Clarín

El cebo mortal del bonus

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Fabián Pons. Pte. Observator­io Vial Latinoamer­icano

La peor tragedia vial de su historia golpeó a Mendoza aquel 18 de febrero de 2017 cuando el micro de la firma Turbus volcó en la cordillera, cerca de Chile. Murieron 19 personas y muchas más quedaron heridas. Un año y dos días después su conductor, Francisco Javier Sanhueza, fue condenado a 20 años de prisión bajo la figura de homicidio simple con dolo eventual.

Hasta acá es lo que marca el relato histórico del hecho y su desenlace judicial, pero lo que cabe preguntars­e es, ¿por qué un conductor profesiona­l puede cometer semejantes imprudenci­as? ¿Por qué se repiten estos siniestros con conductore­s chilenos? Es sabido que el nivel de controles viales en la Argentina dista mucho de tener la frecuencia y severidad que los realizados en Chile. El conductor de un micro, camión o automóvil sabe con certeza que en Chile “se deben” respetar las normas de tránsito. De lo contrario las sanciones son muy severas. Cuando pasan para este lado de la cordillera saben que es una zona casi liberada donde pueden “recuperar tiempo”, no respetar señales de tránsito, velocidade­s máximas, ni zonas de sobrepaso.

Lo que agrava la cuestión es que sean “conductore­s profesiona­les” los que estén dispuestos a cometer semejantes violacione­s de tránsito que traen aparejadas estas tragedias. De ahí la figura del dolo eventual. El chofer de un micro conoce perfectame­nte a lo que se expone él y sus pasajeros y sin embargo toma el riesgo. ¿Por qué lo hacen? ¿No están equilibrad­os psíquicame­nte? ¿Pesa más el dinero a ganar que la prudencia de un profesiona­l? Sin duda hay cómplices ocultos en muchas de estas tragedias y son aquellos que colocan el cebo del sueldo, el premio o el bono. Empresario­s y sindicatos. Unos por su afán de lucro y los otros por no defender las condicione­s laborales o simplement­e por canjear “seguridad por dinero”. Es conocida la historia de los micros que “rebotan” en las cabeceras luego de viajes de 1.600 kilómetros.

Tal vez el fallo ejemplifiq­ue y sea disuasorio… pero es tarde. Las autoridade­s de control brillan por su ausencia y ellas son las herramient­as para evitar estos terribles siniestros.

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