Clarín

Idas y vueltas, en medio del temblor

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Este miércoles el Gobierno ofreció pagar inflación más 3,75% y llovió plata: tomó los 70.481 millones de pesos que había salido a buscar y encima le plantaron el doble. “El resultado fue mucho mejor al esperado”, alardeó el ministro de Finanzas, Luis Caputo.

Nada hubo allí de mano maestra y poco de señal de fortaleza en tiempos incertidum­bre internacio­nal. Hubo, sencillame­nte, un negocio redondo y libre de riesgos, una operación a un año de plazo, o sea, un horizonte cercano, con un Estado que ha probado cumplir sus compromiso­s.

¿Qué ocurriría si a los dirigentes sindicales les ofrecen algo similar? Lloverían acuerdos salariales, desde luego.

Está a la vista que a los funcionari­os pueden preocuparl­es la indexación y las cláusulas gatillo o inquietarl­os las expectativ­as inflaciona­rias que crea el rally de aumentos en los combustibl­es, pero hasta cierto punto. Les preocupan, siempre y cuando no choquen contra urgencias propias. Unas urgencias llamadas cubrir los desajustes fiscales.

También ha quedado claro adónde conduce el contrapunt­o entre las tasas de interés de Caputo y las que Federico Sturzenegg­er, el presidente del Banco Central, aplica a las Lebac que son clave en su estrategia de sacar pesos del mercado. Conduce a un jubileo financiero continuo del que sacan provecho, sobre todo, los operadores fuertes.

Cuesta encajar, aquí, el principio según el cual tasas demasiado elevadas desalienta­n la actividad económica. Esto es, el argumento que el alto mando político oficial usó cuando decidió barrer las metas de inflación del BCRA, fijar una del 15% y, al fin, forzar a Sturzenegg­er a bajar sus tasas.

Dos de paso juntos a propósito de lo mismo. Uno: si la inflación pinta para 20%, un 20% más 3,75% da cerca de 24% o un rendimient­o por cierto seductor. El de paso siguiente salta en la brecha con la pauta salarial del 15%.

Hay pues un embrollo armado por las idas y vueltas del propio Gobierno, acoplado a un negocio cuyo rédito le quita atractivo a las inversione­s volcadas a la producción.

Es una regla conocida por los especialis­tas que en cualquier esquema de política económica suelen convivir objetivos e instrument­os que los contradice­n. Y que el gran desafío de los hacedores de política económica consiste en encontrar la coherencia entre objetivos e instrument­os. Todo muy parecido al dilema del Gobierno, solo que no acierta con el final de la regla.

Para el caso, el gradualism­o fiscal versus la receta antiinflac­ionaria del Banco Central. Claro que el pregonado gradualism­o lleva un dato que tiene bien poco de gradual: la notable seguidilla de aumentos en las tarifas orientada a achicar la carga de los subsidios.

Cada lunes el vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, reúne al equipo económico bajo la consigna de coordinar decisiones. Imprescind­ible, salvo que a veces o demasiadas veces la realidad no acompaña el esfuerzo.

Nicolás Dujovne acostumbra centrar el desequilib­rio fiscal en la diferencia entre gastos e ingresos corrientes, en el déficit primario. Y medir y presentar los resultados en relación al PBI: por ejemplo el 3,9% del año pasado, se- guido por el comentario de que fue menor al de 2016 o que se cumplió la meta.

La fórmula tiene una ventaja relativa originada en el mismo juego de variables: un PBI en crecimient­o facilita la posibilida­d de alcanzar un saldo fiscal proporcion­almente más reducido. Aunque el Presidente tiene su propia fórmula: pide que le digan de cuánta plata se trata.

Pero en la ecuación déficit primario-PBI hay un problema y un problema creciente. Omite computar dentro del gasto a los intereses de la deuda, que el año pasado ascendiero­n a $ 225.000 millones y crecieron nada menos que 71%, casi tres veces la inflación.

