Clarín

Vivir juntos, pero separados, ¿el secreto de la felicidad?

Muchos creen que es la situación ideal. Comparten la vida, son fieles, pero cada uno conserva su espacio.

- Natalia López

Están en pareja, pero viven separados. No quieren convivir, pero desean una relación formal. La vida LAT ( Living Apart Together: vivir juntos, pero separados, en español), como se la conoce a nivel mundial, es una manera de encarar una relación sentimenta­l donde la fidelidad y las casas separadas van de la mano.

“Los que siguen esta corriente parecen encontrar en ella el equilibrio necesario entre cuestiones relacionad­as al hogar, al sexo y darse los espacios que necesitan, en el momento que los necesitan -explica la periodista Valeria Schapira, experta en relaciones para Match.com-. Esto no quiere decir que se vean poco, muchas veces sucede que terminan teniendo más contacto, físico inclusive, que quienes siguen la estruc- tura clásica de vivir bajo el mismo techo. Eso sí, aseguran que el tiempo que pasan juntos suele ser de mayor calidad”.

Sin duda, parece responder a un cambio de época. “Es una tendencia que crece cada vez más”, reflexiona el psicólogo y escritor Sebastián Girona. Es una alternativ­a para personas a quienes la forma de convivenci­a tradiciona­l no les brindó los mejores resultados. Este tipo de relaciones, muchas veces, se plantean como algo mixto. La pareja puede quedarse a dormir el fin de semana, pero sin instalarse.

Girona, autor del libro No te aguanto más, lo separa en dos grupos: “Los mayores de 50, que ya tuvieron experienci­a en el concubinat­o, y las parejas de 30, que plantean así el nuevo vínculo desde el primer momento. Son los que ni siquiera evalúan pasar por la convivenci­a clásica”.

El caso de Juan Solís, de 29 años, y su novia Micaela, de 28, es un claro ejemplo. Llevan nueve años juntos. Uno vive en Soldati y el otro, en Belgrano. Hace un tiempo tuvieron la experienci­a de convivir en el exterior durante 18 meses y cuando volvieron estaba la idea de vivir juntos, pero aún no lo concretaro­n “por miedo al ahogo. La convivenci­a fue perfecta, funcionamo­s mejor juntos”, dice Juan. Hoy, sin embargo, sólo comparten tres días a la semana en la casa de él o en la de ella. Tienen lo mínimo en el departamen­to del otro: un poco de ropa, algún calzado y el cepillo de dientes.

Brenda García, en cambio, a sus 55 años ya tiene tres convivenci­as en su haber. En esta oportunida­d optó por vivir con cama afuera. Cada uno con sus tiempos y sus cosas. “Creo que en esta etapa de mi vida me funciona, además, porque estoy bien económicam­ente. Esto que hacemos era impensado a mis veintipico. Hoy se conjugaron varias co- sas. Los dos venimos de otras relaciones donde la convivenci­a fue difícil, no queremos abandonar nuestros espacios y, sin embargo, podemos dormir juntos algunos días de la semana. Nos cierra por todos lados, ya hace cuatro años que vivimos así”, cuenta Brenda, diseñadora gráfica.

El psicólogo Pablo Natchtigal­l atiende en su consultori­o a parejas que eligen vivir así. “Cada una es un universo, más allá de las creencias y los mandatos que se tengan. Cuando hay hijos de por medio, por ejemplo, el desafío de construir una familia ensamblada puede ser complejo. Cambia la dinámica. Ya no es lo mismo. Cuando tenés hijos hay otros factores que son clave. Cada uno trae su propia manera de hacer las cosas, y lo económico también puede generar lío”, explica el autor de El equilibrio perfecto: entre tu vida personal y profesiona­l.

Andrea Ferrari tiene 34 años y hace siete que está en pareja. Durante este tiempo pasaron por distintas maneras de estar juntos. Conviviero­n tres años, no funcionó, y decidieron no cortar la relación, pero sí la vida bajo el mismo techo. Su proyecto ahora continúa con el casamiento, a fines de este año. Una vez casados vivirán en un lugar nuevo, para no estar condiciona­dos desde el espacio físico. “Creíamos que teníamos que buscar un nuevo hogar, que ninguno se limite y piense que es un invitado. Empezar de nuevo, pensamos que esta vez con un compromiso formal pondremos otras cosas sobre la mesa”, se entusiasma Andrea.

“Es interesant­e pensar los contratos de cada pareja -destaca Girona-. Cada uno es particular. Puede ser que una de las cláusulas sea mantener la individual­idad. Sostenido en el tiempo, podría mostrarse como una forma nueva de estar en pareja”. Sin embargo, el especialis­ta aclara que detrás de esto y, especialme­nte en los jóvenes, puede esconderse una forma de narcisismo, la necesidad de controlar todo. “Puede ser un narcisismo excesivo disfrazado de pareja moderna” cuestiona.

Una pareja, dos hogares. Con tantas variantes como relaciones, no hay nada absoluto, pero sí una decisión de por medio: evitar la convivenci­a y así poder hacerle frente al desgaste cotidiano. ■

Parecen encontrar el equilibrio entre el hogar, el sexo y sus espacios individual­es”, reflexiona Schapira.

Están los de 50, que ya tienen experienci­a en la convivenci­a, y los de 30, que ni se plantean vivir juntos”, dice Girona.

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AFP Sin estructura­s. Los que viven en diferentes casas aseguran que el tiempo que pasan juntos suele ser de mayor calidad.

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