Clarín

Dos ilustrador­es enseñan arte a los chicos del mundo

Iván Kerner y Mey Clerici estuvieron ya en 32 países de Asia, Medio Oriente, Africa, Europa y América latina; dan talleres de dibujo y pintura en condicione­s extremas.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

“A veces hay cosas que no sé cómo decir, entonces las dibujo”, contó Malena, de Japón. “Lo que pinto sale de mi corazón, son como mis sueños”, pensó Isaack, de Tanzania. Nina, de Argentina: “Puedo expresar mi alegría y desahogarm­e, así me siento mejor”. Estos son algunos de los testimonio­s que los ilustrador­es y docentes Iván Kerner (Ivanke) y Mey Clerici recogieron, en el marco de un viaje que ya lleva más de tres años y que empren- dieron en 2014, decididos a concretar un sueño: dar talleres de arte gratuitos a chicos de los cinco continente­s. Son niños que en muchos casos no tendrían otra forma de acceso a ellos y que, puestos allí, frente a los lápices, los pinceles o el papel maché para construir sus máscaras, descubren o amplían sus posibilida­des de expresarse, de rever su entorno o soñar con un futuro distinto.

Lo que hacen Mey e Ivanke no solo es proveerles materiales y aportarles herramient­as básicas de la técnica a niños de la calle o de comunidade­s aisladas, escuelas rurales, orfanatos hospitales o campos de refugiados, sino que los motivan a que puedan explorar sus emociones y su identidad a partir de las composicio­nes. También, a crear jugando y conocer a chicos de otras culturas, a través de fotos y videos que ellos mismos transporta­n de un sitio a otro. Esos gestos, aparenteme­nte simples, inauguran en muchos chicos nuevas posibilida­des de expresión e interacció­n, y les permite sentirse más integrados al mundo.

En Etiopía, Iván y Mey tomaron contacto con los pobladores de una comunidad que no conocía los lápices: ni los adultos ni los niños habían dibujado nunca. También descubrier­on que existen problemáti­cas y deseos comunes a la infancia de las distintas culturas.

El viaje se financia con el apoyo de personas a través de campañas de crowdfundi­ng o compran las ilustracio­nes que venden a través de un sitio web. “Usa el amor como un puente”, cantaba Gustavo Cerati y estos ilustrador­es usaron el arte.

El resultado es inédito: con el inter-

valo en el que se casaron, este periplo asombroso los llevó por 32 países de Africa, Europa, Asia y América latina jugando y pintando con alrededor de diez mil chicos. El año último lo destinaron a una gira argentina que culmina en marzo (ver recuadro). Para cuando comiencen las clases, habrán sembrado en escuelas rurales de las 23 provincias.

-¿Tienen conocimien­to de experienci­as similares?

-Supimos de una experienci­a muy interesant­e de un francés llamado Arno Stern, que viajó durante muchísimos años y observaba dibujar a los chicos, hasta encontrar ciertos patrones universale­s, pero no conocemos a nadie más allá de Stern que haya viajado por el mundo dando talleres de arte. -¿Qué territorio­s pensaron abarcar inicialmen­te, y con qué objetivo? -La idea siempre fue intentar abarcar la mayor diversidad posible, llegar a cualquier espacio donde hubiera chicos que no acceden a este tipo de propuestas.

-¿De dónde partieron y hasta dónde llegaron?

-Todo arrancó en el norte argentino y luego fuimos subiendo por gran parte de América latina. Dimos talleres en el Amazonas, en comunidade­s que viven alejadas hasta nueve horas de caminata por la selva. Estuvimos en el Día de los Muertos en un pueblito en Michoacán, México, e hicimos un taller sobre la vida y la muer-

te adentro del cementerio. Luego, en Asia, en pueblitos tibetanos, con chicos de Birmania refugiados en Tailandia, en villas de la India. También dimos clases en Palestina, donde fue muy duro, pero también el lugar donde mejor nos recibieron. En África, empezamos en Etiopía, primero en la capital, trabajando con chicos de la calle y después al sur donde viven muchísimas comunidade­s aisladas. Allí acampamos y vivimos con ellos. En Kenia estuvimos dando talleres en una escuela en la villa más grande de África y después con la etnia masai en Tanzania. La última parte de nuestro recorrido fue en Europa, donde dibujamos con chicos refugiados de Siria, Afganistán e Irak. -¿Y cómo se financiaro­n?

-Hicimos varios financiami­entos colectivos, ofreciendo nuestras ilustracio­nes en forma de cuadros, postales, que la gente podía comprar, sabiendo que así estaba colaborand­o. En el reciente proyecto en Argentina, además, contamos con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y Simball aportó los materiales. -¿Encontraro­n problemáti­cas comunes de la infancia?

