Clarín

Se compró la letra A y el número 1

- Héctor García Blanco hgarciabla­nco@clarin.com

Ron Wilson era el señor más rico entre los ricos. Un día, se levantó con ganas de adquirir algo nuevo y así fue como se le ocurrió comprar la letra “a”. Si bien al principio las institucio­nes culturales de todo el mundo se mostraron contrariad­as, Ron se hizo dueño de la primera letra del abecedario.

Como único y exclusivo propietari­o de la “a”, nadie más pudo usarla. El verbo “amar”, por ejemplo, se convirtió en “mr”, de complicadí­sima conjugació­n. Y miles de jóvenes de nombre Ana cayeron en la depresión, pues a nadie le gusta llamarse “n”.

Al poco tiempo, Ron decidió comprar el número “1”. Otra vez hubo quejas de todo tenor, pero otra vez el millonario se salió con la suya. Al día siguiente, la gente que siempre tomaba un colectivo de la línea 161 debió subirse a uno de la línea 6, y terminó muy lejos de su destino. Los arqueros de fútbol comenzaron a salir a la cancha sin número, y muchos decidieron dejar el deporte.

Pero todas estas complicaci­ones no fueron nada al lado de lo que ocurrió poco más tarde. Ron Wilson quebró, y al no poder pagar ni la “a” ni el “1”, debió vender todas sus posesiones y devolver los productos, más sus intereses. De esta forma, las dos primeras letras pasaron a ser “a” y “a-a”, y los dos primeros números, “1” y “1-1”. No hace falta decir que esto se convirtió en un problema quizás mayor al anterior.

Por fortuna, unos años después otro millonario ocupó el lugar de Ron y resolvió comprar las primeras tres letras y los primeros tres números, con la intención de restaurar todo el inconvenie­nte. O tal vez de empeorarlo. Eso no quedó del todo claro.

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