Por qué no tiene sentido buscar el “feministómetro”
Hace unas semanas decíamos que el año que pasó podría ser uno de los más “feministas” de los últimos tiempos. Más acá y más allá de nuestra geografía, diversos “escándalos” ayudaron a poner en primer plano las injusticias que viven a diario las mujeres y habilitaron una conversación que hasta hace no tanto tiempo no era moneda corriente. Los vestidos negros en Hollywood, el manifiesto de las actrices y personalidades francesas y los abanicos rojos en los españoles Goya, pero también que la TV de la tarde “debata” sobre feminismo; estos hechos dan cuenta de algo que no ocurría. Tanto entre las abanderadas del #MeToo estadounidense y las francesas que las acusaron de puritanas - entre otras cosas-, como en las idas y vueltas mediáticas entre famosas con sello nacional, hay un debate enriquecedor. Eso sí: lo que no suma es hablar de “guerra”, que habla de opuestos supuestamente irreconciliables y que renueva la idea del “duelo de estilos” o la “guerra de novias”, pero con otro eje. Así, ya no es la ro- pa o el peinado, el novio, el casamiento o la maternidad lo que virtualmente “enfrenta” a las mujeres, sino cómo abordamos el hecho concreto, que éstas tienen hoy menos derechos y oportunidades que los hombres, y qué hacemos frente a eso. Lo que atrasa no es la discusión en sí -válida y valiosa-, sino la idea de ver en otra mujer a una enemiga por el hecho de pensar distinto. Introducir el concepto de sororidad (o hermandad entre mujeres) es una respuesta a esto (la antropóloga mexicana Marcela Lagarde lo define como “una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas para contribuir al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer”).
El provocativo artículo ¿Soy una mala feminista?, de la escritora Margaret Atwood, nos recordó la necesidad de dar lugar a las diferencias de opiniones, incluso, dentro del pensamiento feminista. “Nunca -ni en sus orígenes- el feminismo fue una unidad de pensamiento y de acción monolítica, y no veo por qué debería serlo ahora. Hay que reconocer la diversidad de voces dentro del feminismo como en otro tipo de cuestiones”, dijo la politóloga Patricia Gómez, secretaria académica del posgrado de género y
Hablar de una “grieta del feminismo” no le suma a nadie, sólo contribuye a generar una idea errónea sobre un supuesto escalafón feminista.
derecho de la Facultad de Derecho (UBA), a Clarín. Eleonor Faur, doctora en ciencias sociales y coautora del Mitomanías de los sexos, también hizo hincapié en esta diversidad: “No todos los feminismos son iguales: hay muchas y variadas diferencias, y creo que es saludable porque muestra la heterogeneidad del movimiento”.
En la Argentina, las masivas marchas de Ni una menos, la gran concurrencia a los Encuentros Nacionales de Mujeres y la incorporación del Paro de Mujeres como una forma de concientización, resultan señales alentadoras de un despertar de conciencia más diverso. Tal como señaló Gómez: “¿Quién tiene el ‘feministómetro’? Puedo sentirme más o menos cerca de determinadas posiciones, pero el único requisito básico para llevar adelante una práctica feminista que coincida con la teoría es la sororidad. Más allá de eso, todo está por discutirse”. Para Faur, “nadie tiene el feministómetro y aprecio cuando quienes somos feministas no nos paramos desde ese lugar a evaluar cuán feminista es o deja de ser una persona”.
Hablar de una “grieta del feminismo” no le suma a nadie, y sólo contribuye a generar una idea errónea de que existe un supuesto escalafón feminista donde se sube o se baja. Poner el tema sobre la mesa de discusión donde antes no existía como eje resulta -sin dudas- súper valioso, pero hacerlo en estos términos, ¿hasta dónde termina bastardeando una convicción a la que difícilmente alguien pueda oponerse con argumentos sólidos? ¿Quién podría negarse a que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y oportunidades? Así, aquéllos que creemos en esto somos todos feministas. Más allá de los matices. ■