Los nuevos usos de las casas más viejas
Su fachada de muros gruesos blanqueada con cal, sus rejas sencillas y su puerta ancha de madera son un pasaje directo a la época colonial. Basta un vistazo para “viajar”.
Por eso, la ex Casa del virrey Liniers, en Monserrat, de fines del siglo XVIII, es tan valiosa: se trata de una de las más antiguas en pie en Capital. Y justamente ese frente modesto -y algunas paredes internas- es lo que conserva de la edificación original, explican a Clarín desde la Gerencia de Casco Histórico porteña.
Joyas así, de bastante más que dos siglos de antigüedad, no abundan en la Ciudad, a no ser por algunas iglesias, reformadas. Pero las hay.
La vivienda de Defensa y Alsina, que ocupa una de las pocas esquinas sin ochava que quedan, fue construida alrededor de 1812. El frente también resulta austero, tanto que sólo verlo despeja y hasta desacelera. Despojada, la construcción tiene mucho para mostrar. Es una de las primeras de “alto” postcolonial y “una de las pocas que certifican que éste era el lugar elegido por la elite para vivir, preferencia que se extendió hasta 1885”, indican desde Casco Histórico. Es decir, está en el corazón de la zona porteña top hasta la epidemia de fiebre amarilla de 1871, que mató al 8 % de los porteños (unos 14 mil) e hizo que los que podían, se mudaran hacia el norte.
No cuesta nada imaginar una tarde en el mirador de esa casa, Altos de Elorriaga, que alber- gó y alberga espacios oficiales y culturales. La vista directa del río, quizá, como un cuadro abstracto de marrones difusos y celeste brillante. Tampoco es difícil mirar enfrente y evocar antiguos clientes de la Farmacia de la Estrella, pionera, inaugurada en 1834 y erigida como se la ve hoy -con mayólicas venecianas y frescos en el techo- en 1885. Antiguos clientes saliendo con un frasco de jarabe Manetti para la indigestión o píldoras Parodi para la tos, dos de sus recetas magistrales.
Quizá sí cueste imaginar en la Casa de José Hernández (1834-1886), de México 524, a Felicitas Guerrero (1846-72), la bella viuda a quien Martín Ocampo mató de un tiro cuando supo que se volvería a casar pero con otro y después, según la versión oficial, se suicidó. Uno tiende a recordarla en la iglesia que sus padres le cons- truyeron en Barracas.
Pero, confirman en Casco Histórico, Felicitas vivió en esa casona y, luego de su asesinato, el padre abrió su colección de libros para consultas y “así se empezó a organizar la primera biblioteca nacional”. En cambio, Hernández, el autor del Martín Fierro, le prestó el nombre al lugar pero nunca lo habitó. Se sabe que lo visitaba y se piensa que lo compró para alquilarlo.
Como sea, acordarse de todo quizá sí cueste un poco. Salvo que uno sepa que la Casa de José Hernández es ahora sede de la Sociedad Argentina de Escritores. Salvo que uno mire los tomos que rodean las mesas del restaurante El Histórico, que también funciona allí. Y es factible que no se olvide si redescubre el antiguo aljibe del patio, uno de los pocos que perduran en la Ciudad. Y, además, precioso. ■