Clarín

Una referente en el reclamo de justicia

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Sus manos descansan sobre los ojos de su hijo. La mirada de Ezequiel parece encontrars­e con la de su mamá. Durante toda la entrevista, Ezequiel está presente desde la tapa de Ausencia Perpetua, el libro que escribió Diana Cohen Agrest, su mamá. A Ezequiel Agrest lo mataron el 8 de julio de 2011 cuando intentó defender a una amiga de un ladrón armado. Tenía 26 años y estudiaba Cine.

Sebastián Pantano, también de 26, le pegó dos balazos. Fue juzgado y condenado a 18 años, luego de que Casación anulara la condena perpetua. Los jueces “valoraron” que haya pedido perdón a la familia. “Se atribuyero­n la capacidad de leer la mente del homicida y llegaron a afirmar que no tenía intencione­s de matar. Es obsceno ”, señaló Cohen Agrest en su momento.

Los ojos azules de Ezequiel todavía miran. Diana no despega sus manos del libro. Su abuelo, Aaron Cohen, llegó a la Argentina desde Siria. Diana quiso ser rabina como él. Pero como no dejaban en aquel momento a las mujeres, se anotó en Filosofía. “Siempre me interesaro­n los temas trascenden­tales. La vida. La muerte. El dolor”, respira y convida un té. En la UBA, a los 20 años, se enamoró de Gustavo Agrest. Formaron una familia. Llevan 40 años juntos. El último día del juicio al asesino de Ezequiel, se le acercó una mujer de González Catán. Le contó que, con otras madres que habían perdido a sus hijos, estaban en cadena de oración por Ezequiel. “Ahí me di cuenta de que yo era la voz de quienes no tienen voz. De que tenía que hacer algo pa- ra ayudar a las víctimas de los delitos comunes”, confiesa Diana. Entonces fundó Usina de Justicia, asociación civil apartidari­a por los derechos de los familiares de las víctimas de homicidio. En su página, usinadejus­ticia.org.ar la gente puede sumarse y donar. Desde 2014 llevan atendidos más de 200 casos. “Las familias de las víctimas se acercan desesperad­as. Muchos no tienen abogado y los asesinos andan sueltos. Los acompañamo­s con atención psicológic­a y los ayudamos a presentar los escritos. Pero necesitamo­s abogados penalistas que puedan donarnos unas horas de trabajo ”, explica Diana.

“Como en las olimpíadas griegas, a través de las generacion­es, nos vamos pasando la antorcha que va de corredor en corredor. Desde Usina de Justicia, los padres, los hermanos, los hijos, estamos completand­o esos proyectos de vida que fueron súbitament­e arrancados. Usina de Justicia estará mañana donde nos necesiten. Nosotros, los padres, los hermanos, los amigos, y también los abogados, médicos que trabajamos en Usina intentamos ser la voz de quienes ya no la tienen”.

“¿Si guardo esperanzas desde lo personal? Cuando se pierde un ser querido desaparece­n esas nociones. La vida queda partida en la vida que tenía antes y la vida presente. Y el presente, a su vez, se divide en el duelo y la lucha por el ser querido perdido; más tratar de sostener el aspecto social y familiar. Porque hay que seguir viviendo”, dice Diana.

Tiene la mirada limpia. La voz firme. Los ojos azules tristes. Suena el teléfono. Son las amigas del tenis que requieren su presencia. Diana sonríe por primera vez.

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