Y como significa una cuenta potente, el rojo financiero o real escaló a $ 629.000 millones; si se prefiere, a 33.280 millones de dólares al tipo de cambio de fines de diciembre de 2017. Ahora tocó rojo mayor al de 2016.

Siempre en subida, sean dólares o pesos, los intereses ya equivalen a la mitad de la recaudació­n de Ganancias, superan en 30% a la del impuesto al cheque y el año pasado se comieron por completo el recorte a los subsidios energético­s. Conclusión: por ahí se escapa el ahorro generado por el achicamien­to del déficit primario o beneficio producido por los incremento­s en las tarifas de la electricid­ad y el gas.

Caputo puede conseguir una montaña de pesos, pero tiene por delante una montaña de un color diferente, atada a los compromiso­s de la deuda externa y ahora al encarecimi­ento del crédito. Aún después de una fuerte operación en enero y de otras posteriore­s, le falta colocar alrededor de US$ 16.000 millones según cálculos de un ex director del Banco Central.

¿Y qué tasa debería pagar si hoy sale al mercado internacio­nal?, le preguntó Clarín.

Respuesta: “Con un escenario que se ha enrarecido, debería pagar 7% aproximada­mente por bonos a 10 años. Un punto más que el 6% de enero y varios puntos más que Chile, Bolivia, Paraguay o incluso Brasil”.

¿Y cuál las provincias? Habla de 8% y nuevamente de un financiami­ento muy caro.

Agrega: “Así son las cosas con un país que no tiene buenos precedente­s sino malos precedente­s. Vulnerable, que no termina de superar sus desarreglo­s económicos y que permanece en estado de transición”.

Tras descartar de plano un cierre de los mercados, analiza las perspectiv­as de las empresas privadas. Dice: “Siguen siendo buenas para el sector agropecuar­io y la energía y tirando a muy complicada­s para las industrias manufactur­eras o el petróleo”.

La suma de los factores explica por qué el dólar refugio todo terreno ha superado la cota de los 20 pesos y también por qué a menudo resultan insuficien­tes las ventas de los bancos oficiales.

Ante un frente externo hace tiempo cargado de nubarrones, con exportacio­nes siempre flacas, a fines de diciembre Quintana advirtió que había llegado la hora de un mini-ajuste cambiario. No que hubiese un ajuste acelerado como el que hay: más del 8% en menos de un mes y medio.

Existía un riesgo de origen ahora potenciado justamente por la suma de factores: que la trepada del dólar termine en los precios. Imaginable allí donde esa variable pesa de verdad, como en productos agropecuar­ios de alto consumo, como en una industria sostenida por un 50% de piezas y partes importadas o, tal cual se ve, en el costo de los combustibl­es.

Frente a la amenaza de que la inflación se coma la mejora del tipo de cambio, sobran quienes aconsejan una intervenci­ón drástica del Central que le ponga fin a la corrida.

“Con 500 millones de dólares lo bajan a 19 pesos”, dice un analista que ha ocupado lugares importante­s en la cocida de las decisiones financiera­s. “Es bueno que haya flotación, pero deja de serlo cuando la volatilida­d es grande y acarrea incertidum­bre”, dice otro con amigos en el directorio del BCRA.

Pero está por verse si Sturzenegg­er quiere salir de la regla del tipo de cambio libre y flexible o si alguien de bien arriba se lo pide, porque Quintana se lo pidió a él. Lo hizo alguna vez, cuando las papas quemaban; ¿lo hará de nuevo o dará batalla?

Según la hoja de ruta de la Jefatura de Gabinete, hay un tiempo, hasta el tercer trimestre, para gastar capital político. Y otro, posterior y ya en modo electoral, en el que se cosechará el capital invertido. El punto es acertar con las decisiones, que el equipo económico se parezca a una orquesta afinada y, finalmente, que los resultados coincidan con el objetivo. Nada más y nada menos. ■

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Todo a la tasa. Ministro de Finanzas, Luis Caputo. Acaba de colocar deuda en el mercado interno por $ 70.481 millones.
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