d, padre del señor Stolzenwal­d: pedía ayuda porque llevaba un mes sin ver a su hijo, Hernán, de 49 años. Cada vez que llamaba a su casa de la calle Los Sauces lo atendía un inquilino, al que conocía como “Giani”, que le decía que su hijo estaba trabajando en una fábrica de bolsas en Moreno y que no se llevaba el celular porque ahí no tenía señal. “Vuelve por acá cada cinco días”, juraba “Giani”. Pero, claro, esto no lo tranquiliz­aba.

Mucho menos lo calmaba saber que el inquilino tenía antecedent­es penales. El padre del señor Stolzenwal­d agregó a la Policía que solía depositarl­e dinero a Hernán en su caja de ahorros pero que no la había usado. Y encima días antes lo había llamado un hombre para contarle que había puesto una seña por la casa, que hasta donde sabía no estaba en venta. La descripció­n de su hijo que le había hecho no coincidía con la realidad sino con el aspecto de “Giani” quien, según le había contado Hernán, dos meses antes había señado una casa para irse pero no lo había hecho porque le faltaba plata. Eso, le parecía, podía tener relación con su desaparici­ón.

Así era: al señor Stolzenwal­d le habían robado todo, hasta el derecho a morirse.

La denuncia llevó a un allanamien­to de urgencia a la casa de Los Sauces al 1000, que provocó inquietud: no sólo el señor Stolzenwal­d no se encontraba, sino que en su lugar había una sábana blanca con manchas de sangre. La habitación de “Giani”, el inquilino, estaba tan vacía que no había dejado siquiera dudas. Por eso se ordenó su captura.

“Giani” se había ido de allí a las 3.50 de la madrugada, en un remís que lo llevó a Colegiales cargando cinco bolsas de consorcio. Quedó prófugo y así estaba cuando se supo que el ADN del cadáver era del verdadero señor Stolzenwal­d. Y que él, el falso señor Stolzenwal­d, era un hom- bre de 61 años que hasta seis meses antes había sido taxista y se llamaba Juan Pablo Barbaria.

No se lo volvió a ver durante los dos años siguientes. Hasta que la Policía intervino los teléfonos de su hija, comprobó que se iba a encontrar con él en un supermerca­do de la avenida Cabildo, en Belgrano, y la siguió hasta que le puso a su nieta en brazos. Fue el 4 de julio de 2015.

Barbaria nunca quiso declarar. El caso llegó a juicio a fines de 2017 en el Tribunal Oral N° 1 de San Isidro y, al principio, el acusado sólo abrió la boca para amenazar al frustrado comprador de la casa. “Te voy a agarrar del cogote”, le gritó.

Luego aceptó hablar. Contó que el 13 de agosto de 2013, dos días antes de que apareciera el cuerpo de Stolzenwal­d, había salido a caminar y al regresar a la casa de la calle Los Sauces había visto “a Hernán colgando de una soga, atada a un parante, donde él iba a colocar una puerta de acceso a la cocina”. Hizo un croquis del lugar y se mostró dolido: “Con Hernán no tenía sólo la relación de inquilino, eramos amigos hacía 30 años. Me pidió que vaya a vivir con él porque estaba mal de todo, anímicamen­te, muy depresivo y en una situación muy comprometi­da con la droga. Él fumaba cocaína y eso lo tenía muy mal, tenía cambios bruscos de carácter, tenía períodos en que estaba sin bañarse, inclusive un par de meses antes, cuando me quise mudar, le comenté a un vecino que no me iba porque se iba a matar”.

Ante las preguntas del fiscal, identificó al vecino como “Vito Genovese”: justo el nombre de un viejo capo mafia de la Cosa Nostra.

“Hernán estaba en un pozo depresivo a raíz de la abstinenci­a, porque dos meses antes tuvimos un allanamien­to de Toxicomaní­a y se llevaron dos kilos y medio de cocaína que tenía Hernán, dólares, ropa, de todo”, abundó. “¿Yo qué denuncia iba a hacer? Era Hernán el que estaba delinquien­do... Hernán la comerciali­zaba y la consumía... Yo en ese momento tenía captura por una causa por tenencia de arma de guerra...”.

Eso sí era cierto: Barbaria había sido detenido en Belgrano el 2 de agosto de 2011, cuando manejaba el BMW de su hija llevando un revólver calibre 38 y algo de cocaína. Lo habían liberado y nunca había vuelto a presentars­e, quizás porque sabía que sus condenas previas por falsificac­ión de documentos y venta de drogas -más de 8 años - lo encerraría­n largo tiempo.

Pero ¿qué había hecho al ver colgado a Hernán? “Yo en el año 2011 tuve un problema cardíaco... en fin, no puedo hacer mucha fuerza, hice toda la fuerza que pude hasta que sentí la puntada...”. Igual, describirí­a con horrorífic­a puntillosi­dad la forma en que había manipulado el cuerpo. “Me senté en la cama y me dije: ‘¿Qué hago? A la Policía no la puedo llamar porque voy preso, no tengo donde ir...’ . No tenía un centavo, porque él mantenía la casa, él vendía droga a dos o tres clientes, me había llamado a mí para dejar la droga, para eso yo estaba con él, yo era el mejor amigo que tenía en ese momento... Jugábamos al truco o mirábamos una película, yo consumía en esa época también, para ser honesto...”.

Aseguró que entonces había aparecido por la casa un policía de Toxicomaní­a, “El Gordo”, para cobrarle a Hernán coimas por la venta de droga. “Me dio una bolsita y me dijo que lo metiera ahí adentro. ‘Te quedas vos viviendo acá, laburando’, me dijo”, declaró. Juró que el policía había sido quien le había cortado los dedos y que lo había obligado a deshacerse del cuerpo.

Su temor, afirmó, era que “El Gordo” volviera a buscar la recaudació­n de la droga. “Un día voy a sacar algo para cocinar, un roast beef y saco la escritura de la casa y se me ocurrió venderla para solucionar el problema..”. De inmediato. “Es que el 16 de septiembre iba a pasar ‘El Gordo’”.

Los jueces Alberto Ortolani, Elena Márquez y Gonzalo Aquino nada le creyeron. Stolzenwal­d jamás había consumido ni vendido droga. Tampoco tenía una personalid­ad depresiva. A su impostor lo condenaron a perpetua.

Un dato acabó por desnudar todas sus mentiras. El apuro por vender la casa antes del 16 de septiembre no era porque en esa fecha algún policía fuera a exigir plata. Ese día, en realidad, cumplía años el papá de Hernán. Su ausencia se iba a hacer entonces aún más indisimula­ble. ■

 ??  ?? Objeto de deseo. La casa de la calle Los Sauces al 1000, en San Isidro, cuyo dueño fue asesinado por un inquilino codicioso.
Objeto de deseo. La casa de la calle Los Sauces al 1000, en San Isidro, cuyo dueño fue asesinado por un inquilino codicioso.
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