Clarín

Funerales del bolívar, el patacón venezolano, y urnas bien guardadas

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Venezuela asiste en estas horas a los funerales del bolívar. Nadie debería ser indiferent­e a esa muerte, diría García Márquez, cronista de otros funerales. Pero este episodio sucede con un fingido aire de desdén y hasta jarana por parte del chavismo, que ha encubierto semejante tragedia de su economía pariendo una moneda de supuesta entidad virtual. Acorralado por su propia circunstan­cia y empeñado en escapar hacia adelante, el régimen ha convertido en una ceremonia triunfalis­ta una de sus máximas derrotas. Un país sin moneda solo puede derrumbars­e. La gran fabulación para sostener el relato es el petro. Ese invento, sin embargo, no es una cripto moneda al estilo del bitcoin, como proclama el discurso oficial. Es, en cambio, un papel de dudoso respaldo como lo fue el patacón en la reciente historia argentina, nacido también de una hiperinfla­ción como sucede con el engendro monetario bolivarian­o.

El gobierno de Nicolás Maduro sostiene que esa “moneda” virtual está garantizad­a por petróleo y oro en sus dos versiones. Pero nadie sabe cómo puede ser canjeada por esos activos. Y es que no se puede. El petro no es estrictame­nte una moneda sino un bono de emisión de deuda con el cual se pretende relevar al difunto bolívar y lograr captar liquidez. Al mismo tiempo, busca esquivar las sanciones de EE.UU. y Europa, y oscurecer el seguimient­o sobre el movimiento de dinero en un régimen señalado por narcotráfi­co, contraband­o y lavado de activos. ¿Cómo es posible que el gobierno proclame, en medio del caos de su economía, que obtuvo ya mil millones de dólares en 48 horas de preventa del petro? ¿Cómo evitar la sospecha de que ese dinero necesitaba esta plataforma para salir a la luz?

Esta construcci­ón se produce en medio de la arquitectu­ra que el régimen ha ensamblado para garantizar la reelección de Nicolás Maduro en las cuestionad­as elecciones del 22 de abril próximo. La manipulaci­ón asegurada de esos comicios ha agudizado el aislamient­o del experiment­o bolivarian­o. Ayer la OEA aprobó por una mayoría inesperada 19 a 5 una resolución que ordena suspender esos comicios y garantizar transparen­cia. El fallo se produjo con la significat­iva abstención de aliados históricos de Caracas como Nicaragua o el Salvador. Pareció así romperse por primra vez el bloque de países caribeños que han sido el escudo para el madurismo que ya no cuenta con recursos para garantizar una diplomacia rentada. Es un cambio grave y un alerta. Y se produce después de que esta semana los mayores partidos opositores anunciaron que no se presentará­n a la elección para no ser socios de un fraude.

El derrumbe de la moneda venezolana, aunque previsible, se produce así con un timing inadecuado para las necesidade­s del chavismo, forzado a retener la iniciativa. La realidad, que como se sabe no suele tener remedio, es que Venezuela se ha dolarizado, y es esa moneda la que está reemplazan­do al bolívar como sucedió en el Zimbabwe del dictador Robert Mugabe donde su “dólar” local se diluyó con un uno seguido de 14 ceros por cada billete norteameri­cano.

Venezuela se encuentra en este brete porque los precios se soltaron de toda medida. Se espera que el índice de costo de vida trepe este año 13 mil% con una contracció­n del PBI del 15%. En un lustro la mitad de la riqueza nacional se ha esfumado. El plano inclinado del país caribeño se explica tanto por la ineficienc­ia de la conducción como por la desesperac­ión que produce la crisis. El chavismo, como los anteriores gobiernos de las cuatro décadas del acuerdo del Punto Fijo, centralizó la acumulació­n solo en el petróleo. Al no diversific­ar la economía, Venezuela cayó en una trampa básica. Cuando el precio del crudo se redujo, se abrió un abismo en las finanzas públicas que fue resuelto con una emisión persistent­e de bolívares. Esa maniobra amplificó el déficit fiscal que, al crecer, requirió más financiami­ento y por lo tanto mayor emisión. En cuestión de meses el dólar pasó de cotizar a 4.000 bolívares a mitad del año pasado, a casi 250 mil hoy. El billete venezolano sencillame­nte se extinguió. La pérdida de valor llega a extremo tal que la gente no va a sus empleos porque lo que gana no le sirve. Un salario mínimo mensual ronda menos de tres dólares en la patria bolivarian­a.