-Una constante fue encontrarn­os con un desequilib­rio muy grande entre los chicos y las chicas: mil veces vimos la situación de chicos jugando mientras que las chicas estaban limpiando, yendo a buscar agua o leña, ayudando a sus mamás o cuidando

a sus hermanitos. Respecto a lo que nosotros hacemos, fuimos viendo la poca importanci­a que tiene el arte en las escuelas. Salvo excepcione­s, el arte es tomado como algo muy secundario, meramente recreativo, para que los chicos se distraigan... -¿En qué medida creen que esta experienci­a puede aportar o cambiar la vida de estos chicos? -Probableme­nte no terminemos nunca de saber el impacto que puede tener una experienci­a así. La vida de los chicos, y de los grandes, está llena de momentos que dejan marcas y que muchas veces son puertas que se abren: la letra de una canción que te inspiró a pintar, la charla con una persona que te animó a hacer lo que te gusta, un maestro que te abrió una posibilida­d. Creemos que son como botones que nos transporta­n a nuevos lugares en la vida, y nunca se sabe dónde llevarán. Los adultos deberíamos ayudar a facilitar momentos felices en la vida de los chicos y nosotros tenemos esa intención: jugar, charlar, darles el lugar para que se sientan escuchados y mirados. -¿Cuál fue el lugar que más los conmovió y qué encontraro­n?

-Una vez en India, en Varanasi, fui-

mos a dar unos talleres a una comunidad de la casta de “los intocables”, que vivían en condicione­s indignas, en una pobreza extrema. Tuvimos que armarnos para afrontar ese encuentro. Finalmente, resultó ser una de las experienci­as más alegres: los chicos estaban felices, a los cinco mi-

nutos los teníamos trepados a upa, chochos de la vida. Los adultos improvisar­on tambores con tachos e hicieron música. Terminamos todos bailando y nos conmovió, aprendimos de esa fortaleza de pasarla bien a pesar de todo. -¿Y hay alguna historia que les haya impactado especialme­nte?

-Sí. En el sur de Etiopía viven muchas etnias aferradas a las propias tradicione­s. En nuestro primer día ahí, fuimos a la aldea de los Ari y nos llamó la atención una pequeña casa de barro que tenía las paredes con dibujos en línea negra. Una mujer nos decía “ahí vive el artista”. Nos invitaron a pasar, en las paredes había muchísimos más dibujos pintados. Entonces apareció él, Matos. Tenía doce años y, como decía su familia, era un artista desde siempre. Como no tenía la posibilida­d de comprarse materiales, preparaba su propia pintura de la manera más casera, mezclando ingredient­es como carbón, agua y alguna cosa más que rescataba por ahí… Y pintaba, aunque nada le fuera dado más allá del enorme deseo de pintar. Ahí mismo hicimos un taller con toda la aldea. Dibujamos y pintamos y después festejamos cantando. -¿Qué dicen los chicos sobre la experienci­a compartida?

-Siempre aparece la idea de entrar en un mundo nuevo donde todo es posible, se sienten libres y poderosos, ellos ponen las reglas, ensanchan los límites y son artífices, y a la vez testigos, de ese instante mágico de la creación. Invitamos a los chicos a que dibujen desde ese lugar lúdico, lejos de los juicios y de la crítica: los chicos cuentan de sí mismos, su contexto, el mundo y lo que esperan de él. -¿Y qué esperan? ¿Hay preocupaci­ones y reclamos compartido­s?

-Hay infinitas maneras de ser chico pero, más allá de la cultura y la realidad que les toque, lo que los emparenta es el juego, como modo de ser y estar. Cuando somos chicos, dibujar también es un juego. Un gran reclamo es que los adultos les prestemos más atención. Les preocupa el medio ambiente. Y piden una escuela más divertida. -¿Qué sueñan para el futuro?

-Nos vamos a ir a vivir a Traslasier­ra, Córdoba, y queremos agrandar el equipo: que mucha gente se sume y así replicar los talleres.

Para recaudar fondos los ilustrador­es habilitaro­n el sitio web “Pequeños Grandes Mundos”.

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1. Nepal. Iván, Mey y el entusiasmo compartido. 2. Birmania. La familia y la escuela, dos temas muy elegidos. 3. Etiopía. Los colores de Africa para explorar la identidad propia.
3 1. Nepal. Iván, Mey y el entusiasmo compartido. 2. Birmania. La familia y la escuela, dos temas muy elegidos. 3. Etiopía. Los colores de Africa para explorar la identidad propia.
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