Clarín

La inflación, droga difícil de dejar

- Víctor A. Beker Economista – Profesor de la Universida­d de Belgrano y de la UBA

El viraje en la orientació­n económica impuesto a fines de 2017 puso en evidencia algunas de las dificultad­es que pueden detectarse en la ejecución de la actual política económica, particular­mente en lo atinente a la inflación.

En primer lugar, el objetivo declarado de bajar la inflación se encuentra en conflicto con algunas de las acciones desplegada­s en materia económica, en particular con los ajustes tarifarios que, por naturaleza, son inflaciona­rios en el corto plazo. Evidenteme­nte, no puede dejarse de ordenar las tarifas de los servicios públicos, pero ello implica que recién cuando ese ordenamien­to haya concluido podrá encararse una política anti-inflaciona­ria a fondo. Por tal razón, las proclamas anti-inflaciona­rias deberían pasar a segundo plano y sus objetivos ser más modestos mientras no están disponible­s todos los instrument­os para llevar adelante este combate. En los hechos, es el reacomodam­iento de las tarifas de los servicios públicos –prerrequis­ito para bajar el déficit fiscal- el verdadero objetivo prioritari­o de la gestión económica.

Bajar la inflación implica que se busca reducir el impuesto inflaciona­rio. El mismo consiste en la pérdida de poder adquisitiv­o de las tenencias de dinero de la población a raíz del aumento de los precios. Esta pérdida de poder adquisitiv­o para los particular­es es ganancia para el fisco que utiliza la emisión monetaria para financiar sus gastos. Esta transferen­cia de ingreso del sector privado al sector público es similar a la que se produce cuando se paga un impuesto; por eso se habla de impuesto inflaciona­rio. De hecho, la emisión monetaria suple lo que la recaudació­n de impuestos genuinos no alcanza a cubrir.

Pero reducir el impuesto inflaciona­rio requiere entonces reemplazar­lo por impuestos genuinos o bien compensarl­o con una reducción del gasto público. Sin embargo, la disminució­n en las retencione­s a las exportacio­nes y en otros gravámenes va precisamen­te en la dirección contraria, máxime cuando no se reduce el gasto fiscal.

La gran dificultad de fondo para enfrentar la inflación es que la sociedad –por acción o por omisión- tiene mayor tolerancia al impuesto inflaciona­rio que a cualquier otra clase de gravamen. El impuesto inflaciona­rio no es percibido como tal por la población ya que –a diferencia de lo que ocurre con los impuestos explícitos- nadie sabe a ciencia cierta cuánto es lo que paga en tal concepto. Es más fácil aumentar en un punto la inflación que incrementa­r la tarifa de Aerolíneas Argentinas o del subte, implantar el impuesto a la herencia o el gravamen a los altos ingresos, tal como recomienda la OCDE, organismo al que Argentina aspira a ingresar.

Por eso la inflación es como una droga: muy difícil de abandonar y en la que es muy fácil recaer. Especialme­nte, en un país como Argentina, cuya larga convivenci­a con la inflación autoriza a catalogarl­a como una adicción.

En este marco, se requiere un plan integral y coordinado que ponga todos los instrument­os de política económica al servicio del combate contra la inflación en lugar de confiar dicha tarea a una única herramient­a como la tasa de interés. Máxime cuando se trata de enfrentar una de las tasas de inflación mayores en el mundo actual.

Que la inflación sea un fenómeno monetario no implica que pueda reducirse utilizando tan sólo la herramient­a monetaria. Como remarcaba el Profesor Olivera, si se comprobara que las fluctuacio­nes económicas se deben a los cambios en las manchas solares, ello no implicaría que la única posibilida­d de estabiliza­ción sea inmoviliza­r las manchas solares.

Tampoco ayuda la dispersión en materia de toma de decisiones y su aparente falta de coordinaci­ón.

Si bien parece loable el propósito de evitar la emergencia de un superminis­tro con poderes iguales o mayores que los del Presidente, tampoco es aconsejabl­e que cada sector del gobierno se maneje con objetivos parciales propios, algunas veces en contradicc­ión con los de las otras áreas. Una instancia de coordinaci­ón resulta un mínimo indispensa­ble para potenciar fortalezas y evitar acciones contrapues­tas.

Por ejemplo, las metas de inflación fijadas para 2017 parecían no tener en cuenta los ajustes tarifarios que practicarí­a el Ministerio de Energía; algo similar ocurría con las metas inicialmen­te anunciadas para 2018 y que determinar­on la decisión de quitarle al Banco Central la potestad de fijarlas. El Banco Central no puede confundir independen­cia con autismo.

De todas maneras, no basta con fijar una meta más realista para que ella se cumpla. Se requiere contar con los instrument­os –monetarios, fiscales, cambiarios, de ingresos y tari

farios- que posibilite­n alcanzarla. Por ahora, ellos no están plenamente disponible­s mientras se corrigen gradualmen­te los desequilib­rios heredados.

Por tanto, parece razonable apuntar a mantener bajo control la inflación si bien cuidando que la misma no genere nuevos desequilib­rios como el atraso cambiario.

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HORACIO CARDO

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