“La verdad de la milanesa la tiene el cuerpo del actor”
Su obra “Terrenal” es un extraño fenómeno en el teatro independiente. Arrancó su quinta temporada, tras ir de gira por Latinoamérica y España.
Con cinco temporadas en cartel, Terrenal es una de las experiencias más resistentes y con mayor llegada en el circuito alternativo. El mito de Caín y Abel trasladado a los restos de un teatrino itinerante donde se desarrolla el fratricidio inicial, todavía resuena en el espectador función a función. Hay quien ve la obra más de una vez, no por críptica, sino por la fuerza con la que resuena. Kartun, lejos de encontrarle una respuesta, ensaya aproximaciones. “Es una corriente siempre misteriosa. A veces gastás guita en publicidad, promocionás y aunque el producto sea bárbaro no funciona; otras, como ésta, abriste boletería en preestreno y hay cola. Tal vez el fenómeno más singular con Terrenal sea ese enorme porcentaje de espectadores que vuelve a verla. Mucha gente por su cuarta o quinta vez. Lo notás en la sala, en la respuesta, en la espera de la réplica, en las risitas del que se prepara a algún pasaje. Con el elenco hay un chiste de camarines: No es que tengamos tanto público, tenemos poco pero se repite, a ver si al final la entiende”.
-¿Es algo azaroso, o es un espectáculo que resuena de un modo particular con lo que sucede en esta época?
-Adelante de todo y siempre, el placer performático, el gusto de disfrutar de las actuaciones. La verdad de la milanesa en el teatro la tiene siempre el cuerpo del actor, esa sorpresa que es capaz de generar o no en el espectador con su creatividad. Sin ese medio no hay mensaje que sostenga nada. Acá los tres actores están fantásticos. Yo veo todas las semanas al menos una función completa y la sigo disfrutando cada vez. Atrás seguramente viene todo lo demás: el humor, la materia poética y, en nuestro caso, seguramente
el mito. Creo que ese mito de oposición entre dos arquetipos básicos, el sedentario y el nómada, encontró de chiripa un espacio de interés muy vivo en este público de hoy. Tocó un nervio. De chiripa digo porque en eso uno nunca puede especular nada, pero lo ves en los comentarios. Y también, claro, en ese raro caudal de público repetidor del que te hablaba antes.
-¿Qué cambiaste en estas cinco temporadas?
-Muy poco. De texto casi nada. Incorporamos, sí, algunos desarrollos de acción física, de esos que van creciendo espontáneamente en escena entre los festejos del público. Ya se sabe: a los buenos actores le dejás una grieta y te plantan un ombú. Siempre hay que tener cuidado de que no termine rajando la pared, pero aprovechado suele transformarse en materia muy gozosa. Quité además algunos objetos que en los ensayos había impuesto como ocurrencia, y que el metabolismo sabio del día a día de la puesta terminó rechazando. Un día salís de gira y dejás algún bártulo incómodo y a la vuelta te das cuenta de que en realidad no hacía falta para nada. El arte es un cementerio de ocurrencias, decía Picasso. -¿Te llamaron del circuito comercial para dirigir?
-Cada tanto. Este mes hubo alguna propuesta. Siempre agradezco mucho, pero explico las razones por las que no. Yo sólo dirijo mis propios textos y lo hago siempre con actores independientes, no me interesa su cartel, si cortan entradas o no. Mis procesos además son largos e inciertos, así que necesito contextos muy pacientes, bancadores. Por otro lado, no tengo mucha idea de qué es eso de “poner” una obra, todo lo consigo por experimento. Y si experimentando no encuentro nada, prefiero no estrenar aunque hayamos trabajado meses. En fin: que nada de eso es materia demasiado tentadora para ese circuito, así que para qué. -En España fue elegido como uno de los espectáculos extranjeros más destacados. ¿Cómo ha sido ese diálogo con los espectadores de otros países? -Lo de España fue muy afortunado. Siempre son curiosos estos tras- plantes. Nunca en gira cambiamos palabras ni adaptamos, así que si aquí mucho público se pierde cosas imaginate en otro lado. Siempre me ha interesado que a mis textos se los comprenda, en ese sentido de abarcar que tiene la palabra comprender. No me preocupa tanto que se entienda en cada uno de sus términos, pero sí que se lo abarque. Anduvimos bastante por afuera, Chile, Perú, Venezuela, Uruguay, México, España, ahora vamos a Colombia. En cada salida la obra toma resonancia nueva, porque se la lee proyectada sobre el contexto. Alguna crítica española hablaba del enfrentamiento entre el capitalismo y el ecosocialismo, es un ejemplo de esa autoadaptación que hacen los públicos.
-¿Estás escribiendo un monólogo? -Digamos que estoy a los bifes con él. Ya me tiró tres veces y me tiene contra las sogas, pero por ahora no le aflojo. Desde septiembre hasta ahora ya abandoné otros dos proyectos de escritura muy avanzados. Confío en que a éste al final le termine ganando aunque sea por puntos. Mis procesos suelen ser así: dos pasos para atrás y tres para adelante. A veces lo veo tan largo al monólogo éste que me pregunto qué actor se le animaría. Otras me tranquilizo diciéndome que una vez terminado lo voy a editar a un formato sensato. Y cuando estoy por entrar en ansiedad, me consuelo pensando en que por ahí estoy escribiendo una novela en primera persona y no me di cuenta.
-Ricardo Monti, uno de tus maestros, publicó hace poco una novela, “La creación”. ¿Te ves enfilando hacia la narrativa?
-Ricardo es un ejemplo extraordinario de coherencia. Publicó su novela, un texto notable escrito durante muchos años, y se encargó él mismo de distribuirla con una naturalidad que no encontrás en ningún otro. Un capo. Me atacan a veces las ganas narrativas, pero me vence siempre la molicie y termino comiendo churrasco con papas fritas. Pero quién te dice ese monólogo que me viene boxeando…
-Coordinás el ciclo de micromonólogos Teatro x la identidad. Y también trabajás en esa forma en la universidad de Tandil. Por otra parte, el microteatro o teatro breve se ha multiplicado en algunos ciclos que se dedican a programar en esos formatos ¿Qué ventajas y qué limitaciones tiene esa forma breve?
-Me gustan muchísimo esas dramaturgias ínfimas, pero solamente como unidades de una gran red, como ladrillos de una pieza mayor. Desconfío mucho, en cambio, del achicamiento del formato porque sí. Los microteatros surgieron en plazas en donde el teatro atraviesa una crisis grande, lo que no es para nada nuestro caso. Termina siendo una forma resignadita de aceptar que hoy los formatos tradicionales resultan largos para el espectador común, y que hay que pedir disculpas, hacerlos más chicos para que no duelan y lubricarlos con un cacho de alcohol... En ese plan, terminaremos encogiendo tanto las piezas que un día el teatro se habrá disuelto. No. Yo creo, por el contrario, que el desafío es encontrar en la creatividad escénica nuevas fórmulas para sostener atento a ese espectador disperso, sobre estructuras todo lo extensas y complejas que el material requiera. El teatro se ha enriquecido siempre de los desafíos. Tal vez este espectador pendiente del celular y acostumbrado a una edición vertiginosa, termine siendo hoy justamente su reto más rendidor, hacerlo tan mágico que lo magnetice. Pero para eso tenés que enfrentarlo, no salir rajando. Me parece, por otro lado, que es justamente esa condición de ceremonia fuera del tiempo la que le da al teatro, hoy en día, su condición alternativa, la más desafiante. Hay que aguantar los trapos. ■