Clarín

La paz, nuestra única conquista

- Martín Balza

Hace más de un año, y después de cuatro de negociacio­nes en La Habana, el Gobierno colombiano firmó un Acuerdo de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC). Muchos lo vieron como un paso significat­ivo para terminar con 50 años de violencia; otros, como un triunfo del presidente Juan Manuel Santos, y el expresiden­te Álvaro Uribe fue un gran crítico del mismo. No pocos aseguran que el gran ganador fue el médico Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko.

Este logró imponer una impunidad jurídica y política al lograr incluir, entre otras cosas, la Ley de la Jurisdicci­ón Especial para la Paz y la participac­ión en las próximas elecciones presidenci­ales del presente año con un nuevo movimiento político —curiosamen­te bautizado Fuerza Alternativ­a Revolucion­aria del Común (FARC) — que le asegura 5 bancas en el Senado y 5 en la Cámara de Diputados.

En el imaginario colectivo de la población influye negativame­nte que sectores desposeído­s cobren un salario mínimo mensual de aproximada­mente 250 dólares, en tanto que un guerriller­o desmoviliz­ado reciba por dos años un monto superior y, en especial, un grupo denominado Agentes Escoltas alcance alrededor de 600 dólares.

Sin duda, el acuerdo es un paso importante para la ansiada paz del pueblo colombiano, pero aún quedan muchos obstáculos, a pesar de los mecanismos de monitoreo y verificaci­ón de las Naciones Unidas, de las FARC y del propio Gobierno.

El retorno de la guerrilla a la vida civil y política no será fácil. Han dejado las armas más de 7 mil guerriller­os y se ha logrado la tasa de secuestros más baja en medio siglo. Pero se- gún el Observator­io de Seguimient­o del Acuerdo, sólo se ha alcanzado un 19 % de lo pactado. Las dificultad­es son muchas y podrían agudizarse en este año electoral, tales como: los asesinatos de líderes sociales, la pugna por el control de la coca (100 mil hectáreas sembradas y una producción anual de 700 toneladas métricas), ataques de elementos residuales que no dejaron las armas (se aprecian en 1.500 guerriller­os instruidos, equipados y con mandos experiment­ados), la persecució­n de dirigentes desmoviliz­ados de las FARC y de ex paramilita­res, y la presencia de 6 mil hombres de las Bandas Criminales (BACRIM),

A eso se suma la estancada negociació­n llena de dudas con la segunda guerrilla histórica del país: el Ejército de Liberación Nacional (ELN), con efectivos del orden de 2 mil hombres.

El ELN es una organizaci­ón de orientació­n marxista-leninista con influencia guevarista creada por Fabio Vásquez Castaño, en 1964, casi al mismo tiempo que las FARC. Entre sus figuras emblemátic­as del pasado se destacan los sacerdotes Camilo Torres y Manuel Pérez. Actualment­e su líder es Nicolás Rodríguez Batista, alias Gabino. Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Colombia, y Perú la consideran una Organizaci­ón Terrorista. No así la Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y Nicaragua, entre otros. Venezuela, bajo la presidenci­a de Hugo Chávez, pregonaba que se le diera estatus de “grupo beligerant­e”. Hasta ahora, han fracasado todas las negociacio­nes anteriores con esta organizaci­ón: en México, en Cuba y en Venezuela durante el mandato de Uribe y, recienteme­nte, en Ecuador, un “alto el fuego” iniciado en febrero de 2017, fruto de un clima de distensión como consecuenc­ia de un viaje pastoral del papa Francisco a Colombia en septiembre de 2016: todo in- fructuoso hasta hoy.

Sólo en 2017 se le atribuyen más de 100 asesinatos de defensores de derechos humanos. Además, desde su creación se le adjudican miles de homicidios, más de 8 mil secuestros, reclutamie­nto de menores, violacione­s sexuales, sabotaje de infraestru­ctura petrolera y eléctrica, siembra de miles de minas antiperson­a para proteger cultivos ilícitos de coca y la minería ilegal. Inicialmen­te tenía la caracterís­tica de reclutar a sus miembros entre jóvenes descontent­os de la clase media. Hasta hoy, el acuerdo con las FARC no ha sido suficiente para desterrar la violencia. Las negociacio­nes con el ELN son complicada­s y lentas, porque esta organizaci­ón carece de una conducción centraliza­da. No es un hecho menor que uno de sus comandante­s, Danilo Hernández, recién iniciadas las negociacio­nes en Quito, en 2017, expresara: “Mientras existan las necesidade­s que dieron origen a esta insurgenci­a, habrá que seguir luchando”. A ello responden los atentados que dejaron muertos y heridos a principios de año. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, define claramente la situación actual: “Es absolutame­nte necesario acelerar la presencia activa del Estado en la totalidad del territorio nacional”.

Me permito recordar que, a diferencia de nuestro país, por más de medio siglo Colombia siempre combatió la violencia desde el pleno Estado de Derecho, y que al firmar el Tratado de Paz, Timochenko expresó: “En nombre de las FARC ofrezco sincero perdón a todas las víctimas del conflicto, por el dolor que hayamos podido causar en esta guerra”. También le suplicó el perdón al papa Francisco en ocasión de su visita a Colombia.

Si el acuerdo firmado con las FARC en 2016 y las negociacio­nes con el ELN fracasan, fracasarán también las Naciones Unidas, todas las Organizaci­ones Regionales y, desde ya, la propia América Latina.

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