La ficción del petro cumple el paradigma del relato chavista donde lo importante no ha sido nunca lo que es sino lo que se aparenta. En ese sentido, una caracteriz­ación adecuada del régimen debería dejar a un lado la noción de que se trata de un proceso socialista y revolucion­ario. Con esa coartada el grupo dominante en Caracas ha venido eludiendo la crítica internacio­nal. La propia dinámica de disolución que experiment­a el modelo desnuda su indentidad explotador­a.El retiro total de sus obligacion­es por parte del Estado discute per se aquellas etiquetas. La muy seria encuesta Encovi que elaboran tres universida­des, entre ellas la Andrés Bello, detectó que “80% de los hogares presentan un alto grado de insegurida­d alimentari­a”. El 30% de los estudiante­s no asiste a clases por una realidad grotesca: falta de alimento y transporte. El rezago escolar es generaliza­do. “Tres de cada cuatro jóvenes deja de ir a la escuela alguna vez por falta de comida”. La deserción del Estado se constata, también, en que Venezuela fue en 2017 el país más violento de Latinoamér­ica: “Cada día falleciero­n 43 jóvenes de entre 12 y 19 años a causa de la violencia”.

Así como el régimen niega esta informació­n, o atribuye la crisis a una espectral conjura del imperio, también enarbola sin sonrojarse la “transparen­cia” de su democracia. En ese juego cometió un error. Encerró a la oposición hasta agotarla, sin abrir un camino para negociar con una dirigencia que en gran medida es menos rotunda de lo que aparenta.

Las negociacio­nes en Dominicana, que el ex presidente español José Luis Zapatero, alineado con Maduro, defendió como si hubieran sido serias, negó demandas de la disidencia que eran un básico del manual democrátic­o: postergar el comicio; renovar el Consejo Nacional Electoral con figuras independie­ntes; presencia de observador­es internacio­nales, libertad plena a la prensa, liberación de presos políticos y levantar la proscripci­ón a los líderes disidentes. Lo mismo pide la OEA.

El remate chavista vino luego con el intento de unificar las legislativ­as con las presidenci­ales para arrebatar el Parlamento a la oposición. La disidencia quedó en un encierro. Participar en los comicios convalida un fraude, con la fuerte sospecha de que los números de la votación ya están escritos, como sucedía en la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay o la de Hosni Mubarak en Egipto, déspotas que solían inventarse elecciones para fingir que la gente los elegía. Del otro lado, la decisión de no presentars­e deja libre el camino al régimen, como ocurrió en las parlamenta­rias de 2005 en las que la oposición también se retiró y el chavismo se quedó con los 165 escaños en disputa.

De los tres más importante­s partidos de la coalición, solo el liberal Voluntad Popular, del preso político Leopoldo López, tenía claridad total sobre la abstención. Acción Democrátic­a, de Henri Ramos Allup, defendía la propuesta de unirse detrás de una figura de valores indiscutib­les, con la estrategia de presentars­e y denunciar el fraude. La fuerza con mayor número de votos, el socialdemó­crata Primero Justicia, de Henrique Capriles, compartía esas dudas y esas intencione­s, pero se definió arrastrand­o al resto de la coalición cuando el régimen anunció la intención de adelantar las legislativ­as. Era demasiado.

El 22 de abril Maduro será segurament­e reelegido. El comicio no será reconocido por la gran mayoría de los países de las tres Américas. Y la economía acabará dolarizada, enredada en su inevitable callejón. Son hechos fácticos. Como que Maduro no es Chávez, no tiene su plata, y ha construido un estado fallido que repelen hasta su viejos aliados . ■

Venezuela se encuentra en este brete porque los precios se soltaron de toda medida. Se espera que el índice de costo de vida trepe al 13 mil %.

La propia dinámica de disolución que experiment­a el modelo desnuda su identidad explotador­a. El retiro total del Estado...

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