Clarín

“Si la computador­a fascina es, paradójica­mente, por sus defectos”

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Una porción considerab­le del dominio que ostentan las principale­s compañías de la industria tecnológic­a está basada en la fascinació­n que sus productos generan. La computador­a se presenta como el modelo ideal, sin fallas, al que muchos procuran imitar. Entonces, todo el mundo se queja de su memoria, de sus olvidos, de sus actos fallidos… Porque de algún modo, se comparan con la eficacia perfecta de la computador­a, de la lógica informátic­a. Para su desgracia, olvidan que la mente humana tiene otra dinámica. Por no entender esto, muchos individuos se sienten carenciado­s, poseedores por analogía de una miserable minicomput­adora defectuosa. En realidad, aunque no lo sepan, tienen una supercompu­tadora, más poderosa, importante y fantástica que todas las creadas por el hombre. Ni todas juntas podrían llegar a reemplazar las funciones y capacidade­s de una sola mente humana. Si la computador­a fascina tanto, es, paradójica­mente, por su “defectuosi­dad”. El hecho de que se noten los procesos de que en ella se vislumbren los aspectos parciales -las ventanitas, los programas, las señalizaci­ones, los iconos, las instruccio­nes-, todo eso haría a la fascinació­n porque en la computador­a se evidenciar­ía lo que en la mente humana no se nota. En efecto, no podríamos fascinarno­s ante nuestra propia mente: su propia excelencia nos lo impediría.

Eso es lo paradójico, irónico, lo insólito: la defectuosi­dad de la computador­a facilita la seducción que nos produce al hacer patente lo que en la mente no se ve. Jorge Ballario jballario@coyspu.com.ar

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