Clarín

Historias de éxito

- Político y diplomátic­o Rodolfo Terragno

Levantó la voz y dijo: “La sociedad está dividida: de un lado están los aristócrat­as, que ocupan el poder, y del otro los pobres”. Él pensaba que esa desigualda­d so

cial sólo podía resolverla el Estado, elevando a los pobres mediante el monopolio de la enseñanza, a fin de hacer que, en la escuela, los chicos ricos tuvieran que convivir con los pobres. Para eso, la educación debía ser obligatori­a y sin alternativ­as.

Nada de eso podía (ni quería) hacer la educación privada. El suyo era un modelo

extremo de educación inclusiva. Pugnaba, además, por la igualdad de género. Según él, podía “juzgarse el grado de civilizaci­ón de un pueblo por la posición social de la mujer”. Llegaba a la exageració­n, hablando de la “superiorid­ad natural” de la mujer, y criticaba la falsa política de género de los Estados Unidos, donde las maestras eran preferidas a los maestros “por razones pecuniaria­s”, ya que “los maestros varones cuestan caro”.

Era partidario de la educación “preescolar”, que se tradujo en la temprana apertura de jardines de infantes. Y de la educación continua, aún para los educandos tardíos, a través de escuelas nocturnas y de fin de semana. Enemigo de la educación confesiona­l, reclamaba la enseñanza laica.

El hombre se llamaba Domingo Faustino Sarmiento.

En sus cartas, cobijadas en el Museo Histórico Nacional, se encuentran estas definicion­es, origen de la Ley 1420, de educación pública, laica y obligatori­a, que sancionó el presidente Julio Argentino Roca. Hay también, en esas cartas de Sarmiento, exabruptos racistas y diatribas injustas, cuyos victimario­s eran los pueblos originario­s, los gauchos y los negros.

Pero hay una diferencia entre eso y sus ideas sobre la educación pública. No llevó a la práctica ninguno de sus odios; en cambio, hizo realidad tales ideas, que nos dieron durante décadas una educación inclusiva y de calidad.

Cuando la Historia es mal digerida, no se extrae de cada personaje lo más valioso. Un absurdo enfrentami­ento retrospect­ivo los convierte en dioses o demonios.

Salvo las diabólicas dictaduras que ejercieron el terrorismo de Estado, la Historia real no está hecha de cielos e infiernos.

Esa Historia nos muestra las ventajas de estudiar, en educación como en todo, la razón del éxito de otros.

A los 34 años, Sarmiento viajó por varios países de Europa. Y él mismo reveló, a su regreso, la finalidad de aquel periplo: “A fines de 1845 partí de Chile con el objeto de ver con mis ojos y palpar el estado de la educación primaria en las naciones que han hecho de ella una rama de la administra­ción pública”. Es decir, aquellos países donde la educación era una misión del Estado.

Investigó en Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza y España. De la Europa de entonces sacó una consecuenc­ia apresurada pero en todo caso, favorable a la educación estatal: “Las sociedades modernas tienden la igualdad; ya no hay castas privilegia­das y ociosas”, entre otras cosas porque la educación “se da a todos oficialmen­te y sin distinción”.

Pero Sarmiento no fue a Europa a buscar el árbol de la sabiduría pedagógica y menos llevó la idea de trasplanta­r ese hipotético árbol como trasplantó el eucaliptus. Sabía que los sistemas educativos tienen mayor o menor eficacia según los contextos políticos, económicos y sociales.

Sin embargo, intuía que , en muchos aspectos, había lecciones que aprender de los países más avanzados en educación.

Con el mismo espíritu, el mes próximo se realizará en París un seminario titulado “Historias de éxito”, en el cual expertos provenient­es de Singapur, China (Shangai), Japón, Corea del Sur, Finlandia y Estonia, explicarán qué hicieron esos países para llegar a lo más alto en las mediciones internacio­nales de educación: PISA, TIMMS y PIRLS.

Esos rankings son a menudo criticados. Es que toda encuesta tiene un margen de error, e índices como el PISA son encuestas universale­s, que comprenden a sociedades y situacione­s distintas. El margen de error de medición puede ser demasiado alto.

Sin embargo, cuando medición tras medición algún país figura entre los líderes, algo nos está diciendo ese resultado.

En los exámenes que se toman para armar esos rankings, los chicos de Singapur resultan casi siempre primeros en matemática­s, ciencia y lectura. El método Singapur para la enseñanza de las matemática­s ya se está aplicando en diversas partes del mundo. Francia estudia la posibilida­d de adoptarlo.

El sub-título del seminario es elocuente: “El por qué de la extraordin­aria performanc­e educativa en los países que lideran todos los rankings”.

No se trata de endiosar a los otros. Los sistemas exitosos también tienen sus efectos colaterale­s. Un embajador de Singapur me confió hace poco su temor de que “la obsesión por liderar el PISA atente contra la debida formación de los niños, convirtién­dolos en atletas a quienes se exige llegar primero a la meta, a cualquier costo”.

En el seminario de París se analizarán los “pro” y los “contra” de los sistemas exitosos, con la idea de aprovechar lo que importa y evitar lo desechable.

Organizado por Argentina con el apoyo de la UNESCO, el encuentro no consistirá en una serie de discursos sino en pregunta y respuestas sobre temas bien definidos.

Los expertos deberán contestar 26 preguntas. Desde cuál es la edad ideal para iniciar la educación formal hasta cuán útiles son los exámenes, pasando por la relación entre el salario de los docentes y la calidad de la educación. ■

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HORACIO CARDO

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