Clarín

Viaje al corazón del pueblo que los vecinos salvaron de la inundación

Son 200 vecinos que permanecen en Santa Victoria Este, en Salta. Con palas y bolsas de arena, se turnaron durante 4 días para frenar la crecida. Y lo lograron.

- Mariano Gavira mgavira@clarin.com

Es el centro de Santa Victoria Este. Allí viven 3.000 personas pero sólo 200 se quedaron. Estuvieron casi cuatro días sin dormir, peleando cuerpo a cuerpo con el agua. Y ganaron.

Existen distintos tipos de silencios: los hay por respeto, también por miedo y otros de complicida­d. Pero en el pueblo de Santa Victoria Este el silencio es distinto. Es un silencio vivo, de percepción alerta. Allí habitan más de tres mil personas, pero por el temor a las inundacion­es el 80% se fue. Los 200 que quedaron batallaron cuerpo a cuerpo contra el río Pilcomayo para que el agua no ingresara a las casas. Con bolsas de arena y palas sostuviero­n la crecida y pasaron no- ches sin dormir. Y lo lograron. Ellos son los héroes detrás del temporal.

Las calles están desiertas. Las puertas de las casas están cerradas, las ventanas bajas y el único movimiento es el de los perros que quedaron a la espera del regreso de sus dueños. Santa Victoria Este se transformó en un pueblo fantasma, aislado por la ruptura de la ruta provincial 54. La única forma de acceder es con un bote o con helicópter­o, para los casos más extremos. Ya no queda agua en los almacenes, tampoco comida.

Pero nada detiene a los vecinos que se quedaron a lucharla. Las donaciones llegan a través de los botes que cruzan los 25 metros que separan las orillas del pavimento que el río socavó y destruyó. Luego hay que hacer unos 15 kilómetros más hasta llegar al centro de la localidad donde unas 200 personas entre hombres y mujeres hace cuatro días que se turnan para dormir porque son los que le dan batalla a la naturaleza.

Cuentan que el problema empezó el jueves, cuando el agua empezó a subir cada vez más rápido. El pueblo está rodeado por unos anillos contenedor­es que hacen que el agua nunca ingrese. Pero el Pilcomayo crecía cada vez más con el correr de los días y cada centímetro que subía era un motivo más para abandonar el lugar. Los primeros que se fueron lo hicieron el viernes y ya el sábado el 80 por ciento de los vecinos se autoevacuó.

Los valientes que quedaron se dijeron así mismo que debían soportar como sea la crecida. Que no podían permitir que se inundaran las casas que habitan hace años. Se organizaro­n, se ubicaron en puntos estratégic­os del pueblo y con palas y bolsas de arena fueron trabajando a destajo, sin parar durante horas, bajo el rayo del sol que lastima la piel.

Las mujeres fueron parte fundamenta­l: prepararon la comida en el único restaurant­e de Santa Victoria. Cocinaban el té con tortas fritas a la mañana, el puchero del mediodía y las ensaladas de la noche. También eran las encargadas de la comunicaci­ón y gestión con el gobierno provincial para alertar por falta de arena o la necesidad de un helicópter­o sanitario si alguien se enfermaba.

Aunque al principio digan que no, todos al final admiten que tuvieron miedo. Principalm­ente cuando el río alcanzó su pico histórico de 7,25 metros y sabían que si el agua llegaba a romper una parte de los anillos protectore­s, de ahí no iban a poder salir: “Creo que fueron 50 centímetro­s lo que nos salvó. Esto es una olla, si pasaba el agua no salíamos más”, dice Miguel uno de los trabajador­es.

El intendente Moisés Valderrama también se quedó. Dice que nunca vivieron esto, que fueron momentos de desesperac­ión y que si bien aquí el

agua no ingresó, sí lo hizo en muchos otros parajes o comunidade­s que pertenecen al municipio donde sus habitantes también lucharon, pero no pudieron: “Mucha gente perdió todo. Ahora se viene lo peor, que será la vuelta a casa”.

El Pilcomayo está estancado y de a poco empieza a bajar. El sol que calcina las cabezas sirve para secar el terreno. “El agua pasa a cinco kilómetros de acá”, cuenta un poblador con el agua hasta las rodillas. Mientras tanto la cantidad de evacuados es la misma ( unas 10 mil personas), pero el alerta ahora está en la provincia de Formosa, donde creen que deberán evacuar a 15 mil personas en los próximos días. También en Chaco, donde especulan que la crecida llegaría en diez días.

Acá en el Chaco salteño, lugar que vio criarse a cantantes como el Chaqueño Palavecino y Jorge Rojas -a quien se lo vio ayer recorriend­o preocupado las zonas anegadas y asistiendo a las personas- la situación se empieza a calmar. Sin embargo el agua tarda mucho en descender, lo que hace muy difícil la vuelta a casa. Por la ruta se ven aún los grandes campamento­s precarios donde cientos de personas de diferentes comunidade­s como los Wichis, Chorotes, Qoms y Chulupíes, siguen una espera que se hace interminab­le.

Los que quedaron en Santa Victoria también esperan. Extrañan a sus mujeres, maridos, hijos y nietos que se refugiaron en las escuelas de Agua- ray o en casas de otros familiares en Tartagal. Todavía no pueden regresar por el estado en que quedó la ruta 54.

Es que el tramo que desapareci­ó será unido por un puente Bailey que instalará el Ejército en los próximos días, por lo que el fin de semana la comunicaci­ón terrestre podría estar restableci­da. Por el momento, allí se realizan tareas de contención y se construyen piezas de hormigón con el objetivo de formar una escollera y evitar que se siga ensanchand­o el corte. Mientras tanto el concejal del pueblo, Jorge Tejada, seguirá siendo el encargado de cruzar las donaciones de un lado al otro, con su bote.

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MARCELO CARROL/ENVIADO Como sea. Dos vecinos cruzan sus pertenenci­as para protegerla­s de la crecida en Santa Victoria Este. Tras llegar a su pico, el agua empezó a bajar lentamente.
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M. CARROLL Rescate. Lo que la corriente no se llevó.
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Juntos. Parte de los vecinos que se quedaron a proteger sus casas.

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