La medianera que habla tras una demolición
Hay pocas imágenes más tristes que las de una demolición, cuando es posible observar, sobre las medianeras que quedaron en pie, los restos de lo que alguna vez fue. Uno juega a imaginar entonces hacia dónde llevaba esa escalera cuya impronta se ve grabada en una de las paredes. ¿Quiénes habrán subido y bajado, corriendo, entre risas, o con mucha cautela, cuidando de no trastabillar y caer? ¿Cuá- les serían los cuadros colgados allí, en esos espacios hoy muertos, que acompañarían, silentes, el trayecto hacia arriba o hacia abajo? ¿Pinturas, fotos familiares, retratos de algunos antepasados? Y en la planta baja, al fondo, donde unos azulejos resistieron, fieles, al embate de la picota, en esa cocina que se adivina inmensa, ¿qué manjares se habrán preparado?¿Quiénes se habrán afanado, entre hornallas y mesadas, mezclando hábilmente los ingredientes más exquisitos, preparando las tortas más deliciosas, convirtiendo cada celebración, en una auténtica fiesta? ¿ Cuántas generaciones habrán crecido al amparo de ese empapelado, cuyos jirones pueden verse todavía en la pared opuesta a la de la escalera, ahí donde la silueta de un óvalo perfecto añora al espejo en el que chicas y chicos se reflejaron alegres, preocupados, eufóricos en la noche de la primera cita, ansiosos el día de su graduación, desolados ante la pérdida inicial que marcó el fin de la inocencia?
Así es con el lenguaje mudo de las casas, una vez que sus habitantes las han abandonado o se han despedido, dejando atrás sus secretos, a resguardo entre paredes que se descascaran y cimientos que se van cubriendo de musgo.